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Laura Casado
Lunas, leyes y lobbies
Reflexiones desde la ventana

Lunas, leyes y lobbies

Laura casado porras

Jueves, 7 de julio 2022, 06:55

Subsumirse en la crueldad está más cerca de lo que quisiéramos. Basta con dar un paseo por la dehesa española para ver hasta dónde llega la deshumanización del hombre y entender que en ciertos aspectos terrenales hemos avanzado muy poco. En estado de permanente perplejidad me hallo al comprender que la 'ausencia del sentido' es la tónica dominante en el monopolio actual de la polvareda social, ésta desmenuza, con determinación, cualquier aliento de vida. En aquello que algunos denominan civilización queda mucho aún por educar, transformar y construir.

Vi a Luna por primera vez en un pueblo de Ávila. Después de andar varios kilómetros disfrutando de la fértil naturaleza la alegría se evaporó con sigilosa displicencia para dar paso a la frustración y a la rabia. No he podido olvidarme de ella, y a ella y a todas las Lunas repartidas por el mundo, compartiendo el mismo destino atroz, les debo esta acción de protesta creada con la firme determinación de transformar las injusticias, creyendo que todas las acciones individuales encierran una esperanzadora semilla. Luna es una perra, tendrá poco más de un año. Cuando la vi por primera vez se encontraba atada con una vieja cadena que medía poco más de un metro en una zahúrda sucia en donde las condiciones higiénicos-sanitarias dejaban mucho que desear, al lado de ella había un poco de agua turbia. Su alma estaba en el suelo, pude apreciarlo porque la mía se mimetizó con la suya tan rápido como pude advertir la gravedad del asunto. La tristeza entró sin avisar aquella mañana del miércoles, de fondo la nieve intentaba imprimir belleza en un marco incomparable ensuciado por la mano del hombre. ¿De quién si no?

Luna tenía la mirada perdida, se encontraba de plano en el suelo, ¿qué más podía hacer sin libertad de movimiento aparte de desesperarse en su soledad y en maldecir el día en que su amo y ella se conocieron? No hay casualidades y la verdad solo tiene un camino. Al poco tiempo de conocer al animal apareció una señora octogenaria que resultaba ser la madre del dueño de la perra. Acto seguido, la interrogué y lo que pude deducir es que para la señora no existía maltrato y que la perra era para la caza. Extasiada de dolor quise liberarla, llevármela a casa pero mis compañeros de andanzas me quitaron la idea por ser ilegal.

Antes las injusticias la mayor derrota es quedarse con las manos cruzadas, acción letal ésta para convertirnos en ciudadanos cómplices de las más grandes infamias. Acto seguido llamé al cuartel de la Guardia Civil más cercano; después de explicarles el caso me dijeron que lo investigarían desde esa misma tarde. Todos nos quedamos más tranquilos, pensando que el abandono en el que se encontraba el animal le daría alas hacia una nueva vida auxiliada por el Seprona. Parecía el final perfecto a un mal cuento.

A pesar de todo, Luna no se iba de mi mente, ni los cientos de animales que me he encontrado en semejantes condiciones a lo largo de mi vida. A los diez días, volví al lugar llena de incertidumbre. Quería comprobar si la denuncia había surgido efecto. Para mi sorpresa, y la de mis compañeros, Luna seguía allí, atada, triste, sucia y sola, en las mismas condiciones paupérrimas. Mientras nuestras almas volvían a sentir la desolación de la desprotección animal, y según le hacía fotos para propiciar una investigación más férrea, el dueño del animal apareció, como por arte de magia. Le traía un cubo de pienso. Lo primero que le dije fue que era ilegal que el animal estuviera atado. Ilusa de mí, estaba convencida de que aquel despropósito era ilegal. Acto seguido me dijo que era la primera vez que estaba ataba, y que solía estar en otro habitáculo más grande. Le dije que ya había visto a Luna más veces encadenada y que, por favor, la soltara. Lo hizo, pero la perra al estar en libertad parecía tener más miedo que cuando estaba encadenada. Al insistirle en que aquello era ilegal, el animal, Luna no, el otro bárbaro, me dijo que no lo sabía, y le pregunté que para qué se tiene a un animal si no es para darle amor y una vida digna. El hombre reflexionó, pero seguía intentando convencernos de que ese no era el lugar habitual de la perra y de que Luna era feliz y cariñosa. En ningún momento pudimos apreciar en ella ningún ápice de sensibilidad y afecto hacia su dueño. En su cara habitaba el horror y la tristeza. Deduje, por su comportamiento, que en su vida no había conocido el cariño y por eso tampoco se fiaba de nosotros.

Volví a contactar con el mismo cuartel de las Guarda Civil. Tuve la suerte, esta vez, de que el Sargento me atendiera, siempre con respeto y deferencia, al contarle el caso, me dijo que sí lo conocía que el mismo mandó una patrulla a investigar y que no vieron indicios de maltrato. Le describí la situación exacta en la cual Luna se encontraba, me dijo que le mandara las fotos que tenía y que me llamaría en un par de días a más tardar. La causa de Luna volvía a tener otra oportunidad. Aún se respiraba un ápice de esperanza. Lo peor fue que me advirtió, en contra de mi suposición, de que en Catilla y León la ley no exime a los animales de las cadenas. No lo podía creer ni entender. Dura lex.

