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Jesús Barbero,antes de la pandemia
Reflexiones desde la ventana

Lecciones del abuelo Chico

«Hemos de ir despacio para llegar pronto; no vertamos las aceitunas para que no escasee el aceite»

Jesús Barbero

Viernes, 15 de mayo 2020, 02:30

Aunque fue durante un suspiro, tuve la fortuna de conocer a mi abuelo 'Chico' (lo de chico era por su escasa estatura). Tenía nombre de emperador del sacro imperio romano germánico, Maximiliano, y un segundo apellido belicoso, Espada. Entre ambos, sin embargo, permanecía el rastro de ancestros humildes y trabajadores, Barbero, a quienes había emulado durante toda su vida. Viudo desde muy joven se entregó a la crianza de sus dos hijos y a transmitirles las claves de la felicidad. Él mismo era una persona feliz con lo que tenía. Su riqueza provenía del desinterés que manifestaba por llegar a ser rico y de la tremenda sabiduría que había ido atesorando a lo largo de su vida. Y una de las historias que me contó es la que me hace asomar hoy a esta ventana.

Vivimos en tiempos de incertidumbre. Padecemos con más frecuencia de lo soportable las presiones del cortoplacismo que coarta la reflexión serena y sosegada sobre los asuntos que nos atañen. Y este no es un buen camino a transitar. Las personas han dejado de ser la medida de todas las cosas y, especialmente, los niños cuya crianza y educación se encaminan al utilitarismo económico para mantener una sociedad que espera la incorporación de nuevos adultos para perpetuar su propia continuidad. Y educación no es instrucción. En la escuela, las niñas y los niños aprenden, enseñan e interactúan. Nos dan lecciones de vida. La cautela, la reflexión, la planificación y la multiplicidad de relaciones son la base del momento educativo. Pero las prisas siempre terminan avasallando esta ansiada dinámica.

Las actividades académicas presenciales quedaron suspendidas con motivo de la pandemia que nos inunda, para salvaguardar el bien mayor de la salud de todos. Se realizaron cuantas adecuaciones, adaptaciones, ajustes y actualizaciones fueron necesarios. Se abrieron vías de comunicación variadas y permanentes para que los más chicos, junto a las maestras, profesores y sus familias pudieran continuar con un proceso educativo distinto, pero enriquecedor; más coordinado y con un contacto más estrecho y permanente entre estos tres protagonistas de la nueva realidad escolar que se avecinaba. Sólo nos faltaba un elemento clave, las relaciones interpersonales directas y cercanas del día a día. Y ya sabemos que llegarán, aunque no cuándo ni en qué condiciones. Y es aquí cuando comienzan a asomar las prisas y cuando rememoré una de las historias que el abuelo Chico me contó.

Regresaba con su padre, en una desapacible y fría tarde de finales de noviembre, de recoger las aceitunas del sierro, que debían garantizar el suministro de aceite a la familia durante toda la temporada. Aterido de frío y con unas inmensas ganas de calentarse en la lumbre del hogar, cuando comenzaron a caer las primeras y frías gotas del chubasco que se avecinaba, preguntó a su padre si no podía arrear las mulas para llegar a casa cuanto antes. Sin aspavientos, con total normalidad y en un cariñoso tono, condescendiente con quien estaba llamado a liderar su estirpe, le dijo: sólo si vamos despacio podremos llegar pronto a casa.

No comprendió aquellas palabras. No pidió ni recibió explicaciones de su padre hasta que, comiendo unas sopas chirvonas junto a la chimenea, cobijado de las inclemencias del temporal, el curtido serradillano trasladó a su hijo la sabia explicación: Maximiliano, le dijo, como tú, también yo quería llegar hoy pronto a casa. Hemos trabajado duro y bien en un día largo y frío. Hemos llenado los serones con las aceitunas que nos van a proporcionar aceite para todo el año. Si hubiéramos arreado las mulas, se hubieran vertido y, en ese caso y para no tener escasez de aceite, hubiéramos debido parar a recoger de nuevo el fruto de nuestro trabajo de todo el día. El pequeño no contestó. Miró a su padre y le sonrió y pícaramente. Había comprendido y asumido la lección.

La misma lección que de sus labios aprendí cuando le instaba machaconamente a que me sacara a jugar al ejido en su paseo vespertino (¡qué grande era el abuelo Chico!). La misma que debiéramos aplicar en nuestra vida cotidiana. La que debiéramos priorizar en la escuela, con las niñas y niños, más aún en estos momento en los que de ello depende retornar con suficientes garantías a la realidad que nos espera.

Hemos de ir despacio para llegar pronto; no vertamos las aceitunas para que no escasee el aceite. Hemos de rescatar a los más pequeños y ponerlos en el centro de las decisiones; han de comprender que deben querer a las personas y usar las cosas, que al revés no funciona Hemos de darles lecciones de vida auténticas, sin alharacas ni aspavientos. Pregonémoslo a voces desde la ventana.

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