Un silencio de sangre
laura casado porras
Miércoles, 2 de junio 2021, 07:20
I
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Me la imagino temblorosa mientras coge el teléfono, entre copiosas lágrimas bañadas en incertidumbre. Hoy ha encontrado el arrojo necesario para expresar su infierno, su podrido calvario. Marca el CERO, mientras su corazón acelerado late cada vez más fuerte, al pulso del horror. Ana está demasiado asustada. Es posible que esta última espina haga rebosar de cicatrices a su maltrecho cuerpo. El dolor y la melancolía se camuflan entre tenebrosas esperanzas. Las lágrimas caen ahora más despacio, a un ritmo colmado de lentitud, no quiere ser descubierta. No, no quiere un final trágico. Ella, su vida, sus hijos no lo merecen. Ana quiere un principio, ¡el mejor de los principios! Porque el de ahora, este último renglón, es el peor de los finales, o casi el peor. Huye. Por eso agarra con fuerza el teléfono, huye del infausto final que, durante años, ha visto acercarse, incluso llamarla a gritos. No, no lo merece. Nadie lo merece.
¿Y mañana qué? Se pregunta impertérrita. Con los ojos resquebrajados de tanto llorar y el alma rota en jirones endebles. La imagino pensando: ¿Adónde ir? ¿Dónde podré encontrar estabilidad, seguridad financiera y vital, equilibrio psicológico? ¿Dónde estaré a salvo con mis hijos de la muerte? ¿Me será posible salir adelante? Ana siente su soledad como una férrea condena. Las respuestas se bifurcan en una guerra dialéctica. Sí, todo saldrá bien. No, estoy sola en medio de un mundo utilitarista y podrido de interés. De los ojos de Ana comienzan a brotar frías gotas cristalinas, rociando su aún joven cuerpo de pureza. Mientras llora se le olvida el dolor del brazo, el dolor del costado, el dolor que lleva años acrecentando la angustia que supura cualquier átomo de felicidad.
Hay un silencio aterrador en la escena. Todos, menos Ana, duermen. Todos huyen del vértigo, de la aciaga verdad. Los niños, cansados de llorar, han sido vencidos por el sueño, duermen liberados de la realidad. El maltratador, el padre maldito, el esposo amargo, ebrio de fracaso y de cobardía, yace, en la cama, cavando su propio hoyo, su propio sino y el de toda la familia. Si es que se puede llamar familia al terror. Ana marca el UNO. Con el pulso firme y con la respiración suavemente contenida. Le vienen imágenes turbias, y la incertidumbre regresa a su quebrantada mente. Golpes; facturas; comida; frío; médicos; servicios sociales; abogados; jueces. Ana comienza a llorar como si fuera una flor partida en dos. Recuerda que lleva toda la vida trabajando para no tener nada. Nada. Toda la vida sufriendo para llevar un trozo de comida a casa. Trabajos basuras de horas ilimitadas, pagadas con el precio de la humillación. Sus manos acendradas están cansadas, sus piernas llevan años flaqueando y sobreviviendo al desconsuelo de la vida; aguantando la vejación física y psíquica, en casa y en el trabajo. Ana vale mucho, pero nunca se lo dijeron, tan solo la exigieron cada día un poco más, a cambio de un poco menos. Ana sabe que no solo de pan vive el hombre pero, ahí afuera, nadie parece darse cuenta. En la jungla darwiniana, el más débil económicamente está condenado al servilismo, a salir del marco de la ley y a sufrir las vejaciones de los más necios. El pobre solo tiene dinero y carece de cualquier tipo de escrúpulo. Ahí afuera, las torres son levantadas con valores invertidos, y el hedor de los miserables lleva siglos asfixiando a los vencidos.
Las personas más vulnerables son las mujeres y las criaturas inocentes, éstas últimas poco saben de la maldad del mundo al cual han sido arrojados. Ana lo sabe. Y maldice su vida, digna de las tinieblas retratadas por Goya. El sueño de la razón produce monstruos. ¿Qué razón hay en condenar a las mujeres a vivir bajo el círculo del falocentrismo? En su herencia biológica anidan siglos de opresión androcéntrica. En sus lágrimas silenciosas hay un hilo de sangre que se ha transformado, con el tiempo, en una verdad muerta que grita. Ana intenta huir del escepticismo, sobrevivir en el ahora, subsistir del aliento de la fe en el mañana. Pero la cruda realidad la envuelve y le golpea con la misma dureza de una piedra de acero. Solo recuerda las duras condiciones laborales, las horas extras no pagadas, la subida de la luz y del teléfono de los últimos meses, servicios necesarios para sobrevivir en esta jungla de fuego y barbarie. Piensa que cada día es más caro alimentar a los suyos, mientras que su ridículo sueldo no aumenta y nunca sobrepasa la primera quincena; se acuerda de los libros del colegio de sus hijos; de las zapatillas que rompen cada dos meses; se acuerda del cortante frío de enero. Para sobrevivir, en su mente, Ana dibuja en el vacío un abrazo reconfortante, una esperanza vivificante, mientras su ser termina por romperse al recordar lo difícil que se ha vuelto la vida, y lo poco que ha sonreído en los últimos meses.
