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Lampedusa y el uno por ciento
Reflexiones desde la ventana

Lampedusa y el uno por ciento

Laura Casado Porras

Martes, 17 de octubre 2023, 09:16

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La promesa de Céfiro aún permanece intacta en la memoria: una vida mejor tiene que ser posible. Es un derecho. Nunca un antojo. Cambiar las circunstancias, desprenderse del ayer; arrojarlo afuera. La valentía de decir adiós a las paupérrimas circunstancias vitales. Imprescindible: el arrojo. La gallardía de construir un destino mejor. Un sueño anclado a la semblanza del desafío. Una consagración que añadir a la biografía.

Salto cualitativo hacia el progreso.

Un espejo en el que reflectarse: la vieja Europa. Mimética, hasta los huesos, del fango capitalista. Abatida en su ser, camufla, con solvencia medida, el esperpento de su desfallecimiento. Perdida la esencia, todo arde. Combustión lenta, pero segura. Tras la expulsión de las raíces ancestrales, el sepulcro del humanismo. Una rosa marchita llena de sombras equidistantes a la nada.

La contienda nunca cesó. De un lado, una mixtura infusionada con ambición, hybris y aporofobia. Del otro, la supervivencia. Cóctel maldito para el humilde soñador de a pie. Hay que contar con las tergiversaciones históricas: espiritualidad revolucionaria versus la explotación del hombre. Darwin rubrica la universalidad de las emociones. El miedo está filogenéticamente instaurado en las personas y animales. La supervivencia, también. Perdido el horizonte del 'homo humanus' el envite se aproxima a la alienación del 'homo economicus' y al colapso del ecosistema.

Nunca tuvo la cosmovisión plutocrática un proyecto vital que no fuera producir para engalanar mansiones, deshumanizando el coste de la vida.

Los becerros de oro fomentan, de forma trágica, la insensibilización y la opresión. Condicionan las imágenes y los credos. Creo en mí y solamente en mí. Lo oigo por todas partes. Después de Nietzsche, el advenimiento antropológico, un hombre nuevo capaz de dejar atrás la impasividad catatónica ante el resplandor que producen las respuestas que nunca vendrán. Es un dogma de fe: el centro del universo en nuestra voluntad. Mucho antes, della Mirandola nos hizo libre.

'American way of life', la clave. A través del espejo de la cultura de élites, de corte clasista, Marilyn Monroe y Jackie Kennedy siguen dando réditos a una caterva ingente de depredadores. Es un estilo tan atemporal, la trama de las vanidades. En el silencio pueden oírse los aplausos de las multitudes del photocall. La masa sin criterio. Ellas, tan glamourosas, por decreto bursátil.

Sin trabajador, ya que estamos, no hay burguesía. Queda claro. Cuantificar la humanidad es amurallar la libertad. Más claro. Con los axiomas capitalistas, el espíritu no podrá ser salvado. Es suficiente…

Con la inteligencia artificial los trabajadores van dejando de ser necesarios. Mientras va cayendo el telón, la comunidad mundial sigue reunida en la misma homilía: el proceso de humillación a favor del demiurgo capitalista. Los grandes arcanos de nuestro tiempo: la (des) información y la propaganda. Todos quieren brillar con las luces de Wall Street. El redentor de nuestra era. Separar ideales es fragmentar la ignorancia. En un mundo redondo, el este limita con el oeste en algún punto.

Llegado este punto, solo cabe la opción de huir.

La pobreza es promovida por los torpes movimientos políticos. Todos juegan en la rueda de la decadencia: nuestros bienes, sus espíritus. Entonces, llega la acción de la retirada. Un nuevo sol, nuevos sueños. Posibles esperanzas. Aunque el inagotable mar sea casi inabarcable. Los europeos, fueron los primeros. No podemos olvidar de qué agua bebimos. El dorado, la subsistencia, el afán de poderío o, simplemente, la evolución. América y Europa, bodas de sangre. Entre el progreso y la barbarie de la primera y la segunda guerra mundial. Antes, los indios. La cruz goteando todo un mar de incivilización. Lo llamaron poder y religión. Tierras nuevas, oprimiendo las cicatrices de la humanidad. El dolor como parte del ADN. La supervivencia como única necesidad, como primer motor. El último, la posibilidad inagotable, la esperanza.

La humanidad haciéndose humana sueña la solidaridad entre los pueblos. El abastecimiento del progreso acunando al llanto del desamparado. Eureka. El sentido dialéctico de la vida: emancipación y desalienación. La dignificación de la prosperidad proyectada en el mito del trabajo. La utopía de los países industrializados. El rey midas devorando oro. Insaciable. Se baña vestido con reloj suizo. Placeres fingidos. No conoce la felicidad. Ni la encontrará jamás en la dirección de sus apetititos. Deus ex machina.

