Réquiem por la infancia
Laura Casado Porras
Jueves, 29 de abril 2021, 00:19
Tan solo son niñas y niños. Seres Inocentes e inermes. Fustigados por los vientos de grandeza de una civilización hueca y marchitada. Seres Jugando al requiebro infernal del ajedrez inhumano de la ambición. Ecos de desesperanza, vientos avivados por el imperio unidireccional; aciaga realidad. Infancia robada a jirones. Desconsuelo sin abrazos. Lágrimas sordas deambulan, sin esperanza, por el camino execrable de la impunidad de los miserables. Muros de codicias, tierras de nadie bajo el amparo de la ley, que no de la justicia. Alevosía, ensañamiento. Perdición.
Niños y niñas transitando entre el calor del hogar perdido; memoria errante, trauma perenne. Subterfugio canalla. Infancia arrancada, arrojada a los abominables surcos de las industrias, sin el tierno abrazo de la herencia fraternal. Ya no hay tiempo para jugar en el parque con la alegría. Las lágrimas vertidas desvelan al quejido sintiente: si no hay amor hacía los seres más inocentes, entonces no hay camino sin trampa ni maldad.
El mediterráneo huele a sangre. A silencio. A corrompida falsedad. A niño y niña sin aliento que yacen en la arena mientras sus padres maldicen el juego infernal de las armas, del petróleo, de la inhumanidad. La infértil cigüeña del mar arrastra la losa de la impiedad. Las puertas de sal del averno reciben a seres inocentes, nosotros, en cambio, les dejamos naufragar. Luchan por sobrevivir lejos de la tierra que los ha engendrado porque somos dueños de ella. Mientras lo intentan, miramos sin oír, hacia ninguna parte. Desvelo claro de la mañana, si no oyes sus gritos, la espina nunca sangrará. Ciega nuestra civilización, abandonamos todas sus esperanzas mientras la fe naufraga en el agua roja.
Las fronteras sollozan por el oro podrido, por la pérdida de los derechos humanos, por la circunstancialidad de la avaricia. Por la ceguera material. Niñas y niños desenraizados luchando por su supervivencia. Y, ajenos, continuamos nuestra contienda, embadurnados de imperturbabilidad, cebados de innecesarias faltriqueras, de sentencias presuntuosas en el imperio de la vanidad. La veleta no encuentra el norte porque ningún viento del sistema ególatra le es favorable.
El llanto de la infancia se camufla. La verdadera pandemia es el desamor. Gritos de auxilio, socorro ausente, virtud podrida de la civilización perdida. Hundida. Naufragio este más que merecido. Todas las voces se marchitan en el oasis de la indiferencia. Veo armas entre sus manos. El sucio juego engendra valores de destrucción natural. Todo vale para afianzar el interés, incluso permitir que inocentes vidas sollocen maldiciendo su calvario. ¡No es esto para lo que vinisteis a nacer!
Niñas en manos de hombres. Vírgenes adulteradas por el crudo sudor de las tinieblas. Perversión en sus miradas huecas; lágrimas en el corazón de ellas, por hoy y por siempre. Vestales inocentes, pétalos de nieve ahogados en silencio encubridor. Niñas desnaturalizadas, niñas sin libertad. Niñas esposadas. Niñas condenadas a la ablación. Explotadas. Niñas sin esperanza. Solo sombras mancillando sus frágiles cuerpos. Tempestad sin gloria, esta contienda terrenal.
Inocentes vidas abandonadas al designio de los hados. Desigualdad perpetúa, tristeza profunda en sus miradas de autenticidad. Exclusión, retrato de la fealdad de la indiferencia. Violencia social y familiar permitida, interiorizada y camuflada en las luces estridentes del carrusel del parque temático de la ciudad más bella. Violencia sexual, a escondidas. Abuso; placer del sádico hombre corrompido. Proxenetas del diablo; dinero y placer se tiñen de infamia y crueldad.
Niñas y niños de la calle, sin salida alguna a la felicidad. Trabajo infantil sin límite, sin pan, sin escolarización ni sonrisas. Sin dios ni humanidad. Niños y niñas traficantes y traficantes de niñas y niños. Seres desnutridos, malnutridos, seres sin el alimento del amor. Infancia sin vacuna, ni agua potable. Muerte por inanición, neumonía, diarrea o malaria. Muerte por falta de amor. Muerte insolidaria. Seres sin protección, sin acceso al bienestar, flotando en la desigualdad de las cosas. Sonrisas quebradas, lamento frágil de la infancia sin futuro sostenible. Camino perdido en el descanso de la comodidad ficticia.
Escucho el discurso cargado de saetas retóricas. La palabra vaciada de verdad es el emblema del sofista, del utilitarista sin ensismamiento, sin raíces firmes ni frutos sagrados. En la fría noche, se oye el lamento desorientado de la infancia. Escucho el llanto de todas y todos los niños. El llanto de la desesperación. La última llamada hacia la salvación. Mientras, al mismo tiempo, el rio sigue su curso y los beneficios siguen atascando el corazón de la codicia. El silencio de todos y de todas ellas mata cada segundo a miles de vidas inocentes. La naturaleza entona un réquiem por la infancia, pero no saben descifrar su melodía misteriosa. Entonces, ¿para qué seguir naciendo?
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