Sentimientos y contradicciones
«La mayoría de nosotros en el fondo no nos creemos lo que a fuerza de aplausos, canciones y mensajes pasteleros televisados pretenden que creamos»
Ángel Guerra
Miércoles, 6 de mayo 2020, 07:27
Estamos en la era de las etiquetas y ponemos etiquetas a todo y a todos. Cuando algo es ya un estándar, asimilado o no socialmente, inmediatamente le colocamos un titulillo, como así lo llamaba mi abuela Benita.
Manejamos el termino 'síndrome' para meter en un saco todos aquellos comportamientos que se desvían de lo que los normales consideran normal. Y entre una lista interminable de ellos, siempre podemos encontrar alguno que defina un comportamiento o actitud.
Ahora, la mayoría de los españoles estamos padeciendo el síndrome de Estocolmo, esto es, estamos viviendo un estado psicológico tal, que aún siendo las víctimas de un masivo 'secuestro' o confinamiento en nuestras casas y ciudades causados por la incompetencia y errores de otros, estamos desarrollando una relación de complicidad con nuestro 'secuestrador', al que no solo hemos perdonado sino al que, además, hemos llegado a justificar sin rechistar.
Ahora nos sentamos frente al televisor y las cifras de muertos diarios por la pandemia que hace cuarenta días nos producían pavor, ahora ya casi no nos importan, o nos importan menos al comprobar que sólo son unos centenares los que mueren cada día. Estamos asimilando y perdonando a golpe de aplauso y rancias canciones que en su día sirvieron para revindicar y ahora sólo sirven para alentarnos a nosotros mismos en esta huida hacia delante.
Necesitamos arengas y canciones de aliento para asimilar la 'nueva normalidad', otro titulillo que nos hemos inventado para hablar del futuro incierto que vendrá en un mes. En esa nueva realidad, importan menos los muertos que nuestras vacaciones, los hospitales que las playas y los héroes que los chiringuitos. Estamos convencidos de que hemos aprendido la lección, que de esta saldremos más humanos, más amables y solidarios, y que debemos dar más respiros a una naturaleza enferma de muchos males.
Pero no, la mayoría de nosotros en el fondo no nos creemos lo que a fuerza de aplausos, canciones y mensajes pasteleros televisados pretenden que creamos. Eso sólo es humo. Estamos padeciendo un síndrome de Estocolmo agudo y lo perdonamos casi todo. Ahora ya sólo nos preocupa si podremos comer al mes que viene, si seguiremos teniendo trabajo el que lo tenga o si conseguiremos uno, aunque sea de extra, y a donde nos podremos ir de veraneo en agosto, ya puestos.
Todo lo demás son milongas y buenas intenciones que acumulamos ahora en la trincheras, pero que olvidaremos cuando nos enfrentemos en un cuerpo a cuerpo a los rigores de la 'nueva normalidad', esa que no espera a la vuelta de la esquina y que nos volverá a poner los pies en suelo, por debajo del suelo si las cosas vienen mal dadas, como es de suponer.
Mientras, seguiremos resistiendo al resistiré y aplaudiendo con reservas no sabemos a qué ni a quién, hasta que alguien ponga un titulillo a esa actitud de anormal complacencia. Lo mismo se trata de un síndrome de estrés postraumático, y como es un síndrome ya tipificado pues nos quedamos más tranquilos.
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