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Beatriz Cabrera portillo
El olvido que seremos

El olvido que seremos

Beatriz Cabrera Portillo

Miércoles, 8 de marzo 2023, 10:00

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Conticinio. Imagina que estamos sentados junto al fragor de la incandescente llama de una chimenea... Shhhh! Cuenta la leyenda que aquellos griegos, fervientes seguidores de la superstición y el drama, tenían entre sus creencias a tres dioses del tiempo: Cronos, Kairos y Aión. El primero, deidad del tiempo cronológico, era capaz de devorarlo todo sin ningún tapujo, incluso a sus propios hijos. Para él el tiempo era otro manjar, sobre todo el pasado por su obsolescencia y el futuro por su inmediatez. Es el 'tempus fugit' o el 'memento mori' del que hablaban los clásicos, es el cronófago del Corpus College de Cambridge, el cual viene a representar la naturaleza volátil del tiempo. Kairos, por el contrario, era la divinidad que aludía a la oportunidad. Este dios era característico por poseer un mechón en la frente y sufrir alopecia en el resto de la cabeza, de tal modo que, si pasaba por ti y no agarrabas su mechón, la oportunidad, fuera de la naturaleza que fuese, se volatilizaba y ya no había modo alguno de atraparlo después. Es el 'aquí y ahora', los trenes que pasan, el 'carpe diem' que impregna con tinta tantas pieles y menos almas. Y, en el justo medio estaba Aión, aquel dios de la eternidad, mitad hombre-mitad niño satisfecho siempre con el camino recorrido, es el 'Ikigai' del que hablan los japoneses y que, al parecer, les hace vivir hasta 100 años.

Y la retrospección torna mi mente en una foto en color sepia: deambulan por ella imágenes en movimiento que emulan al famoso caballo de Muybridge en su zoopraxiscopio, el 'stream of conciousness' de Virginia Woolf que revuelve tus cinco sentidos. Vista. Registrar viejas cajas y encontrarte verdaderos tesoros que envidiaría el mismísimo rey Salomón, calurosas mañanas de verano al deleite de una traviesa chica de trenzas rojas acompañada por su moteado caballo antes de que tu amado y enérgico Padre te saque el abono de la piscina. Olfato. El aroma a 'cestrum nocturnum' en las abrasadoras noches de estío, el olor a chimenea en invierno por el pueblo en Navidad o la esencia de las margaritas en el huerto de 'Las Cruces'. Oído. El sonido de las avispas en casa de los Abuelos a la hora de la siesta, el de las ranas en las noches de verano en la Nacivera o el crotoreo de las cigüeñas mientras preparas un examen de Selectividad con tu alma gemela, y nunca mejor dicho. Gusto. El del Cola Cao frío mientras la bonhomía en persona, mi Madre, escucha la radio por la noche, el del pan con bolitas de Justa y Andrés o el del delicado y tierno queso recién acariciado por las manos de una guerrera, Martina. Tacto. El del papel del libro El Árbol Sabio en una tarde de viernes en la biblioteca o el del aire en esas eternas noches en la calle jugando al escondite con las amigas.

Recordar. Solo eso. Recordar es volver con nostalgia, pero sin melancolía. Recordar es retornar a las raíces: las más arraigadas o aquellas que solo estaban de paso. Recordar es volver a buscar por tierras que no están tan bajas una vieja granja que esculpiría solo una parte más de quien serías en un futuro, es ver lo mismo con una mirada más madura, más consciente, más humilde. Pues dicen que mientras recordemos, no olvidamos, o como decían los clásicos: 'Non Omnis Moriar', que es básicamente cómo la verdadera muerte sobreviene cuando se olvidan a aquellos que vivieron y no están ya entre nosotros. Cuentan que esas almas que descansan en paz a menudo liban de uno de los ríos del Hades, el Lete, y al purificar su esencia, olvidan su vida en la tierra. Por otro lado, los que estamos en ella, tenemos a nuestro alcance una tentadora flor que, aunque de albar puro, puede hacer que no recordemos nuestro pasado. O si no, que se le pregunten a Ulises en su periplo por la isla de los lotófagos…

'Quotidie Morimur', cada día morimos. Podemos pasar la vida pensando en este latinismo o decidir exprimir desde el primer rayo de luz del día hasta que el cielo se torna en manto oscuro. Ese es el verdadero compromiso que tenemos con la vida. Yo me permito la licencia de cambiar la locución latina y adaptarla a mi propia realidad y me digo: 'Collige, viator, rosas'. El tiempo es el bien más abstracto e intangible que tenemos. Por eso, valga esta reflexión como dedicatoria para aquellos que se fueron y a los que estando y sin probar la flor del loto, involuntariamente, olvidan. Para que recuerden que nunca caerán en el olvido.

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