Francisco Mateos
Reflexiones desde la ventana

El mismo perro, distintos collares

«Ningún totalitarismo es peor que otro. El fascismo y el comunismo son perfectamente comparables»

francisco mateos

Lunes, 22 de marzo 2021, 00:43

Hablando hace unos días en Facebook sobre lo gratuito que últimamente es usar los términos fascista y comunista en tertulias políticas o reuniones con amigos, me sorprendió que aún circulase la idea de que pudiera haber unos totalitarismos mejores que otros. Me llamó la atención que hubiese personas que, por ejemplo, pensarán que los crímenes nazis fueran peores que los practicados en la Unión Soviética. Desde luego, bajo mi punto de vista la intolerancia y la barbarie no tienen color político.

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El problema puede estar relacionado con que los fascistas perdieron la II Guerra Mundial y los relatos que predominan son siempre los de los vencedores, así es que todos hemos podido estremecernos leyendo 'El diario de Anna Frank', viendo 'La lista de Schindler', 'El niño del pijama a rayas' o la serie 'Holocausto', por lo que conocemos de sobra la barbarie nazi.

Sin embargo, los comunistas estuvieron en el bando de los ganadores y Stalin gobernó con mano de hierro la URSS hasta 1952, por lo que el relato de la barbarie comunista tardo más en llegar a la cultura popular.

En fin, solo hay que leer 'Archipiélago Gulag', del premio Nobel Alexander Solzhenitsyn, para conocer cómo se las gastaba Stalin con sus propios compatriotas en los 30 años en los que dirigió una de las dictaduras más sangrientas del Siglo XX. Aunque hay un par de historias muy representativas de ese régimen brutal que son mis favoritas: la de Galia Nafonovna y la de la de Nikolái Vavílov.

Nikolái Vavílov fue un botánico y genetista ruso que recorrió el mundo para crear la mayor colección de semillas de su época mientras investigaba sobre el origen de las plantas cultivadas y sobre la inmunidad de los vegetales. Nació en 1887 en Moscú, en el seno de una familia acomodada y de niño tuvo la oportunidad de conocer la terrible hambruna que asoló Rusia en 1871 y que prendió la llama de la Revolución Rusa 26 años más tarde.

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Creó y dirigió en Leningrado uno de los institutos de investigación más importantes de la URSS y siguió trabajando duramente hasta que se topó con el fanatismo y la pseudociencia del favorito de Stalin; Trofim Lysenko, el 'científico del pueblo', que defendía el saber secular de los agricultores soviéticos, frente a la ciencia oficial de los 'científicos burgueses', educados en la universidad. Lysenko defendía que con solo congelar las semillas de los guisantes antes de sembrarlos, sería suficiente para que los cultivos resistieran las heladas.

Tras algunos enfrentamientos, Vavílov cayó en desgracia. En plena época de purgas estalinistas, Lysenko pudo ordenar fusilarlo si hubiese querido, pero le reservó un destino mucho más cruel: dejó morir de inanición al hombre que más había hecho por luchar contra el hambre de la Unión Soviética. De forma similar a la historia sobre Hipatia de Alejandría que Alejandro Amenábar contaba en 'Ágora', la demagogia y el sectarismo volvían a triunfar sobre la ciencia y la razón.

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La triste historia tiene un epílogo esperanzador. Tras dos años, los botánicos del instituto de Leningrado dirigido por Vavílov resistieron heroicamente el asedio de las tropas nazis. Todos murieron de inanición, pero no faltó ni una sola de las semillas. Hitler no pudo hacerse con el preciado banco de semillas, Lysenko acabó provocando otra de las grandes hambrunas de la URSS y finalmente fue destituido. Vavílov fue rehabilitado en 1968 y uno de los institutos de investigación más importantes de Rusia lleva ahora su nombre.

En 2008 los gobiernos de varios países del norte de Europa crearon el Banco Mundial de Semillas de Svalbard, sucesor de la colección de Vavílov. Tarde y tras muchas muertes, pero acabó triunfando la ciencia. La historia es contada con mucho más detalle en el libro 'Cosmos, mundos posibles' de Ann Druyan.

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Galia Nafonovna fue la hija de una eminente epidemióloga rusa que fue encarcelada y enviada a una cárcel siberiana por negarse a denunciar a un compañero de laboratorio. Una más de los centenares de miles de mujeres encarceladas por acusaciones absurdas y condenadas a trabajar durante 14 horas al día en condiciones climáticas extremas y entre violaciones generalizadas. Unas circunstancias mucho más duras que las ya extremas que sufrían los hombres.

Galia nació en prisión y el resto de las prisioneras se esforzaron por crear cuentos con los pocos trozos de papel y lápiz que podían conseguir, para poder educar a una niña que solo había conocido los barracones de una cárcel. Galia contaba años más tarde que esos dibujos y relatos artesanales la hicieron feliz y fueron su tabla de salvación. Con ellos aprendió a leer y a conocer el mundo exterior.

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En el libro 'Vestidas para un baile en la nieve' de la escritora Mónica Zgustova se relatan esta y otras historias de mujeres encarceladas en las duras condiciones de las prisiones soviéticas de mediados de Siglo XX que muestran cómo la solidaridad y la cultura pueden sobresalir entre la barbarie y la brutalidad más absoluta.

Nafonovna y Vavílov son dos ejemplos de que la barbarie comunista fue tan grave como la fascista. Ningún totalitarismo es peor que otro. El fascismo y el comunismo son perfectamente comparables. Ambos se basan en la obediencia ciega a sus líderes a través del adoctrinamiento, eliminando todas las restricciones al poder del Estado, utilizando el terror para someter a los ciudadanos y creando un entramado legal para mantenerse en el poder.

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Los fascistas provocaron la expansión más brutal y sangrienta de Europa bajo la bandera de la superioridad de la raza aria y los comunistas diezmaron a su propio pueblo, solo para mantener a un hombre en el poder, esa es la única diferencia. La devastación, la muerte y la sinrazón es la misma en ambos casos.

La equidistancia entre posiciones políticas o ideológicas, tan perversa en muchas otras ocasiones, es en este caso éticamente irreprochable.

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