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Julio Corrales
Trujillo tuvo que ser
Reflexiones desde la ventana

Trujillo tuvo que ser

«...Un pueblo con talante, tal vez sin tren y sin industrias, pero con habitantes llenos de ilusión, de trabajo, orgullo y convivencia»

julio corrales

Miércoles, 17 de junio 2020, 07:54

Hoy paseando por mi ciudad, sentí el retrogusto del pasado, la nostalgia y la añoranza de un tiempo pasado que, tal vez, no fue el mejor pero tampoco el peor, sino diferente.

La circunstancia actual ha hecho que muchos negocios estén bajo mínimos y yo comparto la angustia y la incertidumbre de sus propietarios y gerentes de si podrán salir adelante o tendrán que echar el cierre como otros tantos lo han ido haciendo al pasar de las últimas décadas.

Está claro que las circunstancias han sido diferentes, pero hace mucho que se sabe que algo está cambiando en nuestra manera tradicional de comprar o de disfrutar del ocio y tiempo libre. Muchos son los esfuerzos por mantener el comercio tradicional, verdadero motor de la economía de un pueblo, y la lucha contra la filosofía de las grandes superficies comerciales o la tendencia a las compras online. Pero eso no borra de mi memoria el rancio sabor a infancia y juventud que me trae recorrer mentalmente las calles de Trujillo y recordar muchos de sus establecimientos y muchas personas a la vez, que se mantienen vivos en mi archivo de recuerdos, con tanta nitidez como si de ayer mismo se tratara.

Paseo por la calle Tiendas y visualizo los negocios del pasado, de los que algunos permanecen y otros no: la tienda de Manolo Calleja, la de Conde 'el Mantero', lka prensa y la imprentina de Solita Quiles, Zapatos Canelada y la Farmacia de Salazar, la Pastelería Romel, Luis Méndez, la Zapatería Anes, la Frutería de Juanito, la moda de Quinito Chico, la Joyería Corbacho y la Joyería y Relojería Barbado, donde Pinara arreglaba los relojes un poco más abajo. La bonita tienda de 'La Giralda' y a Ernesto fumando sus purillos; Lanas Stop, Calzados Civantos (que luego fue pastelería), la tienda de muebles y electrodomésticos de Andrada y la Joyería Lozano, entre otros.

Ya en la plaza, la Farmacia de Adrián Fernández, Comercial Ama, la Droguería de Crespo, y luego de Pepe Vázquez, que también tenía sucursal en la calle Nueva.

Otros nombres comerciales que ya han desaparecido son los de Ferretería de Goro con sus clavos, Tejidos Benjamín Moreno, ahora dedicado a otra actividad; la oficina de Seguros de Mellado, el Banco Hispano Americano, Sederías José María con sus telas y sus primeros pantalones vaqueros; la Gestoría de Justo Paredes, donde nos sacábamos la licencia de pesca después de comprar la caña en Conde o en Cerrato. La tienda de comestibles de Conrado, luego gestionado por su hijo Chopera, donde los bocadillos de mortadela nos parecían increíbles, o tal vez, fuera el hambre que teníamos.

Pero también recuerdo los rabos de cordero y la prueba del bar 'Imperio' y las bromas de Juan Pillete; el Mesón Pillete y el bar 'La Victoria', con sus globitos que te servían en la mesa Castro y Nano. El bar 'Paquete', de Castañero, con su pescado los jueves, y el bar de Angustias con su barra forrada de billetes. Por bajo, el bar de Luciano, donde eran famosas las partidas de futbolín que jugábamos en los recreos del colegio Sagrado Corazón, y las que también echábamos en los futbolines y billares de los Moreno. Las tardes y noches en el Club Alfonso Izarra y el Sotana.

El bar 'La Parra' con sus callos y ensaladillas, la carnicería de Pepe Mateos, el bar La Pata con su conejo al arriero y sus landrillas; el bar El Capricho o el bar 'Voltio' con su rana y sus frascas con platillos de hígado encebollado.

