Viajar en tiempos de pandemia
«Este verano no habrá Camino de Santiago, ni Suecia ni Islandia, tampoco ese soñado viaje al oeste norteamericano de infinito asfalto»
beatriz cabrera portillo
Sábado, 30 de mayo 2020, 02:21
El enemigo opaco, paradójicamente ese que tiene el morfema cohesivo 'CO' (unión) y el lexema 'VID' (vida), COVID, nos ha dado una tremenda cachetada en muchos sentidos y, además de haber tenido un claro impacto sobre nuestro modo de desarrollar la vida profesional, también ha repercutido en algunos aspectos de nuestra parcela privada. En mi caso, sin ir más lejos, dejando a un lado la Amelia Earhart que llevo dentro. Para quien no lo sepa, fue esta mujer de altos vuelos.
'Desde la ventana', nunca mejor dicho, veo los días pasar; pocos aviones y cierta desesperanza en atravesar fronteras- imaginarias o no- porque nunca un elemento tan poco tangible, pero tan destructivo a la vez, tuvo tanto poder como para paralizar el mundo entero y cortarnos las alas de raíz a los de vuelo libre. A los que nacimos con el ADN viajero, Gen DRD4/R, y tenemos cierto apego a la dromomanía (inclinación excesiva u obsesión patológica por trasladarse de un lugar a otro), nos han arrancado de cuajo ya no un hobbie, sino una forma de vida. Nunca el concepto de la libertad cobró tanto sentido.
Y al mismo tiempo que la lista de deseos de países aumenta, paralelamente lo hace nuestra incertidumbre, mientras resuena el 'Should I Stay? or Should I Go?' de los británicos The Clash en nuestro foro interno. Simultáneamente, desde el gobierno se nos anima a empezar a trazar nuestra hoja de ruta (a escala nacional), y es así como 'el diario anunciado de la cancelación gratuita' se convierte en la premisa de partida. Se ha generado una explosiva polémica acerca de la repentina prisa por levantar el estado de alarma y abrir las puertas de la Península a otros territorios europeos, pues vamos con retraso para «salvar la campaña turística estival» frente a nuestro vecino francés que se frota las manos mientras toma el relevo a España. Está claro que ahí está en juego el business y es ahí precisamente donde se entra en la dicotomía '¿salud o economía?'. Todavía hay alguno que se ha atrevido a afirmar que este sector genera pocos ingresos al país (12 por ciento del PIB y 13 por ciento de empleo). Como era de esperar, tal atrevimiento ha levantado ampollas entre aquellos que tienen en el turismo su modus vivendi.
Lo que es indiscutible, fuera de polémicas, es que hay un sector económico tremendamente afectado: el turismo, y con este millones de trabajadores perjudicados por ERTES masivos y con su futuro pendiente de un hilo. La economía global afronta odiseicos desafíos en este momento y el turismo va a tener que reinventarse y hacer un lavado de cara a sus medidas de captación de clientes, instigadas todas ellas lógicamente por el miedo que, como sabemos, es libre y por supuesto por la austeridad resultante de la crisis económica que se avecina.
Dadas las circunstancias, la extensa tasa de fallecidos, parece incluso frívolo hablar de «tener necesidad de viajar» y más conociendo el carácter reversible del mismo, pues se podrá retomar la actividad viajera más tarde que temprano, asunto este que no sucede con las víctimas de la pandemia, pero quizá sea menos polémico decir que «se echa de menos», sobre todo por aquellos que descansamos en los viajes como nuestro prozac, no como una lunática moda de influencer. La hedonia del espíritu wanderlust consiste precisamente en eso: absorber el viaje de principio a fin, vivir una verdadera experiencia de inmersión con sus gentes, cerrar los ojos y escuchar otras lenguas, que nuestro paladar deguste otros sabores o que nuestros pies sientan otras tierras. Eso es VIAJAR. Y sí, siento cierta morriña...
Durante todo este tiempo de prolongada introspección, he intentado arañar por todas partes para ser capaz de hallar lo positivo que trae esta crisis 'vital', y sinceramente, no encuentro mucho. Algunos hablan de que saldremos mejores personas cuando la pandemia toque a su fin y, muy a mi pesar, lo percibo como difícil tarea, aun más cuando los que debieran ser nuestros paradigmas a seguir, abandonan la dialéctica y la sustituyen por el recurso fácil: el insulto, inmersos en vergonzantes diatribas, apelando a las vísceras y haciendo uso de incesantes falacias.
Este verano no habrá Camino de Santiago, ni Suecia ni Islandia, tampoco ese soñado viaje al oeste norteamericano de infinito asfalto y anaranjado y polvoriento desierto. Habrá que conformarse con las imágenes de lugares paradisíacos que inundan las redes sociales para que viajemos, aunque sea, virtualmente. Mientras tanto, el alcahuete de Facebook me recuerda mi viaje a Tierra Santa hace casi justo un año…
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