
maría victoria pablos lamas
Domingo, 4 de julio 2021, 03:22
Somos efímeros, aunque prefiramos vivir como si no lo supiéramos... El tesoro de los recuerdos está al alcance individual de nuestros dedos... Si usted nunca ha hecho una fotografía debe ser un singular espécimen.
La fotografía llegó para quedarse tanto y tan cerca que hoy viaja con nosotros formando parte inseparable del móvil.
El antecedente de esta situación se halla en la patente de la primera cámara de fotos portátil: hito del 4 de septiembre de 1888, y de George Eastman, la cámara Kodak número uno. A partir de entonces, la fotografía empezó a cambiar para siempre el modo de relacionarnos con el mundo.
Creo que, como yo, saben que las imágenes muestran lo que somos, lo que queremos ser y lo que fuimos.
La historia precedente no fue así. Necesitaba artistas pintores, grabadores... capaces de crear documentos. El arte era el único sistema de crear imágenes imborrables y estaba al servicio de los extravagantes poderes. Los reinos fichaban artistas como hoy fichan futbolistas los clubes de fútbol, pero su papel se acercó más a un jefe de campaña política o a un divulgador de riqueza y suntuosidad. Y la gente del pueblo sólo tuvo la posibilidad de conocer su reflejo en el agua y con la evaluación técnica, en un espejo.
Han cambiado mucho las cosas. Hoy la fotografía se expande hacia dos extremos opuestos: la superficialidad y la profundidad.
El ser humano necesita vibrar y las imágenes mentales o las fotografías son bastante más que unas formas y colores. Son mucho más. Quizás son el reflejo de un tesoro inmaterial incalculable o quizás son la perdición de nuestra sociedad globalizada.
Cada mente que encripta la imagen quiere inmortalizar parte de la energía, la magia, los olores, los auténticos colores de los hechos, las personas. Cuando un ser querido toma una imagen lo hace sabiendo que el tiempo pasará tan rápido que está guardado un tesoro. Es innegable su valor.
Algunas imágenes nos expresan de manera espléndida los matices de un pasado que no hemos conocido bien, como es el caso de un maravilloso libro que me regaló un compañero que versa sobre el modelo de vida que se daba en nuestra zona hace algo más de 50 años. Sus imágenes, tan distintas a lo que estamos viviendo hoy, nos dejan ver lo que la globalización ha hecho con nuestro entorno. También es un alarde de buenas prácticas de conservación y convivencia con el patrimonio natural. Se lo recomiendo: 'Antaño en las Villuercas, una mirada hacia el interior de nuestra cultura'. Gracias Patricio Quesada por darle vida a un sueño y coordinar el proceso con tanta gente increíble.
No quiero terminar sin citar un aspecto negativo que me horroriza. ¿Cómo puede haberse convertido en causa de mortalidad? Algunos incautos son capaces de arriesgar su vida hasta perderla por no anteponer su seguridad en la situación para hacerse una foto. A veces pienso que a este paso nos extinguiremos pronto. (Ríanse conmigo que aún necesitamos salir de la pandemia).
Mi reconocimiento a todos los que saben mirar, a todos los que sabiéndose efímeros, deciden capturar emociones en las imágenes. Sonrío mientras lo pienso.
Mi pequeño homenaje a la familia Diéguez, pioneros en acercar la fotografía profesional a Trujillo. Benjamín, Reme y Luis Moreno (conocedores del revelado industrial), Cancho, Bravo, Chuty, Demetrio, Cosme, Nuria Pinel, Adolfo, Dani, Rubén Mateos, Pedro Reig, Jorge Muñoz (autor de la foto que ilustra en artículo). Y de mi familia directa, a mi tío Manuel Lamas en Salamanca, y a mi padre A. Felipe Pablos, que tenía enormes aficiones y entre ellas, esta.
Dedicado a todos los que al leer sonríen... Y a tantos que disparamos con cariño infinito.
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