
JUAN CARLOS AVILÉS
Domingo, 7 de noviembre 2021, 07:08
«¡Halaaaa…!», exclama boquiabierto un renacuajo de seis años al comprobar cómo una gigantesca pompa de jabón engulle a un compañero del cole. «¡Ohhh…!», profiere una paisana de la tercera fila al ver a una enorme jirafa, con cuerpo de escalera churretosa y cabeza de sillín de bici, ejecutar unos sutiles pasos de ballet. «¡Qué bárbaro, mi arma!», suelta una jovenzuela, probablemente de Sevilla, que no para de hacer fotos a una rodilla cantarina que se acompaña con una guitarra chiquitaja (¿ukelele, tal vez?). Es el mundo de la magia, de lo imprevisible, de la fascinación, de la sorpresa y de la poesía. Un universo en el que el cuerpo y los objetos se reinventan a sí mismos y se manifiestan en centenares de formas, lenguajes y relatos que solo una imaginación prodigiosa y libre de convenciones puede concebir. Son los títeres y sus portentosos artífices, los titiriteros, capaces de hacerte olvidar dónde empieza uno y acaba otro, los magos de lo inverosímil, los domadores del material de los sueños. Y todo para chicos y grandes, oiga. ¿Alguien da más?
Acudí, hace nada, a la sexta edición de Titerex, el festival de títeres y marionetas que se celebra todos los años en Extremadura, con una doble ilusión: la de darme un baño de fantasía y la de reencontrarme con un viejo amigo de pasadas aventuras teatrales, su promotor y director, Carlos Sánchez. Carlitos empezó como actor en una memorable compañía de teatro independiente que sólo recordamos quienes peinamos canas o lustramos calvas, el grupo Tábano, y que arrojaron chorros de luz en el oscuro túnel de las postrimerías del franquismo. ¡Bendita militancia! Desde entonces, Carlitos no ha parado de moverse entre bambalinas y despachos, bien como intérprete para ganarse el proceloso sustento o como rastreador de subvenciones y atisbador de compañías para reunirlas en festivales como la ya desaparecida Muestra Internacional de Teatro Independiente de Madrid. En aquella nunca faltaban espectáculos de títeres, o de circo, o de cualquier otra manifestación escénica, siempre con la certera idea de que es la vida la que debería imitar al teatro, y no al revés, como algunos indocumentados sostienen. Y ambas contienen infinidad de formas de expresión.
Como el mundo es redondo, y además gira, Carlos Sánchez encontró en una de sus curvas a su actual compañera, la artista plástica pacense Lourdes Murillo. Ambos, y un simpático perro 'colinero' que atiende por 'Pizca', recalaron en Huertas de Ánimas por aquello de intermediar entre Madrid y Badajoz (aunque a favor de ella, claro), que el amor es lo que tiene. Allí crearon la asociación cultural El Recreo, desde la que acercan el teatro a chavales y escuelas, conscientes de que como la cultura es el patito feo de la Administración, alguien tiene que hacerlo, y nadie mejor que ellos Y de allí salió también este espléndido festival de marionetas que la musa Talía, y las racanillas arcas públicas y privadas, guarden muchos años.
Yo, desde luego, les pondría una calle.
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