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Reflexiones desde la ventana

Mamá, quiero ser Youtuber

«Con todo ello, los docentes nos vemos avocados a la constante pérdida de autoridad, sucedida por el consiguiente 'síndrome del burnout teacher'»

Beatriz Cabrera Portillo

Lunes, 8 de febrero 2021, 02:03

Dos semanas.

Solo dos semanas de 'pseudo-confinamiento educativo' nos han servido a algunos para refrendar ideas que llevan enconadas hace tiempo en el subconsciente. Aunque suene a tono furibundo, nada más lejos de la realidad, pues las líneas que aquí ves bailar son únicamente la humilde reflexión de una docente de vocación desde aquellos tiempos en los que el tubo del cepillo de dientes del flúor de los jueves servía de portatizas y las puertas de la casa de tus padres de pizarra.

Desde entonces, a algunos que pertenecemos a la que llaman 'generación Y o millenial', nos dio tiempo a dar el salto con pértiga desde el pupitre hasta regentar la mesa del profesor. La concatenación de leyes educativas, casi paralela a la nomenclatura de generaciones (X, Y, Z) ha convertido a la educación en fiel testigo de un periplo de sinsabores que ni el mismísimo Odiseo en su travesía por el Mediterráneo.

A mis maestros y profesores les tocó lidiar con la generación Y; a mí con la post-millenial o Z. Desde 2008 me di a la vida nómada y eso me condujo a realizar un verdadero experimento antropológico allá por cada centro educativo que pisaba. Curiosamente, a pesar de tratarse de puntos geográficos y cronológicos dispares, todos aquellos alumnos tenían y tienen características muy afines. ¿Quién no ha escuchado a un aprendiz haciendo gala de la mediocridad de sus resultados académicos? No es novedoso para el docente raso observar la actitud laxa del alumnado, su automatismo gris y su recurrencia a la ley del mínimo esfuerzo. Eso aparece reforzado por este perno anclado al que hemos tenido que adaptarnos dada la impuesta igualación desde la superficie, en esa búsqueda por 'democratizar la educación', olvidando que se premie la meritocracia. Tampoco es ignoto para el docente en primera línea de batalla esa actitud escapista del alumnado cuando se le encomienda una tarea, recurriendo a la inmediatez inyectada en vena por sus referentes máximos: las mismas redes sociales que te exigen, como máximo, 280 caracteres. Eso, como no podría ser de otro modo, se traduce en trabajos donde el máximo esfuerzo que ha puesto el alumno es de 'copy, paste y google translator'. Paradójicamente a estos les llaman 'nativos digitales' por el simple hecho de haber nacido con una 'tablet' bajo el brazo, cuando en realidad sus competencias digitales en la gran mayoría de los casos se reducen al uso de Tik Tok e Instagram. Un claro ejemplo de que dar la espalda a lo analógico solo por favorecer a las políticas de 'innovación'que suenan tan bien sobre el papel es una supina estupidez, pues ambas son perfectamente complementarias.

Esa necesidad de obtener todo a golpe de pulgar se proyecta en la escasa tolerancia a la frustración que posteriormente desarrollan, pues aceptan un 'no' a regañadientes dado que se han educado en un contexto histórico repleto de derechos que parecen caídos del cielo en detrimento de sus deberes que no son sino las migajas de sus privilegios. Y aquí entra precisamente el concepto que viene a hacernos entender todo: la infantilización por parte de padres e instituciones educativas, en los que los docentes copan un abanico de competencias dignas de superhéroes con el don de la ubicuidad, fomentando así la inutilidad de seres que deben aprender a ser libres, tomar sus propias decisiones, asumir responsabilidades y compromiso con ellos mismos. Pero, claro, es más que comprensible cuando el propio estado nos monitorea a su forma y nos trata con una minoría de edad perpetua.

Precisamente la infantilización conduce a la añeja estratagema del sentimentalismo para alcanzar un objetivo o evitar un castigo a través de argumentos 'ad misericordiam' que apelan a la piedad del oyente; en definitiva, la llamada 'dictadura de las emociones'. Ahora bien, ¿cómo desvincularse de ello cuando la caja tonta y otros medios digitales, que colonizan nuestras vidas, refrendan el quiebre lacrimógeno y el narcisismo elevado a la enésima potencia a través de un oropel de 'fake selfies' repletos de filtros de belleza y muecas varias para conseguir que alguien confirme tu, a veces, inexistente potencial?

Dicen que los docentes, además de ser duchos en nuestra materia, debemos también ser paradigma en valores sobre nuestros alumnos. Por ello se impone casi necesario que, entre nuestros objetivos debiera estar el de hacerles despertar del 'efecto mariposa' y apartarles de esas sombras Platónicas que solo les permiten ver parte del bosque. Esto en ocasiones es complejo cuando nos topamos con el 'efecto backfire', en el cual el argumentado se sabe adoctrinado, a modo del concepto orwelliano del 'doble pensamiento', cuando en realidad es en la fricción de ideas bien expuestas donde está la verdadera libertad de expresión.

Con todo ello, los docentes nos vemos avocados a la constante pérdida de autoridad, sucedida por el consiguiente 'síndrome del burnout teacher', quien se siente en múltiples ocasiones como un exégeta interpretando el lenguaje administrativo de leyes que no hacen otra cosa que aumentar nuestras esperadas competencias burocráticas.

Pues yo solo puedo acabar mi disertación con una cita al más estilo Escarlata O'hara: «A Dios pongo por testigo de que jamás dejaré de ser una Sísifa (a pesar de las inclemencias)».

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