Laura Casado Porras
Reflexiones desde la ventana

Incongruencias de la ligereza

«La parte positiva, que siempre habremos de buscarla con el corazón (que nunca engaña), es que solo de la antítesis saldrá la síntesis que superará nuestro estadio anterior»

LAURA CASADO PORRAS

Martes, 18 de agosto 2020, 09:57

Llevábamos años denunciando el atroz vertedero en el que hemos convertido a nuestro planeta. La anamnesis mostraba varios síntomas, la enfermedad del olvido era una realidad demasiado evidente que encerraba altas dosis de vanidad o egocentrismo; y, por supuesto, laissez faire, mirábamos hacia otra dirección con la impunidad del aquel que no tiene mayor complicación que pasar por la vida obviando a su conciencia, con las manos manchadas de silencio y conformidad. A pesar de ello, antes de pensar dos veces, nos lanzamos al abismo y fuimos capaces de hacer el triple salto mortal; mil millones de mascarillas desechables en cuatro meses. La estupidez sabe cómo superarse, el fondo marino y nuestras vías pecuarias han comenzado a devolvernos toda la estulticia que hemos atesorado. Algunos los llaman Karma, para otros, tan solo es la tercera ley de Newton. En conclusión, recibimos lo que damos.

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Cansada ya de tanta plandemia; de las tergiversaciones de la realidad y del nuevo cauce de la mercadotecnia que nos empuja a vivir entre pantallas y números intangibles, decidí apagar la televisión y confeccionarme mascarillas de algodón orgánico, de mil y un usos, y de mil y un lavados. Es cuestión de responsabilidad individual y de la mala gestión de la educación para la ciudadanía. Antes, hace apenas seis tristes meses, los senderos del abismo reflejaban la estupidez humana; millones de envases arrojados sin saber a qué destino aferrarse, ahora le sumamos millones de mascarillas azules. El producto nos ha quedado redondo, el paisaje aterrador. Es verdad que el silencio todo lo puede, pero la palabra, también.

Me pregunto por el fin último de toda esta crisis sanitaria, cuyo paciente principal es nuestro malherido planeta, para unos, y, para otros, la economía. Creo, con fe ciega, en que esa es la bifurcación exacta del diagrama de la sociedad contemporánea. Para muchos, la población está dividida en bandos acuarelados y acartonados, para otros, no hay tales bandos; solo sucias estratagemas de ingeniería social, lo único que existe son los de arriba y los de abajo, a saber, el pueblo (nosotros) y los otros, cuyo lazo de unión es la enfermedad de la ambición y del poder absoluto; son los avaros de amor.

Estamos divididos por aquellos cuya preocupación principal es el planeta y la humanidad, y aquellos otros que se preocupan por acrecentar exponencialmente los beneficios de la explotación humana inclusive en tiempos de pandemia. La finitud del espacio y del tiempo y de nuestras obras nos delata. Lo demás solo es polvo en el viento. Hay dos formas de ser miserable, la primera, es siéndolo, la segunda, dejar que los miserables lo sean.

Tener voz propia, y un diálogo cristalino con lo existente son herramientas claves para afrontar la realidad y sus heterogéneas interpretaciones. Sin contaminaciones metodológicas ni ideológicas podremos abrirnos a la totalidad. Para evolucionar en nuestra singularidad es necesario un tercer elemento: el conocimiento y el diálogo con lo otro nos proporciona el punto de vista de las otras subjetividades que comparten el mismo espacio-tiempo que nosotros. Se necesitan muchas sendas para llegar al camino principal.

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Nos hemos dejado convencer de las mayores estupideces; hemos dejado entrar con demasiada facilidad a la necesidad de anhelar encarecidamente nuestros deseos. En realidad, ¡era tan poco lo que necesitábamos! Pero, desde el principio todo estaba tan elaborado que no había espacio para otra posibilidad que caer en las redes. Mira que Prometeo empezó a cantar… encendió el fuego y nos avisó. Caímos todos, condenamos nuestra existencia por refugiarnos entre cuatro paredes que vendieron a precio de diamantes. El coste fue como el de una casita de papel. Se nos complicó la existencia cuando dejamos de ser una especie nómada. Personas buscando a personas para convivir y poder pagar los diamantes. Personas conviviendo toda la vida por no poder desprenderse de los sucios diamantes, al final, entre facturas y humedades el amor saltó por la ventana y se condenó a la sociedad a vivir lejos de su esencia, abrumados por su existencia.

