José cercas
Martes, 28 de diciembre 2021, 08:42
De pequeño yo escuchaba las olas del mar en enormes caracolas, pero no conocía el olor de los océanos, ni tampoco sabía del hombre y sus gestas marineras. Oía a las serpientes sisear por el nácar azul de los moluscos y sabía de las banderas de los caracoles que, enterrados en sus casas celestes, rumiaban la callada razón de las hojas.
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De pequeño yo era la luz que amparaba las catedrales y los soldados de higos pasos y nueces que alimentaban la inocente fe del niño. De pequeño yo era la hora y la párvula simetría del que soñaba en los veleros de la quimera, pero no sabía de hierros y de maderas que levantaban la feliz estructura del barco.
De pequeño yo era un velero que dormitaba en enormes pechos de hembra, columpiándome, tranquilo, por las vertientes calladas de la madrugada.
De pequeño yo era todo el mundo abierto en el techo alado del cielo.
De pequeño yo era un niño de callada alegría en los seminarios de juego en mi inocente naturaleza.
No obstante, aquí me tenéis al pasar de los años, longevo patriarca que se enfrenta a la cuerda del tiempo, callada voz de los escapularios, rostros que buscan por los escaparates los semblantes antiguos de los recuerdos. Las canciones paralelas a las que canto, el olor del tiempo en mis cicatrices.
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