laura casado porras
Jueves, 25 de febrero 2021, 07:39
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Mea Culpa. Lo sencillo que resulta echar la culpa a los demás, a los otros, a aquellos que gravitan lejos de mi corazón, lejos de mis intereses. Mi vida es un continuo ensayo y error, lo asumo, lo acepto. El hacerme cargo de mis errores, transforma todo lo que hay de sinceridad en mí. ¡Qué no es poco! Así que, sirva de precedente que aquí, entre estas líneas de purísimas esperanzas, entono el Mea culpa.
Nunca he aprendido más que de todas aquellas veces que he errado. ¡Tantas!
Camino traslúcida, por calles quebradas que alumbran a la razón. Afortunadamente. Si no fuera así, la vida estaría desprovista de sentido, sería como una piedra deslavazada. Siento la perplejidad recorriendo cada célula de mi fisiología. Y pienso que no me es posible permanecer en silencio, a pesar de su templada belleza, me es preciso, acorde a mi circunstancia, alzar la voz, una vez más, para ser sincera conmigo misma. Calles quebradas, decía, y no por casualidad, no creo que nada lo sea. Es posible pasar mil veces por un mismo sitio, y permanecer en la ceguera inercial de siempre. Pero, un día, algo cambia, la visión se amplía, nos damos cuenta de que hay algo que no es como debería ser, y la responsabilidad, que eleva su tono, nos llama desesperadamente.
No me es posible comprender el estado que presentan la gran mayoría de las calles de nuestro amado pueblo: están construidas de remiendos, de guijarros inestables, de socavones irregulares, están «apañadas» a la maniera tosca. Sin flora, sin vida, sin sentido estético. Tal obra de ingeniería no se hace en un año, ni en una década. Es posible, quizás, que un adolescente no se acerque a la gravedad del asunto, pero cuando los años cubren al ciudadano, tal ingeniería se convierte en la peor de las trampas, en una proeza que sortear cada día, en una caída posible, en un nuevo deterioro físico. Trujillo es mucho más que su parte antigua, que sus palacios, su conquista, su Pizarro o su Hernando, mucho más que su historia. Trujillo es su gente, y es su bienestar.
Mercedes es mi madre. Pero podía ser cualquier madre (cualquier padre o cualquier persona). Camina con bastón desde que un ictus cambió nuestras vidas para siempre, hace ya algunos años. Ella ama su libertad, la cual se ha forjado a base de voluntad, sacrificio y mucho esfuerzo. Y por ello, le gusta andar sola por su pueblo, que es el pueblo de sus padres: Cándida Jiménez Santa María y Andrés Porras. Pero le cuesta más de lo que tendría que costarle, y no solo por su estado físico sino por el estado de las calles, que entorpecen el acto cotidiano de andar a cualquiera, pero sobre todos a niños y a personas mayores. Ella, se ha caído muchas veces, algunas se ha roto el brazo, otras tantas ni nos hemos enterado, porque es dura y fuerte como la verdad y no quiere preocuparnos. A veces, es porque más que andar quiere volar, otras no: una piedra del parque que no está en el lugar que debiera, un desnivel insondable, una dejadez congénita y un silencio que tras el vagar de los años, hoy grita.
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Manuela se vale de una silla de ruedas para salir a pasear. Tiene 84 años. Es mi tía, mi tía Loly, tan querida por todos. Pero podía ser cualquier tía, cualquier persona que necesite utilizar silla de rueda o se encuentre limitada físicamente. Siempre hace el mismo paseo, de casa al pozo de la carretera de Cáceres. No puede ir a otro lugar porque la situación del pavimento lo impide. No tiene más opciones. Un día la llevé a San Lázaro, no pudo entrar en la ermita, se apenó. Cuando llegamos al parque, después de varios sustos, entendimos de que nunca más volveríamos a repetir aquel trayecto, era inviable por peligroso.
Manuela y Mercedes, hermanas de sangre, se ven casi a diario. Esperamos a que tía salga de la escuela de la memoria y nos sentamos un rato en el parque. Reyes también viene a acompañar a su madre. Las cuatro sabemos que aquellos momentos son imborrables, únicos, y que dentro de unos años, esperemos que muchos, la memoria nos traerá estos días de rosas y alegrías llenándonos los ojos de lágrimas de nostalgia. Ambas hermanas se quieren mucho, se les nota. Mercedes, mi madre, no para de decir a su hermana lo guapa que está, -Guapa, guapa-, le dice convencida. Mi tía, no para de decirle a su hermana lo tremenda que es y lo bonito que tiene el pelo. Se llevan diecinueve años. Otros días acompañamos a mi madre a casa y al pasar por el CPR, 'las escuelinas', nos asombramos por el estado de aquella zona, que es su día era zona de recreo; no hay ni un solo árbol, ni un solo banco, ni una triste flor, es más, falta medio metro de profundidad del pavimento. No encontramos ninguna explicación que pueda ser entendida para describir semejante dejadez o vandalismo. Este estado de aplanamiento paisajístico, habitual en muchas zonas de nuestro pueblo, (recordemos, por ejemplo, la pobreza o desastre medioambiental de la avenida de Cáceres) no es cosa de un día, ni de diez años. Es una omisión, más que evidente, del bienestar ciudadano y medioambiental.
