Jesús bermejo
Reflexiones desde la ventana

Tercer trimestre (y fin de curso)

jesús bermejo

Miércoles, 7 de julio 2021, 08:07

Cuando los/as maestros/as dicen que están agotados lo hace siempre susurrando. Es una costumbre sobrevenida de años y paciencia ante opiniones y estereotipos. El año escolar ha sido duro, las mascarillas suspiran sus últimos días en el exterior pero se han resentido en las voces apagadas de las explicaciones y en el martilleo infatigable de la clase.

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Todas las aulas de todos los colegios se convirtieron en pequeños territorios donde podíamos crear un mundo 'normal'. Solo dependía de nosotros, de la actitud responsable acompañada de aquella convivencia anhelada. En el confinamiento nos dimos cuenta de que lo complejo era la vida misma; por eso aprendimos a obtener de la escuela ese reducto magnifico que supone la enseñanza y los proyectos que la conforman; y por eso, solo al salir de aquel refugio, volvía la incuria a nuestros actos. Aquí nos sentíamos fuertes y crecíamos, día tras día; meses soportando el asedio de un enemigo invisible al que, sin embargo, éramos capaces de soportar y hasta vencer ¿Quién nos lo hubiera dicho al comienzo de curso?

En el tercer trimestre el frío dio paso al calor, los mapas antiguos se convirtieron en estores improvisados bajo la estela del sol a mediodía. Aun así éramos afortunados de tener un ventilador que rotaba por toda la clase y nos daba tregua bajo el sudor después de Educación Física o el recreo. Los/as niños/as, por fin, terminaban un curso que les fue negado de manera presencial el año pasado. Se sentían extraños con camisetas y calzonas; cuando dimos la bienvenida a junio el cansancio era notable en sus ojos, el principal sentido por el que conocíamos sus pensamientos y emociones. Los ojos han sido aquella luz que se abría cuando algo les impresionaba; se encogían cuando se sentían preocupados; o se entrecerraban cuando la risa se escapaba por la tela de sus mascarillas.

Sí, hemos aprendido definir solo con los ojos. Mientras muchos vaticinan largos periodos de tiempo, a mí me gusta limitar estas trabas o, al menos, regocijarme en la esperanza como un amuleto que destierra toda atmósfera negativa. Ese manotear en aguas pantanosas sin saber muy bien el fin se convirtió en un acto comprometido cuando (no sabemos si conscientes o no) engrosábamos la fila autorizando que nos pusieran la segunda dosis de Astrazeneca. Con nuestro consentimiento caminábamos por el hilo imperceptible que refleja toda ley cuando se enfrenta a un campo que no puede abarcar en su totalidad.

Se acabó el curso y comienza el verano, los aplausos se concentraron a las puertas de los colegios donde todos aplaudimos a todos: padres, profesores y alumnos nos felicitábamos mutuamente agitando las manos, reconociéndonos todos los esfuerzos y rompiendo un silencio que quedará petrificado en este tiempo que, esperamos, nos de tregua y nos abra una nueva perspectiva en septiembre.

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Los/as maestros/as están agotados, pero lo dicen susurrando. Todavía hoy, mientras leemos estas líneas, siguen los equipos directivos al frente para que todo esté dispuesto. Teclean, guardan, imprimen mientras solo se oye el cantico de los gorriones en el patio y, en el eco del pasillo, se aprecia una voz que corea: ¡lo hemos conseguido!

A mis alumnos y alumnas de Cuarto de Primaria del Colegio Francisco de Aldana (Cáceres); a sus retos y desafíos.

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