La mano de obra del hombre pierde valor. Disminuye su capacidad de acción. Las manufacturas, la estructura productiva, la expropiación de los campesinos versus la transición histórica. Una realidad exenta de mano de obra. La Inteligencia artificial no siente, no sufre. Produce.

Nadie es imprescindible. Todo cambia. Todo empieza. Todo acaba, por fortuna. Lo peor también cambia, cuando termina, algo nuevo inicia.

La mar, de profundas aguas rojas, sumerge en el bazar capitalista a los gremios del ayer. Es el fin de la dignidad absoluta, la pérdida de la hidalguía de los vientos éticos, que ligeramente, rara vez, soplaron. Bienaventurados los ricos de espíritu porque de ellos serán las lágrimas y las esperanzas. Y la libertad, que es todo.

El narcisismo declama la serenata de la vieja Europa. Los nuevos vientos acabarán con sus aires de grandeza. No aprende la filosofía del Budismo Zen. Craso error. Aproximación al corazón de Oriente. Om. Iluminación versus materialismo. Nos prohibimos nuestro propio bienestar. Mordimos la manzana. La avaricia; un nuevo credo que sostener.

Silencio.

La bella áfrica muere de dolor. El continente africano representa a cualquier ciudadano del mundo condenado por la brutal producción de una cultura sin fondo. Sin espíritu. Cualquier frontera o muro que se levante en el nombre de la pureza racial o comodidad financiera.

En Latinoamérica, en el Tapón del Darién, se oyen los tambores africanos. Los niños se adentran en la madurez, jugando bajo el signo de la desprotección. Es la selva.

Millones de personas abocadas a desplazarse por la falta de determinación política; por el clima, la falta de recursos, los conflictos armados o la escasez de alimentos. Es el momento de caminar por las aguas, como Moisés. Abrir mares mientras se apela a la solidaridad. La humanidad se cansa de llevarse a cuesta toda la vida. La humanidad tiene un precio. Un valor. Un interés. Un capital. La humanidad es un producto histórico. Un código de barras.

Varios problema sin resolver: la emigración, los migrantes, los conceptos de humanidad y solidaridad. La negación del sentido y del espíritu vital. La cultura de la negación. La cantidad de instituciones nadeando en la nada. Una constante en la historia, que sigue avivando la llama del umbral de los derechos humanos y la incapacidad de nuestros mandatarios para encontrar soluciones. Demasiadas fotos, ningún resultado. Demasiado circo, poco pan equitativo. En definitiva, un letargo real llamado crisis mundial, movido por asesores y expertos. ¿En qué?

La meritocracia está en la sangre.

La condición humana es arrojada como bestia de carga contra su esencia, a favor del conglomerado mecanicista de nuestro padre, el materialismo. La expropiación humana no tiene límites. El amor y el poder siguen sin conocerse.

Ruido de pantallas. Lucha de escorpiones.

Lampedusa, la utópica isla de la esperanza europea, está harta. Saciada de los malos modales, de las contiendas, las frustraciones, las peleas, las violaciones, el alcohol y las fosas marinas. Hastiada de la pérdida de sus entrañas. De su folclore. De su idiosincrasia. Bautizada por el Mare Nostrum con la gracia de la belleza, Lampedusa presiente su muerte cuando observa de cerca los juegos de Thánatos. Nada que no pase a todas horas en cualquier parte del desorientado mundo. Lo obvia, porque allí está esa masa de gente, vagando por la vida, impidiendo a la isla progresar. Personas encerradas dentro de un mundo dinámico que no cesa en su empeño de inmolarse. La reacción de su humilde equipaje es gradual a la fuerzas pasivas que mantienen las condiciones de sus países inhabitables. La cultura burguesa nunca contó con la humanidad. Tampoco se apiadó de ella.

Iniciar un viaje al corazón de Lampedusa es el comienzo de la tempestad que asola a toda la humanidad. Hace frío. Un frío voraz capaz de paralizar al órgano que suministra la sangre a la superestructura. Mas es una clara radiografía de los vulgares pasatiempos del siglo XXI. El espejo donde se reflejan los restos del naufragio neoliberal. La máquina no puede detenerse. La dialéctica capitalista ha comprado el silencio de sus acólitos. Portan lacradas sonrisas: una sesgada adulación sin semillas. Los más hábiles, mantras y credos.

La superficialidad contemporánea es la derrota de toda la humanidad y el fracaso de la comunicación universal. Una victoria más del uno por ciento de la población que, por poseer, tienen hasta la libertad de nuestros futuros pasos. Y las cadenas que oprimen a Lampedusa.

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