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Ana, que mira aterrada y circunspecta al horizonte, casi ida, se encuentra con el retrato de sus hijos; su suave fragilidad termina por romperse. Pero cual ave fénix, al instante, con una fuerza misteriosa, centrípeta e inexplicable, marca el SEIS en el teléfono. Mientras sus decadentes lágrimas llegan al éxtasis se oye un emisor con tibia voz, al otro lado del teléfono, diciendo: todo ha terminado ya.
------------------------- TEMBLOR Y REALIDAD ------------------------------
II
Hay una problemática social que se encuentra adherida a la violencia contra la mujer. En mi opinión, es uno de los lastres más relevantes que las mujeres y la sociedad vienen arrastrando durante siglos. Las causas son multifactoriales, pero evidentes. Tan evidentes que asusta la ausencias de medidas. Hay numerosos tipos de violencia, la física no es la que mayor daño causa. Con seguridad, es el silencio de un sistema que dinamita con feracidad las cualidades intrínsecas de la mujer, el que provoca la desazón más profunda. La denuncia no es el primer paso, el primer paso es la educación para el amor, para la igualdad y para el respeto hacia todas las personas. Educación para la no violencia psíquica ni física.
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La tensión con las cual las mujeres nos hemos acostumbrado a vivir es el fruto de la mala gestión social hacia el otro sexo, hacia lo diferente; la renuncia a concedernos ser parte sustancial y orgánica de un mundo que no se encuentra limitado por ningún anclaje anacrónico. Ni mucho menos por la superioridad física ni intelectual de ningún género.
Mirad al exterior, y seguiréis viendo cuales son los puestos laborales a los que las mujeres tienen acceso, la calidad de éstos, y la retribución económica promedio. Observad como la publicidad sigue embelleciendo estereotipos falaces y artificiales. Seguid observando la industria de la pornografía y veréis como las fantasías están construidas según las perversidades masculinas, y como éstas alimentan y prefijan la educación sexual de los más jóvenes. Seguid observando como la mujer pasa horas en la cocina o planchando, mientras la sociedad la denigra y la cosifica hasta límites inhumanos. Veréis, aún, mujeres sin libertad bajo el yugo etnocentrico que aniquila su voz y sus derechos.
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La violencia contra la mujer se da en muchas esferas y en muy distintos niveles. Desde los estratos más bajos hasta los más elevados. Para erradicarla deben reorganizarse las instituciones públicas y privadas desde abajo y transversalmente. Deben respetarse los códigos deontológicos, aprobar medidas, subvenciones y leyes que consigan afianzar la protección y seguridad de las mujeres, endurecer las penas de los violentos, y de los asesinos. Porque no nos olvidemos de que están siendo asesinadas. Se debe cuidar y proteger a la mujer desde el respeto y la admiración. Fomentar el desarrollo óptimo de la salud mental desde las edades más tempranas. Prevenir y proteger a cualquier ciudadano de las sombras que germinan en la sociedad opresora y oprimida contemporánea, de la tiranía del único anillo, y superar la degradación femenina que fomentan los fundamentalismos.
Cualquier mujer que sufre violencia por parte de su pareja, o expareja, necesita demasiadas herramientas y ayudas, emocionales y materiales, para que desde el primer golpe o la primera palabra atemorizante no lo vuelva a permitir. Es necesario que las mujeres crezcan fuertes. Fuertes y libres. Si por el contrario, la civilización en la cual vive le ha inyectado el veneno de la enfermedad social o la precariedad mental (en la que actualmente se encuentra nuestra civilización), las complicaciones de la independencia económica y los numerosos fallos en los dispositivos de seguridad, el miedo, entonces, paralizará cualquier señal de esperanza.
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Ante las víctimas por violencia de género de esta pasada semana, las del mes pasado, las del año pasado, las de la última década, las de los últimos siglos, ante las injurias históricas, ante la ignorancia, ante la violencia ; hija del odio, no podemos más que comenzar a hacer bien lo que seguimos haciendo mal, demasiado mal. No podemos ser cómplices de la mala praxis a través del silencio, porque hoy más que nunca la no acción conlleva perpetuar un silencio de sangre. Ni una menos.
A todas ellas.
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