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Todos vuelven
Reflexiones desde la ventana

Todos vuelven

Beatriz Cabrera Portillo

Miércoles, 30 de agosto 2023, 08:34

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«Sigue el camino de las baldosas amarillas, sigue el camino de las baldosas amarillas, sigue el camino de las baldosas amarillas…» Eso es justo lo que Glinda, la bruja buena del sur, le dijo a Dorothy en su desesperado intento por regresar a Kansas con sus tíos tras ser inesperadamente sorprendida por una tormenta que desplaza su casa a la tierra de Munchkinland. Sin embargo, para conseguirlo, previamente tenía que visitar al Mago de Oz en la Isla Esmeralda, ya que solo este le daría el plácet para su regreso a Kansas. Y así lo hizo, no sin antes experimentar un camino repleto de aventuras con personajes de la talla de un espantapájaros, un hombre de hojalata y un león, todos ellos con un pesar que solo aquel mago podía aliviar. Fue prolijo y enriquecedor aquel camino, como ese que te lleva a Santiago, en el que a todo peregrino, como Dorothy y sus zapatos rubí, le conviene ataviarse de unas buenas botas y seguir el camino de las flechas amarillas.

Son múltiples los caminos de peregrinación hasta la ciudad del apóstol, por lo que el primer paso antes de emprender marcha es elegir uno. El Camino Portugués por costa comienza en Baiona, pequeña ciudad costera con un impresionante Parador desde donde, a modo de anillo, se tocan con los dedos las Cíes y donde el atardecer es casi eviterno. Al comenzar esta etapa (Baiona-Vigo), el color de la flecha da un salto en la rueda cromática y se torna en verde si parte de tu hedonismo pretende disfrutar de playas paradisíacas donde humedecer los pies algo cansados en las refrescantes aguas del norte. Para sorpresa del peregrino, en esta primera etapa, al igual que Dorothy, te encontrarás con el espantapájaros, el cual te saludará al pasar por los impresionantes chalets que comprenden la maravillosa orografía gallega.

Nunca una rutina se convirtió en tan ilusionante y adictiva: llegar al destino, descansar, madrugar y emprender otra etapa más. En la segunda fase, Vigo-Redondela, el paisaje se vuelve algo más urbanita ya que gran parte del mismo se realiza por carretera, atravesando rías desde donde flotan bateas de mejillones o tramos de vías de tren con sus traviesas de madera y balasto. Es allí precisamente donde el hombre de hojalata puede esconderse tras un matorral, quizá no para pedirte un corazón como suplica al mago de Oz, sino para dejar constancia en tu credencial del suyo en forma de sello lacrado color rojo escarlata. Y es en Redondela donde encontrarás a internacionales cabezudos y su famosa coca, la versión gallega del dragón cacereño y una extensión de la bizantina e interminable lucha entre héroes y seres extraños que adoptan características humanas.

En la tercera etapa (Redondela-Pontevedra) y sucesivas (Caldas-Padrón-Santiago), atravesarás ubérrimos bosques repletos de inalcanzables árboles vestidos de un mullido musgo que acaricia los sentidos, algún que otro hilo de pulcro agua y un desfile de peregrinos que balbucean un crisol de lenguas y que viene a recordarte que el tesoro para los hombres de fe se encuentra en una urna plateada en la catedral, pero también en el propio camino: ¿qué puede motivar a una pareja de Cape Town realizar un Camino de 127 km hacia una ciudad española que no es precisamente el epítome de destino turístico estival? Un verdadero paisaje sonoro, donde el león de Oz, lejos de ansiar valor, aparecerá repentinamente en tu camino para impulsarte con su fuerza hacia tu objetivo. Definitivamente el Camino tiene algo de mágico y enigmático que solo quien lo ha vivido, entiende: es una promesa cumplida, un mudar la piel, una meta con compañeros de km, risas desacomplejadas, madrugones y el final de una convivencia en paz y armonía con «tu gente». Tan enigmático como la génesis de su leyenda, de aquellas estrellas que el ermitaño Pelayo vislumbró repetidamente en Iria Flavia y que resultaron en una revelación que identificaba al propagador de la fe cristiana hasta Oriente.

Y bueno, como cada viaje, irremediablemente todo llega a su fin; llegas a Santiag-OZ y te encuentras con un mago que no es de fantasía, sino de oro resplandeciente sujetando un bordón, sobre todo para el creyente que basa su Camino en la fe y que, como el mago de Oz con su varita, concede todo deseo al caminante; un cerebro para quien perdió la cordura, un corazón para el alma desesperada y valor para quien entró en el túnel del miedo.

Y tras ya cuatro caminos recorridos, donde la compañía ha adquirido diferentes formas, es difícil olvidar la foto de ese beso de enamorados frente a la catedral, el abrazo más cálido a un amigo en la llegada a la Plaza del Obradoiro, las lágrimas desconsoladas en forma de catalizador cerca de las cadenas del Parador, la bajada de las escaleras por el arco de Xelmírez al son de una gaita, aquel emotivo discurso en el monte de Gozo o los gritos emocionados de «two wanderers over Galicia» por la Rúa do Franco (de los franceses). Llegar a Santiago es una experiencia multisensorial: sumergirte en el frescor de la catedral mientras te imanta la luz del botafumeiro o, incluso para el más curioso, observar desde el altar a través de los ojos del santo el ir y venir de los peregrinos y turistas que visitan su morada, el fulgor de las velas de agradecimiento, de promesas cumplidas o peticiones aún por satisfacer o la lenta procesión de turistas y peregrinos por sus empedradas calles, testigo del paso del tiempo y de las botas manchadas de tierra del caminante.

'Ultreia et Suseia' ('sigue adelante y más arriba') porque la vida es eso; una flecha amarilla constante donde el que vaga no necesariamente está perdido y donde el camino, en la mayoría de las ocasiones, es más importante que el destino. Y como peregrina ya veterana, puedo aseverar con total firmeza que al Camino de Santiago «todos vuelven».

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