Borrar
Laura Casado Porras
El bello sexo
Reflexiones desde la ventana

El bello sexo

Laura Casasdo Porras

Martes, 19 de noviembre 2024, 07:39

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Si Olimpe de Gouges levantara la cabeza se vería obligada, seguramente, a utilizar aquella célebre sentencia que Ortega profirió al contemplar el desarrollo de la república de 1933: «¡No era esto, no era esto!».

Gracias a la inteligencia y al tesón de Gouges, la sociedad dio un salto cuántico al introducir dentro del relato político la cuestión de los derechos y deberes de la mujer. Corría el siglo XVIII, y la sociedad masculina por fin parecía advertir que las cualidades intelectuales de la mujer simplemente habían estado dormidas por la diferencia de oportunidades académicas. Evidentemente, no era una cuestión de incapacidad de género. A de Gouges le costó la cabeza sus ideas de igualdad, pero, a cambio, consiguió la inmortalidad. Eran otros tiempos: tiempos de (algunos) hombres siendo lobos para (todas) las mujeres. Afortunadamente, la sociedad de aquella época estaba despertando del encorsetado sueño del universo androcéntrico.

De aquellos polvos, estos lodos. El imperio masculino se ha reforzado positivamente gracias a la utilización de arquetipos perniciosos asociados a la mujer. Desde la tradición judeocristiana la belleza de Eva, aunque no se manifiesta implícitamente en el Génesis, representa la caída de Adán y de toda la humanidad. Si el concepto de Dios estuvo asociado desde su creación a la divina fertilidad de la mujer, la sumisión de ésta ha estado enlazada al pernicioso estereotipo femenino que no por casualidad le atribuyó el hombre. El paradigma de la mujer ha ido evolucionando a medida que los tiempos lo han ido haciendo. De ser la «ralea maldita», representada en Eva, evolucionó al símbolo de la Virgen María, la madre bondadosa de Dios.

El perfil psicológico de la mujer lleva arrojando durante milenios simientes contradictorias. La mujer se mueve entre la Hibris y la Phronēsis, entre el vicio y la virtud. Eva o María han perfilado dos arquetipos femeninos que ha sentado cátedra en el inconsciente colectivo de la sociedad. La mujer ha tenido que caminar con las espaldas llenas de prejuicios, transformados durante siglos en convicciones. La perversidad que han atribuido a la mujer ha ido perfilando las líneas argumentativas de la moral judeocristiana. Cuando Eva «nace» de la cabeza de los hombres, viene ensamblada al perfil de pecadora e incitadora, en definitiva del mal.

Al acerbo literario de la mujer eclesiástica, que muestra la oscuridad que en todo ser humano subyace, se contrapone la creación de la luz y del bien en la persona de la Virgen María. A través de esta encarnación, se le da la opción a la mujer de deshacerse de las sobras propias de la condición humana; de huir del castigo y de liberarse. La mujer inmaculada huye del mal, que es el conocimiento o la sabiduría, para transformarse en un ser de luz puro. El ying y el yang eclesiástico, Eva y María. Pero ¿acaso el hombre es libre de las cadenas de las sombras? San Agustín de Hipona nos dice en De Genesi Ad Literam: «Es Eva mujer tentadora, de quien debemos cuidarnos en toda mujer… No alcanzo a ver que utilidad puede servir la mujer para el hombre, si se excluye la función de concebir hijos, ¿para qué sirve?».

La virgen hereda el arquetipo de la Diosa-Madre. Es la fuerza generadora de vida, la sustentadora, la nutricia, la bondad, la virtud y la sumisión. La mujer arcaica está firmemente asociada a la tierra y al ritual del matrimonio. En Grecia, se pensaba que la mujer tenía una naturaleza salvaje y que solo el matrimonio podía desbravarla. En la Edad Media, se recela contra «las artes femeninas». La iglesia, una vez más, pone a la mujer en el punto de mira. Las palabras del Abad de Cluny, en el siglo X, nos desvela el tipo de las connotaciones negativas asociadas a la mujer; «La belleza física no va más allá de la piel. Si los hombres vieran lo que hay bajo la piel, la vista de las mujeres les revolvería el estómago». En el Arte Medieval podemos observar los rasgos que adquieren algunas iconografías femeninas. La mujer es representada como imagen del diablo, como serpiente venenosa o monstruo maléfico. El arte en el Medievo intenta repeler y aleccionar al hombre de los males intrínsecos de la mujer, cuya relación con Luzbel y con la caída del hombre es directa.

