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José Cercas JESÚS M. AVILÉS
Reflexiones desde la ventana

El pueblo

josé cercas

Lunes, 25 de enero 2021, 02:08

Éramos un pueblo feliz, juntos recorríamos los páramos desiertos, los caminos de la lluvia, la alegría escrita en los vértices de nuestros labios. Digo que éramos un pueblo feliz.

Todos los días muy de mañana, los niños iban en busca del agua, necesaria para la vida, a la fuente clara; los padres salían al sudor del pan, a la cosecha del trigo y las madres, a la sombra del aire, tendían la ropa recién lavada. Éramos un pueblo feliz.

Pero un día alguien dijo, «no soy feliz», todos le miramos con el asombro que deja no haber visto nunca un hombre triste; decía que era desdichado por no tener zapatos como los de los forasteros; el pueblo entero se miró los pies, nadie tenía zapatos, ni sandalias de cuero, ni tan siquiera alpargatas de esparto. Todos íbamos descalzos y nadie nunca se quejó de ello. Un buen día, se reunieron en consejo, los ancianos del pueblo y decidieron que no podíamos consentir que alguien estuviera triste en nuestra aldea, entre todos debíamos conseguirle el calzado deseado, pues éramos un pueblo feliz.

Éramos tan felices que cuando el hombre con sus zapatos nuevos nos dijo: «Vuelvo a estar triste», nos volvimos a mirar preocupados y al instante quisimos remediar la pena de este ser desdichado. Nos dijo que se cansaba de tener que ir todos los días a la fuente clara. Fue entonces cuando el pueblo pensativo, decidió ayudarle de nuevo y canalizaron el manantial hasta su casa, pues éramos un pueblo feliz.

Éramos tan felices que fue tarde cuando nos dimos cuenta de que nuestro vecino, nos cobraba por el agua. Tuvimos que trabajar para él para conseguir, tan solo, agua para aplacar la sed. Ya nunca más fuimos un pueblo feliz.

AL RÍO GIBRANZOS QUE BESA LAS ORILLAS DE MI PUEBLO.

He aquí el arroyo, la luz que cubre el tiempo,

el agua que besa el recipiente mágico de la tierra,

la luz cristalina que ama las longitudes.

He aquí el arroyo con su maleza en la orilla,

con su canto familiar y distinto:

baja de la colina como un azote

que limpia y pule la estructura de la piedra.

A él se acerca el pájaro del vuelo,

la lombriz que arrastra su perfil teórico,

el jabalí que hunde sus manos en la poza.

He aquí el arroyo,

aquel que muere de alegría en el afluente.

El afluente es un brazo gigante

que danza en los acueductos,

que sonríe al niño

en su estival cautiverio de agua;

el afluente es una lengua

que muerde la boca del río.

El río es un paisaje

donde habita la voz secreta de la grama,

de los huertos recostados a los flancos.

El río es un profesor que nos habla

del agua que camina

y va a morir en los labios abiertos del mar.

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