Y mucho más atrás en el tiempo, el lujoso Hotel Cubano y su poste de gasolinera, y el bar 'El Pez que fuma', que yo no conocí pero del que hablaban los abuelos y luego se convirtió en la peluquería de Colina. Según cuentan, este bar era muy concurrido y su hilarante clientela solía esperar en la esquina de enfrente, en la de los Aceitereros, a esperar pasar a Florencio con su flamante moto subiendo la calle Encarnación arriba. Fue, probablemente, el primer motorista de Trujillo y montaba su Guzzi de un solo cilindro, ataviado con gafas de aviador y una gabardina que el viento volaba, a una velocidad de diez por hora. Al pasar por delante del bar, un improvisado coro, ya bien afinado por el vino, le cantaba la coplilla que Goro dedicó a tan portentoso y singular motorista, y cuyos primeros versos decían así: «¡Florencio, mónteme! Por Dios, mónteme un rato, que si no me monta usted, me va a dar un cicuaco».

Siguiendo mi recorrido, pasé por delante del Hotel Madrid Lisboa, el Bodegón de Fernando, el bar 'El Túnel', el Hostal 'La Emilia' y el bar de Tacones. Las cuerdas del Soguero, la carnicería de Sandalio o los huevos de la Gallinera. El comercio de la Sacra, el anticuario Pepe Faroles, la Churrería o la tienda de muebles de Marisán.

En el barrio de la Piedad, que es el mío, la gasolinera y el bar 'El Lusitano', y justo a continuación, la tienda del Chato. A la vuelta, el bar de Ramoncino, referente para ver el fútbol y las primeras corridas televisadas de el Cordobés, la lechería de la señora Concha y el colorido taxi Alfa Romeo de Fernando.

Y justo enfrente, Rayma un taller de donde salieron buenos mecánicos y en el cordel, los Talleres Fave, otro referente de buenos mecánicos, y Mirat, donde Manolo Porras vendió los primeros Seat 600 y otros muchos que vinieron después.

El taller electromecánico de Pepe Luis, lleno de su techo de aviones que eran la pasión de su hijo Pepito, piloto militar fallecido con tan solo 22 años y cuando pasaba por Trujillo, picaba su avión a vuelo rasante por la Piedad donde vivía su familia, y pasaba tan bajo que casi podía tocarse el avión con la mano.

Y cerca, el taxi de Angel, el moro. Cruzando la calle, al bar del tío Cicuta y por encima, las bodegas de Gallego, que después fue el Anticuario. El comercio de mi tía Victoria Guerrero, la Churrería de Pedro, con esos churros que tanto les gustaba comer a los madrileños al entrar a Trujillo.

El bar 'El Bizcocho' y los Talleres Ajusa, donde se carrozaban los camiones y autobuses, el 'Todo-todo' de Cancho, el famoso taller de orfebrería de Chanquet; el cine Rugall, de Tini e Isidro, la piscina de la Playa Maja y la Piscina de Pillete, donde además, disfrutamos de buenísimos conciertos y verbenas, muchas de ellas con nuestro conjunto local Los Maras.

También recuerdo la tienda de confecciones de Pedro Tergal, la tienda de Bartolo en la calle Cruces con sus sardinas, la Autoescuela Pepín, donde todos los trujillanos aprendimos a conducir; las golosinas en el Toro o en la Chimpuna y los refrescos de gaseosa de bolindre en la Tamaya o en los quioscos del Paseo: el de Parrita, la churrería o el de Cigarrón.

Y un montón de empresas más que ya desaparecieron y que sería prolijo enumerar. Es cierto que me dejo muchas empresas más en el tintero, pero estas las recuerdo con especial claridad, como si fuera ayer.

Y así era Trujillo hace treinta años atrás: un pueblo con talante, tal vez sin tren y sin industrias, pero con habitantes llenos de ilusión, de trabajo, orgullo y convivencia

Pero Trujillo volverá a brillar con luz propia y, precisamente, esa luz del recuerdo es la que no se debe apagar nunca, porque Trujillo tuvo que ser... increíble.

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