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Beatriz Cabrera, junto a su grupo de alumnos en Trujillo
Reflexiones desde la ventana

¡Hasta pronto, mi Torgiela!

«No me queda otra que contradecir al ya clásico tema de Joaquín Sabina y añadir que 'al lugar donde has sido feliz, sí debieras tratar de volver'. Volveré»

Beatriz cabrera portillo

Martes, 15 de septiembre 2020, 10:30

Dicen que una no es exactamente del lugar donde ha nacido, sino donde su corazón pace. El mío lleva paciendo en Trujillo hace tres años y ya se ha quedado anquilosado entre las piedras de la magna plaza que vigila Pizarro a lomos de su caballo. Hace un par de semanas, a modo de embate, recibía la desafortunada noticia de que tenía que decir, a modo de ostracismo temporal, «hasta pronto, mi Torgiela» y más concretamente al Aula de Adultos. Todo ello ocasionado por un error administrativo; curiosamente nunca una letra podía tornar en tan distinto el devenir de un ser humano (o de varios). Y es que Trujillo me ha concedido los mejores años de crecimiento profesional y personal, pues tras su fortaleza, he forjado grandes amistades, algunas incluso que me han conducido hasta los confines de la Tierra (al gélido techo de Europa) e incluso a este periódico que ahora lees.

Llegué al AEPA Francisca Pizarro Yupanqui, como muchos otros docentes, desconociendo el mundo de la Enseñanza de Adultos. Aún recuerdo cuando mi compañero Ángel Ordiales, director del Aula durante varias décadas y ahora amigo, me dijo en nuestra primera conversación telefónica: «esto es diferente» ¡y tanto que lo es! Para estar allí hay que sentirlo, tener lo que yo llamo, 'el espíritu inherente de Adultos'. Es entender la educación desde otro ángulo, el de concebir la docencia como algo más que una mera transmisión de conocimientos, sino yendo de la mano de la empatía y atender a unas necesidades sociales en una enseñanza que ya de por sí, la de Adultos, lleva consigo la excepcionalidad por bandera.

Teniendo en cuenta ese escenario, mi labor docente allí con el grupo de Inglés de Enseñanza no Formal ha tratado de ser un ambigú de propuestas que sí estaban en sintonía con nuestra neurobiología, como bien apunta la Neurodivulgadora Esther Giraldo, a saber, música, baile, teatro, juego, creatividad, cooperación, esfuerzo y risa, mucha risa. Los alumnos de Inglés acuden voluntariamente al Aula para aprender un idioma y es precisamente ese carácter voluntario el que hace más que necesario activar el tálamo hasta llegar a la satisfacción, no sin pasar antes, por supuesto, por la expectación y la curiosidad. ¿Cómo aprender si no? Y ahora que arrancamos un nuevo curso es esa precisamente la pregunta: ¿cómo aprendemos en este momento cuando 'el fantasma que escapó de Wuhan' nos tapa la boca y nos separa? ¿Estamos ante una transformación real o, por el contrario, caminamos como los cangrejos a nivel pedagógico? Demasiadas preguntas en el aire repletas de incertidumbre.

Dicen que la aceptación forma parte de la vida, pero no hay peor sensación que sentir que no cierras etapas, que son un conato, una asíntota. Alumnos sin despedir como merecen, los micros de Radio Yupanqui en off desde hace meses, proyectos inacabados y mis tres años en el Aula guardados en una maleta, la de mis viajes. Una despedida en silencio, sin mirar atrás para que duela menos. Por eso, sirva esta columna de homilía a mis alumnos (Enrique, Rosa, Toya Suero y Toya Díaz, Carmen, Sole, Salada, Toñi, Pilar y Mayte), pues no se me ocurre mejor forma de homenaje público que esta.

Y bueno, una que es irreverente por naturaleza, no me queda otra que contradecir al ya clásico tema de Joaquín Sabina y añadir que 'al lugar donde has sido feliz, sí debieras tratar de volver'. Volveré. De momento, nos vemos por aquí entre líneas y olor a papel de periódico…

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¡Hasta pronto, mi Torgiela!