Un paseo por la calles de Trujillo me muestra cómo se vivían hace décadas, lustros o siglos. Antiguamente, las casas eran espaciosas, los materiales eran de mayor calidad, estaban protegidas del calor asfixiante de julio y del frío temblor de enero. Suelo ver muchas casas abandonadas a las que les falta un suspiro para quedar reducidas a meros escombros, casas que vieron nacer y morir a sus dueños y que un día al no poder ser vendidas fueron condenadas a su lenta aniquilación. ¿No habría sido más sencillo elaborar un plan de vivienda justo y reutilizar esas magnificas casas en vez de traficar con el ladrillo? Ahora, solo se construyen bloques de edificios sin ninguna gracia estética y de reducidas dimensiones en donde no hay cabida para la privacidad ni la felicidad. Solo hay capacidad para la especulación urbanística. Sin zonas verdes. Sin posibilidad de que crezca la esperanza entre paredes siamesas. En esos escasos metros cuadrados en los que desemboca nuestra vida es complicado pasar más de un solo día encerrados, nuestro hogar se ha transformado en nuestra prisión, incluso mucho antes de que tuviéramos que estar desprovistos de libertad, nuestro hogar ya nos asfixiaba.

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Supongo que es una locura hablar en esta época sobre la libertad. Tantos siglos luchando por ella, nos ha bastado un artefacto móvil para echar por tierras nuestra ambición de ser personas libres. Todo está registrado, localizado y etiquetado (aprovecho para revindicar a quien corresponda internet free para todxs, basta ya de vendernos a precio de oro un servicio que se ha convertido en la nueva burocracia, necesaria para todos los ciudadanos, sin olvidar que gracias a los datos que gentilmente los clientes entregamos free generamos una ingente millonada de dólares, sean ustedes más generosos. Gracias). Si escribo desde Tokio, publico que estoy en Tokio. Si me baño en el adriático, me muestro sumergida entre sus traslúcidas olas, nunca antes se había recorrido el globo con tanta asiduidad como cuando empezamos a mostrar a conocidos y desconocidos que un día estábamos en Cuba y otro en Roma. Teníamos poca o ninguna intención de conocer cultura alguna, eso sí, la foto no podía faltar. Nos pudo la vanidad. «¿Os acordáis? Berlín estaba en la China» como nos advierte con toda su sapientia el Señor Pla. Sabíamos que el turismo era tan solo un producto más, como la educación, la alimentación o un simple coche. Que el turismo de masas es insostenible, que en Venezia no cabe ni un alfiler, ¡qué más da!, lo importante es creerse y vender que uno solo es ciudadano del mundo cuando sale de casa, que saliendo unos míseros días se es cosmopolita. Es posible, pero no es sostenible. Como los extremos se tocan, hemos pasado del turismo de masas asfixiante a la falta de clase turista y a quejarnos de ello porque la economía hace aguas. Mundo de locos.

De locos es intentar buscar en agosto una aguja amarilla en un pajar o intentar buscar a Wally. Nadie quiere buscar ni a la aguja, ni le interesa saber dónde diantres se esconde Wally, y menos cuando Wally ha transvasado el límite de lo inmoral e ilícito. Por muchos que nos bombardeen con que se encuentra perdido, nosotros, que poco sabemos, ya sabíamos que llevaba muchos años perdido. ¡Qué no nos vendan las incongruencias a precio de coherencias! Faltaría más.

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Solo el hombre es capaz de flotar en un mar de incongruencias, afirmar lo uno y su contrario aunque sepamos que una de las dos opciones no es apodíctica. La parte positiva, que siempre habremos de buscarla con el corazón (que nunca engaña), es que solo de la antítesis saldrá la síntesis que superará nuestro estadio anterior del cual emergerá una nueva humanidad, de la nueva humanidad una nueva canción que superará en belleza, en sensibilidad y en verdad a la anterior. ¡Que así sea la nueva luz!

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