Los paradigmas, como la energía, se transforman. Es en el Renacimiento cuando la mujer se va despojando, poco a poco, de los atributos negativos que ha arrastrado durante los últimos siglos, para alcanzar la apoteosis suprema en cuanto a la autonomía del «Bello Sexo». En el Renacimiento, y por primera vez en la historia, se lleva a cabo la conjunción de las dos lógicas que instituyen el reinado cultural de la mujer, esto es: el reconocimiento explícito y teorizado de la superioridad estética de la mujer, y la glorificación hiperbólica de sus atributos físicos y espirituales. Se produce, entonces, el antagonismo estético; la mujer, en épocas pasadas, era la imagen viva del diablo, la «ralea maldita», ahora en el Renacimiento, la mujer es la obra excelsa de Dios. Agnolo Firenzuola poeta Florentino afirma en su obra; Discorsi Interno alla Bellezza delle Donne: «La mujer hermosa, es el objeto más bello que cabe contemplar, y la belleza el mayor don hecho por Dios a la criatura humana».

La historia de la belleza de la mujer se modela de la siguiente manera: hasta el siglo XVIII las características estéticas existentes de la mujer eran el reflejo de las cualidades morales supremas. El bien, la virtud y la belleza es un todo. Entre los siglos XV y XVI, proliferan las representaciones de la diosa Venus, llena de perfección y virtud excelsa, en donde el símbolo de la Virgen María es postergado por la elevación y exaltación apoteósica de la diosa del amor. La obra del pintor florentino Sandro Botticelli, El Nacimiento de Venus, representa a la perfección el nuevo ideal romántico de la iconografía de la mujer. Es en esta época, cuando la belleza de la mujer se convierte en un referente artístico que se debate en los círculos filosóficos. De Virgen a Musa de poetas, la metamorfosis de la mujer es evidente. Los teóricos, que son hombres, intentan hallar el rigor estético que fundamente el nuevo canon de la mujer; ahora ya diosa del amor y del deseo. Sin embargo en el siglo XVI, la sociedad está dirigida por y para los hombres. Las mujeres no tienen posibilidad de recibir instrucción intelectual, solo una minoría, perteneciente a las altas esferas de la nobleza, pueden acceder a extensas bibliotecas y a una educación privilegiada. Las restantes mujeres pertenecientes al ámbito rural no tienen ninguna potestad en el hogar, tampoco en la sociedad.

Según nos dice Gilles Lipovetsky en La Tercera mujer «Por un lado, la cultura del bello sexo está emparentada con una lógica de tipo «arcaico» basada en la desigualdad y la desemejanza radical entre los sexos. Para los hombres la fuerza y la razón; para las mujeres la debilidad de la mente y la belleza del cuerpo». Con la llegada del «Bello Sexo» las mujeres adquieren una notoriedad en la sociedad, cambio que según Lipovetsky, solo puede hacerse evidente cuando se vislumbran los nuevos tiempos del reino de la belleza femenina, después del deterioro anterior que habían sufrido como «ralea maldita» de la Historia. Es a partir de entonces cuando la feminidad se convierte en un símbolo natural, libre de las connotaciones malignas, misteriosas y oscuras de antaño.

La exaltación del «bello sexo», hasta la última década del siglo XIX, avanzó entre diferentes manifestaciones artísticas y diversas prácticas estéticas, relativas a un acotado público perteneciente a un estatus alto, y de educación refinada.

