Y el hombre creó a Dios
Laura Casado Porras
Viernes, 3 de octubre 2025, 10:28
Y el hombre creó a Dios, a su imagen y semejanza. Según la medida de su propio interés, de sus propios miedos e inquietudes. In ... illo tempore, con aquella figura central deambulando por las fronteras ilusorias de quien conoce de primera mano la tragedia de la vida, se disipó de un plumazo la angustia ante la condición efímera de los fenómenos terrenales. Todo parecía ya tener un sentido metódico: los acontecimientos, la aritmética, el amor, la geometría fractal, la fertilidad, el bien, el mal, la vida, la muerte: todas aquellas cosas inexplicables pasaron a ser obra y gracia de aquel ser invisible, habitante de las supuestas moradas celestiales; un ser imaginado que no puede ser conocido, solo sentido. Y la humanidad, entonces, se echó a dormir más tranquila porque la vida tenía, al fin, un sentido, una continuidad, un más allá, una chispa de posibilidad que no se agota en sí misma.
Escribe Pepe Rodríguez en su gran Obra de investigación Dios nació mujer que «la idea de la posible existencia de algún dios parece que fue algo desconocido hasta hace aproximadamente treinta milenios y, en cualquier caso, su imagen, funciones y características fueron las de una mujer todopoderosa». Tiene todo el sentido, la mujer desde las culturas ancestrales representa ese canto fértil, nutricio y sustentador inherente a la condición natural.
No ha idea que una vez expuesta no pierda su esencia y su pragmatismo inicial. Llegaron, tras lentos y oscuros siglos de historia, las instituciones eclesiásticas para adueñarse de la idea más potente e indemostrable jamás dada a luz. Su amada y odiada (no «ancilla») hermana, la Filosofía, acusó a la Teología de no poder demostrar racionalmente ninguna de sus tesis. Y, desde entonces, ambas doctrinas que nacieron de una misma semilla comenzaron a distanciarse buscando cada cual su autonomía. Para Miguel de Unamuno «Filosofía y Religión son enemigas entre sí y, por ser enemigas sen necesitan una a otra. Ni hay religión sin alguna base filosófica, ni filosofía sin raíces religiosas» (Del sentimiento trágico de la vida).
En la Santa Sede de Roma se encuentra una de las salas más enigmáticas, místicas y bellas de la historia del arte y del pensamiento. La Salla della Segnatura, lugar donde descansó en su día la biblioteca de Julio II, conocido como el Papa terrible o el Papa guerrero, es obra del pintor renacentista italiano Raphael Sanzio. Esta sala es un templo para los amantes del conocimiento. La Escuela de Atenas preside la sala, pero comparte su protagonismo con la Disputa del Santo Sacramento, y con Las virtudes cardinales y El parnaso en donde Apolo se rodea de las musas griegas de las artes.
Raphael llena La Escuela de Atenas con los 21 filósofos más destacados de la antigüedad clásica: Pitágoras, Parménides, Sócrates, Platón, Aristóteles, Ptolomeo, Hipatia, etc. Sin duda, para la doctrina católica las figuras centrales de la escena, y por ello están en el punto focal, son Platón y Aristóteles, porque gracias a la adaptación del pensamiento metafísico de estos pensadores en la obra de San Agustín de Hipona y de Santo Tomás de Aquino, la religión católica comenzó a tener un corpus robusto. No sabemos si pagaron el canon de la propiedad intelectual a aquellos, pero lo cierto es que gracias a esta sustracción teórica a partir del siglo IV d.C la iglesia cristiana comenzó a crecer ilimitadamente; los fieles comenzaron a adherirse a estas ideas griegas que tranquilizaban en gran parte sus conciencias, ya que posibilitaban el advenimiento de una posible redención futura; alejaban del presente las sombrías inquietudes de una eternidad baldía.
La religión ha sido utilizada como herramienta política durante siglos. La propia religión es una creación de hombres con un fin utilitarista. La escritora egipcia Nawal El Saadawi sostuvo en vida que no deberían existir los estudios religiosos dentro del sistema educativo. En cambio, según la autora, se deberían enseñar principios universales como justicia, libertad, amor, amistad, etc. Para la activista política de obras tan relevantes como Mujeres y sexo, obra donde se denuncia la práctica de la mutilación genital femenina por motivos religiosos y culturales en África, Oriente Medio, Asia y América Latina, y de La cara oculta de Eva, en donde queda patente la violencia y la opresión que siguen sufriendo las mujeres en los países árabes en el nombre de las creencias, hay doble moral en la religión, una para los hombres y otra muy distinta para las mujeres. Para El Saadawi «las religiones están en contra de las mujeres»; honor para el padre, pero no para la madre, gloria para ellos y esclavitud para ellas. Por eso, ve la necesidad de liberar a las mentes de los niños del encorsetamiento dogmático que frena la libertad de éstos desde muy tempranas edades. Para el filósofo polaco Leszek Kolakowski «la nada y el mal son coextensivos, como lo son el ser y el bien». No debe un dogma creado supuestamente por un ser benigno transformarse violentamente contra la humanidad y, muy especialmente, contra las mujeres.
«¿Dónde estaba Dios en Auschtwitz?» Se preguntó Jürgen Habermas ante la mirada penetrante del horror. ¿Por qué ese Dios que hemos construido para dar sentido a nuestras vidas no impide que se sigan llevando a cabo genocidios en Sudan, en el Congo o en Gaza, o que las guerras sigan siendo el pan nuestro de cada día?
