Gaza: El lugar donde habita la banalidad del mal
Laura Casado Porras
Jueves, 5 de junio 2025, 11:10
Laura Casado Porras
Jueves, 5 de junio 2025, 11:10
Los están matando a la vista de todos nosotros. La muerte es parte de los índices de audiencia. Gaza: el lugar donde habita la banalidad ... del mal. Mientras Israel bombardea las escuelas y mata al futuro de Palestina, un mundo deshumanizado, no muy lejos de allí, contempla la escena del horror con algunas lágrimas de tristeza, pero sin ser capaz de frenar el ritmo habitual del día a día por miedo a perder las cosas que dan forma a un estilo de vida altamente alienado. La empatía, la solidaridad, el deber no tienen cabida en nuestras frenéticas costumbres sociales. Pocas personas se paran a denunciar el genocidio mediático, o a pedir explicaciones a los gobiernos por omisión del deber de socorro.
Unas veces son las bombas, otras, la falta de pan. La vida en Gaza tiene un rostro trágico. El horror de la guerra nunca cesa en su empeño de llenar la tierra de charcos de sangre fría en los que se refleja la impiedad de los gobiernos aliados. Una vez más, como otras tantas, el estéril rostro de la ambición se muestra imperturbable ante la todopoderosa misericordia. ¿Para cuándo enunciar y respetar los decálogos inviolables de los derechos humanos? ¿Para cuándo jurar un cargo ante estos valores morales?
El mundo despierta un día más con los estridentes sonidos de los despertadores y de las bombas. La armonía envenenada de este tiempo es un artefacto de la historia. Dijo María Zambrano que «La historia es sueño; el sueño del hombre». Se diferencian la filosofía de la historia en que nacieron con misiones contrarias. Con destinos opuestos. La filosofía, apunta Zambrano, nace «con la pretensión de una historia distinta de hombres despiertos» y, por ello, tuvo que dar vida a las utopías; «la utopía de la razón haciendo la historia». Pero la actualidad nos obliga a «despertar del sueño utópico, del ensueño de la razón» …porque la sangre de la fraternidad que rocía a la historia yace huérfana de razones sobre la indefensa tierra. La historia, una vez más, está equivocada y perdida.
La escasez de talento político nos ha traído hasta aquí. Y el silencio. Hasta esta compleja telaraña de influencias, deshumanización y privaciones básicas. La política es una disciplina, también un arte, que ha sido incapaz de evolucionar hacia el fin por el cual nació. Su incapacidad es debida a la mediocridad de los perfiles que la han prostituido. El motivo no es otro que la corrupción del alma, de la mente, del deber, del bien. La psicopatología de poseer lo que es de todos, aquello que no tiene dueños ni leyes, ha llenado de desierto los ojos despiertos de la cordura.
La «banalidad del mal» fue un concepto acuñado en el siglo pasado por la pensadora política Hannah Arendt. Arendt reflexionó sobre el totalitarismo y el holocausto llegando a la conclusión que los hombres considerados «normales» cometen atrocidades; tienen comportamientos crueles simplemente porque siguen las ordenes burocráticas de los altos funcionarios. Fue un 11 de abril de 1961 cuando comenzó el célebre juicio contra Adolf Eichamnn apodado el «arquitecto del holocausto», en Jerusalén. Este teniente coronel fue responsable de las deportaciones que acabó con la vida de 6 millones de personas. Arendt fue corresponsal durante el juicio, durante el cual definió la teoría de la banalidad del mal.
Eichmann era un hombre aparentemente «normal» haciendo su trabajo que consistía, simplemente, en atajar las ordenes de sus superiores. Y por ello, según declaró en el juicio, no se sintió culpable. En ningún momento. Tan solo hacía su trabajo. El mundo está lleno de pequeños Eichmann, hacendosos e insensibles, que siguen las infaustas ordenes que vulneran los derechos humanos. Las personas sumisas ante la autoridad son necesarias para perpetrar el engranaje diabólico de aquellos lideres que se han deshumanizado mientras recorrían los tortuosos caminos hacia las altas jerarquías.
El poder es una abstracción todopoderosa e infalible… que ciega a aquellas personas que no han aprendido a ver. Algunos por miedo, otros porque se han transformado en el mismo odio que impulsa a los de la cúspide a matar para mostrar su poderío, sus juegos fálicos de niños oscuros, de hombres sin intelecto y de endiablada moral. Ya no son personas, solo máquinas de animadversión. La historia se persigna con las tergiversaciones del autoritarismo, gracias a ellos se llena de prejuicios, de intolerancia y de muerte.
Los deseos insaciables de unos pocos hombres destruyen a las personas, a los países, a la naturaleza, al mundo. Pero la falta de solidaridad, también. Las víctimas infantiles en Gaza siguen aumentado. Nuestros ojos son cómplices. El mundo sigue estando lleno de crueles lobos («homo homini lupus») alimentados por pequeños Eichmann, enajenados, deshumanizados; pequeños lobos-hombres construyendo una historia inhabitada por el perdón, por el amor, por la libertad. Cronos contempla los frutos malditos de sus hijos.
La Corte Penal Internacional dictó el año pasado una orden de detención contra el primer ministro israelí por presuntos crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad. Netanyahu, hoy, sigue en libertad. Inviolable, omnipotente como si estuviera bendecido por la estrella de Goliat. Chulesco porque nada ni nadie parece detenerle. Todos miran hacia otro lado. Sus aliados, y algunos de sus enemigos. El mundo está lleno de arquitectos del holocausto que sueñan con una casa grande en un barrio burgués, con coches de alta gama, con vuelos privados hacia destinos exclusivos. Hombres con apetitos insaciables construyen el devenir de la humanidad. La historia está lleno de maldad porque refleja el entramado de las desviaciones morales de estos hombres. Jacques Derrida llamó «melancolía política» a los sufrimientos y heridas producidos por el nuevo orden económico. Si nosotros, la humanidad, no nos cuestionamos el orden existente y las narrativas dominantes que abanderan la crueldad nos convertimos en parásitos incompetentes. Seres deshumanizados, al fin y al cabo. Como ellos.
Detrás de cada victima con nombre propio, detrás de las imágenes sangrientas hacia las que nos hemos casi insensibilizados, hay una orden descarrilada del macho alfa, y detrás de ésta, pequeños lobos hambrientos de permanencia, de anexión para con su grupo, pequeños ignorantes, lobos enfermos que terminan destiñendo para parecerse a Luzbel. Por eso ejecutan sus órdenes, por eso no las cuestionan. En el fondo de sus deseos más inconscientes quieren estar donde él; quieren tocar con sus propias manos la grandeza manchada de la historia. Aunque tengan que entregar millones de víctimas. Después de la primera, uno se encallece y se hace hombre. A todos ellos se les olvida que el mal no descansa en la Gloria, que, en ictu oculi, el polvo también destruirá sus galones.
El hombre feliz, dijo Marco Aurelio, «es el que labra una buena fortuna; y una buena fortuna no consiste en otra cosa que en las buenas inclinaciones del alma, los buenos deseos y las buenas acciones». Convirtámonos, pues, en hombres y mujeres felices al impedir, de una vez por todas, que la guerra tenga más recursos, más oportunidades, más voces, más aliados y más víctimas que la paz. Seamos parte de la justicia. Parte del cambio. Seamos humanistas. Neguemos al injusto la legitimación de sus acciones. Demos al inocente la justicia que necesita. Alcemos la voz: Palestina libre.
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