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Eloy Redondo
Reflexiones desde la ventana

¡Como los toros despitonados!

«Armémonos de paciencia, seamos prudentes y evitemos contagiarnos mientras llegan las aplicaciones móviles para el rastreo de contactos con los infectados»

eLOY REDONDO

Domingo, 21 de junio 2020, 03:08

Transito desde la fase 3 de la pandemia por Covid-19 hacia la normalidad no normal, con sensaciones encontradas. Hemos pasado de la invulnerabilidad absoluta con nuestra escafandra virtual y cerebral, propia del confinamiento, a la relativa desprotección, física y potencial, al enfrentarnos a la socialización y a la presencialidad. En esta situación, los biorritmos de los hiperactivos como yo, tienen la misma cadencia, que las opiniones de los 'sin criterio' que deambulan cual veletas en un día de viento. En una madrugada cualquiera, como siempre, entro en 'mi churrería de la Piedad', e inmediatamente me sumerjo en un conflicto de memorias: 'la inmediata', en las que las neuronas de la corteza prefrontal me dirigen a nichos de lo conocido y añorado, con la consecuente liberación de endorfinas; 'la de corto plazo', en la que las neuronas del hipocampo (células del lugar) me ubican en un hábitat agradable; y 'la condicionada al miedo', en la que las células de la amígdala me disponen en prealerta. Y tras un instante, experimento esa emoción dispar del todo parece igual, pero nada es parecido. Es igual, la afabilidad y simpatía de los chureros; pero también nada es parecido: no está el botijo y en su lugar hay hidrogeles, y también acotamiento de espacios, y líneas de dirección, negras y amarillas, que me evocan a las de las autoescuelas. Cuando salgo me despido de 'Nony el churrero' y me ocurre como a los toros despitonados, no calculo bien las distancias, la exaltación de la amistad me acerca, y la precaución me distancia.

Cuando llego al campo, el ladrido grave de casquelito el mastín; el curicheo de mis reclamos acompasado con el cacareo del gallo, anunciando la clara del día; la algarabía de los podencos; y sobretodo, el poder quitarme el bozal bucal, aun con el regusto de los churros, y respirar aire puro, fijan mi biorritmo en el paroxismo del hedonismo. Después de una mañana campera, la interacción social con mis amigos, en la 'terraza de Beato', va flanqueando por etapas diferentes: euforia inicial, relajación, exaltación de la amistad, descuido, y finalmente, juego de mascarillas -en la mesa, en la barbilla, en la oreja, en la cabeza…,etc.- tenemos la errónea sensación de inmunidad de rebaño, y como tal nos comportamos.

Por la tarde el contacto virtual con mis alumnos, aflora en mi vocabulario palabras que hasta ahora eran inhabituales: síncrona, asíncrona, on-line, zoom…,etc. Cada vez tengo más claro que el teletrabajo, como el coronavirus, han venido para quedarse. Exhumo con tristeza como nos ha sorprendido este traicionero enemigo, y nos ha dirigido hacia entornos de docencia no presencial, para los que no estábamos preparados, ni las instituciones, ni los docentes. Y muy especialmente los profesores, que con un esfuerzo titánico, tratamos de desempeñar un papel digno, acorde a lo que nuestros educandos se merecen. Soy de los que creen que debemos conjugar con humildad nuestras carencias digitales; y que debemos espabilar, para que la comunicación telemática con los estudiantes no esté desequilibrada. Es un hecho conocido, que la mayoría de los discentes son más avezados en las nuevas tecnologías de la comunicación, que los docentes; y en mi caso, de manera más acuciada, pues mi origen docente se remonta a las Escuelas Nacionales de Ibahernando, con el pizarrín de protagonista.

El intercambio de información con mi entorno familiar, y especialmente con Paloma, acerca de la Covid-19, habitualmente finaliza con la frase «ya veremos cuando abran Madrid». Observamos como los pueblos empiezan a prepararse para la vuelta de sus emigrantes confinados; y aunque políticamente no es correcto, sentimos el regreso de Madrid de los extremeños, como una fragilidad de la inexpugnable barrera anticoronavirus de nuestro nicho ecológico doméstico, de nuestro habitat local (Trujillo), y del privilegio de vivir en Extremadura. Recuerdo que cuando era presidente de la feria del queso de Trujillo, y el puente de mayo no coincidía bien en fechas festivas, acuñábamos la frase: «cuando Madrid se acatarra, Trujillo entra en Neumonía»; ahora, con el final de la desescalada en perspectiva, este flujo acarrea incertidumbre.

Cuando reflexiono sobre la evolución de la Covid-19 desde inicio hasta la nueva normalidad, encuentro unas similitudes inquietantes, con el inevitable síndrome general de adaptación a lo desconocido; con su fase de alarma, y la consecuente convulsión ante la amenaza de los inicios de la pandemia; con la fase de resistencia, y la consiguiente adaptación y lucha ante este imprevisible enemigo; y con el periodo de agotamiento, con el colapso sanitario inicial, el desastre económico derivado, y el fatigoso machaque mediático, incidiendo en las contingencias de perfil financiero, y sanitario, provocadas por la pandemia. Era impensable que un microorganismo acelular y ultramicroscópico, nos haya dado un baño de cruel realidad, sacándonos de nuestra errónea creencia, de que teníamos la mejor sanidad, cuando lo que ciertamente teníamos eran los mejores sanitarios. Recapacito con desasosiego, sobre la desprotección de nuestros mayores, en los que a las consecuentes alteraciones físicas derivadas de su susceptibilidad hacia las infecciones por coronavirus, hemos de unirle la atenuación que con la edad experimenta, la flexibilidad neuropsicológica de respuesta ante situaciones extrañas. En Román paladino, es inadmisible, que disponiendo de laboratorios de investigación (CSIC, Facultades de Veterinaria…,etc) con medios humanos y técnicos para implementar pruebas diagnósticas frente a coronavirus, no hayamos hecho PCR masivas en las residencias de ancianos.

Ya no caigo en las reflexiones absurdas del asno de Buridan, sobre la jerarquización de necesidades; y entre salud y economía, tengo claro que lo imprescindible es la salud, y que la economía, aunque fundamental, nunca le debería, como ha ocurrido, haber ganado la batalla a lo sanitario. Sin ir más lejos, el plan estatal de investigación para 2020, es siete veces menos que el anterior, y equivale a 14 km de ave. Si nuestro techo de gasto, y los ajustes financieros europeos nos condicionan, sería indispensable priorizar, y reducir la inversión en infraesctructuras de transporte, y aumentar la financiación en educación, en sanidad, y en ciencia, porque sin ciencia no hay futuro.

Disfruten del verano y prepárense para el otoño, en el que parafraseando a la viróloga del CSIC Margarita del Val, «habrá rebrotes por coronavirus». Y coincidirán con otros virus neumotropos estacionales, y se confundirán síntomas, y llegarán las neurosis y las ansiedades, tiempo al tiempo. Armémonos de paciencia, seamos prudentes, y evitemos contagiarnos mientras llegan las aplicaciones móviles para el rastreo de contactos con los infectados; el tratamiento con retrovirales; y sobretodo, la ansiada vacuna, que llegará, y hasta entonces, apoyémonos en la muleta de lo reconfortante que es saber que hay mucha gente trabajando para conseguirla. Anhelo que la inmunización masiva encamine hacia una normalidad más normal; mi normalidad llegará cuando el botijo vuelva a la churrería.

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