

María Victoria Pablos Lamas
Miércoles, 6 de diciembre 2023, 09:00
Los caprichos existen. El cariño no siempre es verdadero, pero cuando sí lo es, resulta incalculable la energía que regenera.
Ay el cariño verdadero, ese que no se compra ni se vende. Ese que, si lo buscas, no lo encuentras... o quizás sí. Seguro que usted ya está pensando, está sintonizando su energía enfocada en este concepto.
A veces me siento como un roble centenario. Ese roble que casi sin rebelarse forma parte del ambiente en el que los hilos de cariño entretejen los sucesos y conectan a las personas. -Sonrío mientras escribo-.
¡Ay el cariño verdadero!: Qué maravilloso ingrediente de vida. Qué bálsamo más necesario. Qué espontáneo. Algo así como un rasgo claro de la inmensidad de la energía del ser humano dentro del universo...de su bondad y de la certeza de su existencia. Aunque para cada ser humano ese cariño pueda ser entendido de una forma muy distinta, existen unas notas muy comunes para reconocerlo: Fluye sin sobresaltos, fluye con serenidad, con constancia y con lealtad.
Fluye sin pedir explicaciones, fluye gracias a la reciprocidad. Conecta mentes y corazones. Otorga valor y trascendencia. Y formará parte del equipaje con el que llegaremos a la eternidad. Ese equipaje que sí podrá atravesar el ojo de cualquier aguja. Además, tiene rasgos que posiblemente usted podrá observar (eso si usted se vuelve un poquito roble): a las personas les reduce la angustia de la vida, lo cual se refleja en su manera de respirar, en su manera de dormir, pero sobre todo en su manera de mirar. Las miradas se vuelven más observadoras y también más imprevisibles. Pero siempre resultan miradas no invasivas.
Esas miradas pueden seguirnos, mientras llegamos o mientras nos vamos, leyendo nuestros gestos con esmero. Pueden centrarse en nuestros ojos, adentrándose de manera responsable en la inmensidad de nuestro interior. Pueden observar cada detalle y conectarlo. Esas miradas buscan entender y acompañar. También están las pequeñas sonrisas, las que son una respuesta inmediata que dice estoy y soy. Eres importante para mí.
Hilos invisibles de cariño que nosotros conocemos o desconocemos pero que cuando se dan en reciprocidad se valoran y se cuidan con intensidad y con aprecio.
Y como todo en esta vida termina y a veces se nos olvida, esos hilos de cariño a veces se vuelven aún más trascendentes porque nos dejan unidos a personas que fallecen y que echaremos de menos de por vida. Pero recuerden: estos hilos no se rompen. Esos seres especiales nos esperan con la plenitud que da ser eterno. Nos sonríen y nos cuidan. Si volvemos a pensar en ellos, reavivamos una parte de su energía que reside en nosotros, igual que una parte de la nuestra también viaja con ellos.
Ese es el capricho: la red que, aunque delicada y divina, no se rompe. La red que nos entreteje a través de los tiempos. Que une generaciones y continentes, atravesando el universo y conectando también las estrellas.
Y sea esta idea, realidad o producto de mi creencia, aquí queda escrita y liberada para que usted la piense.
Deseando que usted al leer sonría. Y deseando que, dentro de unos días, cuando vaya a llegar la Navidad y le llegue a usted cierto arrebato de tristeza, los hilos le acerquen a cada una de las mejores personas de su vida, estén donde estén.
Dedicado siempre a los que a leer sonríen. Especialmente dedicado a Juan Tesoro Lumbreras y a Kika Jiménez Flores. Dos razones más que explican cómo llegan mis hilos hasta las estrellas.
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