Con la llegada del siglo XX, y con la utilización de las diferentes herramientas de transmisión de imágenes e ideas, como la publicidad, el cine, la prensa femenina, las revistas eróticas o las editoriales de moda, etc., nacen nuevos estereotipos ideales que terminarán degenerando en la hipersexualización del cuerpo de la mujer. Actualmente es este relato corporal quien domina la excesiva y condicionante propagación de imágenes en torno a la mujer en las redes sociales. Dentro del sistema capitalista, afín a esta época, se desarrolla la industria estética-cosmética. La publicidad es la encargada de vender la belleza a la sociedad de masas. Por primera vez en la Historia, la dimensión social de la batalla femenina de la belleza atraviesa el umbral sociológico. Se han establecido los nuevos cánones en la psique colectiva. La hipersexualización del cuerpo de la mujer es una normalidad aceptada. Se utiliza la cirugía como medio para corregir cualquier tipo de defecto físico, natural o ficticio impuesto por los nuevos estereotipos reflejados en la publicidad. Las sociedades democráticas ensalzan hasta el enardecimiento la nueva veneración de la belleza femenina que ahora se transforma es el cebo necesario para vender el acceso al poder al mundo femíneo. La mujer bella obtiene la corona sobre los hombres y, gracias a la belleza y a las opresivas proporciones, se abre camino en este estrecho mundo de interrelaciones falocráticas.

La reafirmación de la cultura de la belleza consigue desestabilizar interiormente a la mujer. Los cánones estereotipados y la hipersexualización del cuerpo imponen una estética femenina regida por un culto exorbitante hacia la juventud y el cuerpo (que no la mente). Y, ahora más que nunca, se produce un nuevo culto opresor y denigrante con el advenimiento y la normalización de la belleza artificial. Cuantas más imágenes son manipuladas y difundidas de la mujer más se establece una compleja situación de ésta respecto a su propio cuerpo. La trampa de la estética banal no es sostenible ni armónica, y está relacionada con la crisis de la civilización, sumergida en la profunda insustancialidad postmoderna. El efecto de la excesiva divulgación de los valores estéticos impuestos por el interés político y mercantil cosifica y oprimen a las mujeres y sesga notablemente la percepción del hombre sobre la mujer, y la percepción de la mujeres sobre sí mismas.

La idolatría de la belleza es un contraataque político para desviar a las mujeres del eje vertebrador de la sociedad, y con ello seguir instaurando la razón patriarcal. Esta coyuntura aleja a las mujeres de su natural condición de igualdad respecto al hombre. Los avances feministas retroceden con estas tergiversaciones estéticas. Para Herbert Marcuse el progreso tecnológico está asentado en la dominación. La industrialización progresa como etapa última del plan histórico. Tres movimientos: experimentación, transformación y, por último, organización del mundo subyugado a los intereses capitalistas. En palabra del filósofo: «La razón tecnológica se ha hecho razón política».

La belleza es una mercancía como cualquier otra, en el sistema capitalista. Según el filósofo Marcuse, la impronta estética femenina queda establecida en la sociedad patriarcal capitalista y manifiesta, en la región del Eros, una escasa sublimación sensual del cuerpo.

En el último siglo se han producido grandes avances en lo concerniente a los derechos de la mujer, pero las mujeres necesitamos acabar con el rol femenino que enfrenta a la seducción femenina versus el poder de la razón patriarcal. En la actualidad, siguen existiendo considerables obstáculos para la total simetría de la mujer en el escalafón institucional.

Rita Levi-Montalcini, Premio Nobel de Medicina, dijo: «Las mujeres que han cambiado el mundo nunca necesitaron mostrar otra cosa que su inteligencia». Y Safo de Lesbos, la gran poetisa, supo ver la importancia para la Historia del intelecto femenino. Su sentencia es parte integral del legado cultural de la humanidad: «Os aseguro que alguien se acordará de nosotras en el futuro».

Si Olimpe de Gouges hubiera nacido en este siglo, lucharía incansablemente para que se promulgaran leyes que consiguieran que las naciones, los mercados y la publicidad dejen, de una vez por todas, de enriquecerse a costa de denigrar y de condicionar física y psicológicamente a las niñas, a las adolescentes y a las mujeres. Olympe somos todas. Claro que sí. Y todos.

Artículo completo: HIJA DE ATHENAS – LIBREPENSAMIENTO

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

hoy El bello sexo