josé cercas
Viernes, 8 de enero 2021, 08:09
Era la tarde de enero trujillana, la reconozco de siempre fría, oscura, con luz parda, pero llena de bullicio. Turistas por doquier, de aquí para allá, mirándote como si fueras un figurante más de todo el conjunto de piedra y arquitectura. Los bares llenos, las cañas de última hora, la bruma que tirita en los ventanales de esa plaza tan imperial, tan orgullosa.
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Digo que era tarde, una tarde de enero del 2021, cuando subía con una amiga, con la mascarilla de moda, hacia el castillo. Soledad por todos lados, nunca había visto Trujillo así, y me dio pena, mucha pena; aquí vivía menganito, allí fulanito. Las farolas de estilo antiguo en las esquinas con ese color amarillento que les da, a las calles, un aspecto más lúgubre, más triste, el ruido de los pasos sobre la piedra lisa, húmeda y solitaria, el vaho en los cristales de mis gafas. Enero y Navidad y la amenaza del virus en todas las sombras de las torres y las arboledas. «Pepe, ponte bien la mascarilla, toma un poco de gel para las manos» -me dice mi amiga- y Trujillo, ciudad histórica, nos deja solos, completamente solos.
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