Hay personas que piensan que el hombre es malo por naturaleza (Leviatán, Thomas Hobbes), Otras, en cambio, piensan que el hombre nace bueno pero es la sociedad, las instituciones y la propiedad privada quienes les corrompe (El Emilio, Jean- Jacques Rousseau). Para Kant, el hombre tiene una querencia especial hacia el mal, pero gracias a su raciocinio puede huir y tender hacia el bien. Los padres del pensamiento Occidental: Sócrates y Platón posicionaron en la más alta jerarquía al Bien relacionado ontológicamente con la verdad y el conocimiento. No es cuestión la de estas palabras dilucidar qué fue antes el huevo o la gallina, y sí llegar hacia un único puerto, que no es otro que la condición humana. Para Hannah Arendt «los hombres son seres condicionados, ya que todas las cosas con las que entran en contacto se convierten de inmediato en una condición de su existencia». ¡Eureka!
«Dios ha muerto» grita Nietzsche alto y claro en 1882. Por esta sentencia, pasó a ser un filósofo de la sospecha en la triada subversiva del pensamiento moderno: Marx, Nietzsche y Freud. Padre, hijo y espíritu santo. Por suerte las herejías han sido superadas, aunque los intereses económicos tengan la misma motivación para sesgar la verdad. Pero lo cierto es que gracias al conocimiento de las teorías catalogadas como sospechosas y malditas, el hombre, en parte, puede orientarse mejor dentro de sí mismo y, también, fuera de sí mismo, en la jungla materialista de descarnados intereses económicos que reducen al ser humano a ser un simple homo laborans que ha de pasar gran parte de su vida alimentando a una superestructura maquiavélica y deshumanizada incapaz de saciarse y proteger su propio hábitat.
El hombre moderno, el «Superhombre», aquel que se vale de su propio entendimiento y que alcanza «la mayoría de edad», puede gobernarse y dejar atrás la moral de esclavo y el sometimiento propio de las religiones. Investigando entre las listas de los papas romanos y apostólicos encuentro que han existido una caterva de sumos pontífices crueles, libertinos, codiciosos, extravagantes, que han pasado a la historia no precisamente por acogerse al dogma cristiano de humildad, perdón y fraternidad al que decían servir… primaron, como casi siempre, otros intereses. Por no hablar del despropósito sangriento de la inquisición. Nunca un dios fue tan cruel y tan poco compasivo.
Si bien debemos a Mircea Eliade una compresión mayor de por qué el hombre alberga dentro de sí un sentimiento religioso, inscrito en su propia naturaleza y en su conciencia como fenómeno universal, la condición humana, sistema mediante, ha dado al traste con los valores primigenios en los que el hombre, hace ya demasiados inviernos, creyó poder edificar una sociedad buena, justa y pacífica.
La intromisión del Estado en los intereses religiosos, como la intromisión de la religión en los intereses del Estado, difumina la verdadera esencia de esa autoridad espiritual. A pesar del «puro entendimiento» aún son muchos los fieles que no perciben las sucias estratagemas de conversión a las que está siendo condicionados. Algunos dirigentes suelen utilizar un dogma encriptado y ultraconservador, a la vez que proclaman su fe en Cristo. Pero ¿qué cristo tienen en su cabeza? Otros, se reparten entre los intereses cristianos y judíos porque el pueblo religioso es en su mayoría cristiano, pero el capital que les subvenciona viene con una estrella de David por ellos mancillada.
La política de los chimpancés es una obra escrita por el etólogo francés Frans de Wall en donde el autor llega a la conclusión de que somos seres políticos (Politikon zôion) como ya advirtiera Aristóteles, antes que seres humanos. Los chimpancés establecen jerarquías, tienen enfrentamientos por el poder, atraen a las hembras y buscan su apoyo. Los chimpancés crean la política para establecer cuándo es preciso cooperar o cuándo es mejor competir. Pero, a pesar de la evidencia científica muchos credos mancillados por la subjetividad de los necios intereses siguen sin aceptar que cuando se miran al espejo, un mono les saluda.
El ser humano necesita sentir que pertenece a una comunidad. Necesita compartir una identidad para definirse a sí mismo y para anclarse a una realidad inmensa que le supera. El miedo es el mayor arma de dominación ciudadana. La humanidad ha necesitado crear y creer en una protección sobrenatural para encontrar el sentido vital. Pero la astucia y el engaño han puesto en peligro el amparo con el único fin de controlar las mentes y las almas más vulnerables e ignorantes para llenar las arcas de aquellos a los que poco o nada les interesan los nombres de Dios.
Dios, en el caso de existir, debe ser algo muy distinto a lo que nos vienen diciendo sus malvadas conveniencias. «Deus sive substantia sive natura«, dirá Spinoza, energía, dirán los físicos. Lo que seguro que no es, es un ser opresor, machista, codicioso, envidioso, castigador, guerrero, no, eso lo es el hombre. Pero él/ella en el supuesto de existir, no. Nunca.
La libertad de pensamiento, la libertad de sentimiento, la libertad del destino no puede dejarse jamás en las manos de los otros. Porque va a resultar que los otros tienen intereses latentes distintos a los míos. Y que aquellos intereses, poco o nada tienen que ver con la necesidad espiritual que nace dentro de cada ser humano para dotar de sentido a un universo en constante movimiento que gira sin parar en medio de un chaos ininteligible.
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