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Hay días que también vienen a pasear con nosotras tía Nieves, y Tía Pepita Casado. Pasamos grandes momentos de risas y de recuerdos, de nostalgias y de alegrías. Apreciamos la gracia del instante, y la agilidad del tiempo que nos recuerda que nada es eterno bajo el sol. Memento mori. Tía Pepita suele recordarnos lo rápido que se le ha pasado la vida… Tempus Fugit. Tía Amelia permanece eterna, siempre, en nuestros recuerdos y en nuestros corazones.
El presente es nuestra única certeza, en él cohabitan tres generaciones: juventud, madurez y senectud se entrelazan. Cada visión vital de estos grupos generacionales afronta la realidad desde ópticas diversas. Solo desde la última etapa, desde el invierno de nuestros días, la visión de la vida, quizás, cobre el sentido necesario para entender e interpretar el mundo desde una mirada objetiva e integradora, entonces nos será posible otorgar algún significado a la senda que hemos rubricado. Cada grupo presta atención a las necesidades acodes a su palpitar jerárquico, la preocupación física del adolescente, perdida entre juegos estéticos, poco tienen que ver con la preocupación física de la senectud; en donde la vida se torna dolor y batalla física.
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Cuando miramos a los gobiernos centrales de las naciones, solemos reprocharles lo poco, o casi nada, que salen de su acotado círculo para averiguar, de primera fuente, cuál es el estado real del pueblo, del ciudadano, del trabajador, de sus estudiantes, cuál es el estado de sus calles, de sus viviendas, etc. Hay dos realidades diametralmente opuestas, el círculo político no es el mismo que el círculo del ciudadano de a pie. Esta diferencia de grado hace que el político nunca pueda sentir ni descubrir cuáles son las necesidades reales del hombre, ni cuanta carga emocional, tensión o frustración lleva adherido a su biografía. Por ello, las palabras resultan ser el acto supremo de manipulación social. Este modelo de violencia psicológica no está nada alejado de la violencia física, denunciamos ambas, y abogamos por un modelo crítico de estabilidad social que sea imparcial y proyecte una equitativa sociedad, que no tiene que ver con dar a todos las mismas oportunidades, que tampoco es el caso, y sí con dar a cada cual lo que necesite, según sea su circunstancia así serán sus necesidades. Cada ser humano se encuentra con la dura piedra de su intransferible palpitar y con la realidad de sus condiciones familiares, sociales y laborales.
Quizás me he alejado un poco del eje vertebrador de este artículo, o no, el único fin, es apelar al paseo social del político, local o gubernamental, a que se baje de su burbuja ilusoria, para que con ello pueda conocer el estado verdadero del pueblo, para que conozca su sentir. Cuando uno sale a caminar, cuando se reviste de humildad, como cualquier otro vecino, tropieza con la realidad, con la nuda veritas, y es cuando entiende que hay calles que están remendadas y son peligrosas, que hay vecinos con necesidades especiales, y que la vida, lejos de ser un jardín de rosas, es dura para todos. Entonces, cuando comprende que durante años, décadas, las cosas no se han hecho correctamente, y entona, reitero, con humildad, la más grande de las virtudes; el mea culpa, comienza a renacer de sus propias cenizas cual ave fénix. Y la ciudad recobra el hálito de esperanza perdido años atrás.
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Decía G. Orwell: «que cuanto más se desvía una sociedad de la verdad, más odiará a aquellos que la proclaman», yo asumo mi destino estoicamente, y a la vez me siento merecedora de éste. Pocas cosas pueden perturbar a mi paz interior. Tan solo las injusticias sociales o naturales consiguen romper el silencio, roto éste solo intento crear una bella melodía, una pequeña flor, y como decía W. Blake: «Crear una pequeña flor es trabajo de siglos». Todo lo demás es insustancial y no está dentro del orden de mis intereses. ¡Bendita madurez aquella que nos regala el tiempo! ¡Bendecida la vida de la persona que lo sabe ver!
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