Pero, ¿quién hace la ley?

Al día siguiente recibí la llamada del Sargento para decirme que el animal ya había sido trasladado a una estancia mejor y que la cadena ahora sí cumplía con las exigencias de la ley de 2,00 metros. El dueño de Luna había dado su palabra de que soltaba al animal unas pocas horas semanales, lo necesario para que sea legal. Caso cerrado. Luna, a pesar de que sigue martirizada, cumple con la normativa; ahora todo es lícito y no es posible hacer nada más. Según terminaba aquel despropósito aberrante, al colgar el teléfono me sentí más perpleja que al principio; aterrada ante la realidad deshumanizadora más cruel.

Me fui al B.O.E. a intentar comprender aquello que no tenía comprensión. Entramos en terrenos farragosos porque los perros de caza pululan al margen de la ley de los animales de compañía. Me parece que establecer categorías diferentes entre animales de la misma especie o entre los animales, viene a ser como crear un apartheid o una sociedad clasista en pleno siglo XXI. La discusión se halla en saber si los perros de caza pueden ser considerados animales de compañía o dejarlos al margen de esta ley. ¿Acaso, hay diferencias de percepción, sentimiento y sensibilidad entre los perros? No, pero sí hay intereses divergentes entre los dueños de los perros domésticos y de los de caza, éstos últimos forman un lobbie con bastante peso y poderío. No generalizaré, porque ni son todos los que están, ni están todos los que son…

El nuevo proyecto de ley del actual gobierno sobre la protección de los animales sigue encontrándose con esta piedra angular y no sabe aún cómo resolverla, será porque hay intereses que escriben leyes. Sed Lex. Como hay importantes intereses en delimitar qué se entiende por animales de compañía la polémica está servida y los límites de acción son inabarcables. Aún están los animales sufriendo el horror del laboratorio de Vivotecnia esperando alguna resolución a las investigaciones de la fiscalía y del Seprona meses después de la denuncia.

La ley 5/1997, de 24 de abril, de protección de animales de compañía, del departamento de Castilla y León (adviértase de la enormidad y la complejidad, y de la irresponsabilidad que conlleva añadir «de compañía» a la ley) expone una serie de medidas que deben de cumplirse para garantizar que los animales de compañía tienen protección, y una vida saludable. Los animales que no pertenecen a la esfera social «burguesa» no pueden acogerse a estas normas y pueden ser maltratados para fines capitalistas. En el capítulo I titulado 'Del objeto y ámbito de la ley', en el artículo 2, dedicado a las definiciones, se expone en el apartado K la definición de maltrato: «maltrato: cualquier conducta, tanto por acción como por omisión, mediante la cual se somete a un animal a un dolor, sufrimiento o estrés graves».

Solo el maltrato hacia los animales de compañía está tipificado. Por eso entiendo cual rápidamente me informaron de que Luna era una perra de caza, y no de casa. Adviértase la diferencia. Luna como millones de animales en todo el planeta sufren la codicia de aquellos que dictan leyes amparándose en los intereses económicos. El problema de los animales es que no tienen voz y no pueden luchar para que se constituya un código deontológico que acoja por igual a todos los animales, porque todos sienten, todos sufren cuando son maltratados y silenciados. Habrá que esperar a que un iluminado Consejo de Ministros apruebe un proyecto de ley que proyecte todo el compromiso ético para con el bienestar animal y contar con las bendiciones de las Cortes Generales para su aprobación. Es complicado auspiciar con precisión la capacidad sensitiva y deontológica de nuestros representantes para saber si algún día no muy lejano tal milagro se hará realidad.

No sé en qué momento nos olvidamos de que el bienestar del hombre depende de manera directa y sustancial de los cinco reinos, a saber: animal, Vegetal, Fungi, Monera y Protista. La agenda 2030 se presenta como «una oportunidad para cambiar nuestro país» y encaminarlo hacia la única dirección posible: la sostenibilidad. Sin duda, queda mucho trabajo por hacer para conseguir las metas fijadas, algunas, de hecho, son ya imposibles de alcanzar, pero hay algo que es crucial para conseguir dicha transformación: cambiar el modelo económico vigente que desde la revolución industrial avasalla a todo cuanto encuentra a su paso; el compromiso medioambiental ha sido inexistente y los intereses privados y gubernamentales han deforestado la salud de parte del planeta. No solo de pan vive el hombre. La vanidad y la codicia llevan siglos fustigándonos, es el momento, ahora, de impedir que sigan haciéndolo para que triunfe la vida en todas sus dimensiones.

Pero lo cierto es que la necrofilia sigue triunfando entre nuestros dirigentes; interés y muerte siguen siendo sinónimos, y antónimos de compromiso y vida. Se necesita más que un compromiso dialectico proferido exclusivamente para atesorar votos; se necesita, por una vez, madurez de la clase política para saber unirse y dinamitar, para siempre, las estrategias que apuestan por dividir los intereses en colores. En ideas. Acta non verba. Conseguir que Luna tenga Libertad es un primer paso que podría acercarnos a los objetivos marcados de sostenibilidad y desarrollo de la agenda 2030: superar la esfera de los intereses será la primera batalla ganada a esta difícil contienda que no solo es climática, también lo es de valores. Una no es sin la otra y viceversa.

Nunca es demasiado tarde, incluso cuando ya es demasiado tarde. Aporía mas verdad.

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