«Los ceniceros me dieron de comer muchos días de mi vida»
La artesana Blén de Miguel lleva más de 30 años dedicándose a la cerámica
A la trujillana Belén de Miguel se la conoce por diferentes facetas. Persona inquieta y reivindicativa, siempre ha pertenecido a movimientos sociales. Más allá de esa labor, su actividad profesional ha estado ligada a la cerámica. «Ceramista es la persona que trabaja la cerámica, que es la transformación de la arcilla en una cosa o objeto duradera e imperecedera a través del calor», explica.
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Su vinculación con la cerámica comenzó con 17 o 18 años, cuando se marchó a Ibiza y encontró trabajo como aprendiz en un taller. Le ofrecieron casa y un pequeño sueldo. Al regresar, recibió como regalo un horno que aún conserva. Desde entonces, la arcilla ha estado muy presente en su vida, compartiendo tiempo con otros proyectos profesionales, como llevar un bar o ayudar en la frutería de su padre. «Esto es un aprendizaje continuo», afirma.
De Miguel lleva más de tres décadas moldeando arcilla. Con esa experiencia, asegura que ahora es cuando puede decir o sentir que «sé algo algo de este oficio». Eso si, tiene claro que «siempre queda viaje por delante» para seguir aprendiendo.
Esta artesana sabe bien que vivir de la cerámica no ha sido fácil. Durante unos años, mantuvo una tienda en el casco antiguo. También ha participado en numerosas ferias, que le permitían conocer de cerca la reacción del público ante sus piezas. Ahora prefiere dedicarse a obras por encargo, a trabajos personalizados. «El tiempo me ha dado la capacidad de hacer el trabajo que yo quiero».
No obstante, no se olvida de otras épocas, con la elaboración de otros objetos ante la demanda que existía en determinados momentos. También reconoce que las peticiones de los potenciales clientes han cambiado. «Los ceniceros me dieron de comer muchos días de mi vida», reconoce con cierta sonrisa. En la actualidad, apuesta más por hacer, por ejemplo, llamativas placas. También tiene encargos de elaboraciones como lavabos y fregaderos, entre otros elementos. Y es que «hay que pensar que es un mundo muy amplio. La cerámica es desde las tejas, las paredes y el water, hasta el suelo que pisamos. Convivimos con la arcilla cocida día a día».
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Explica que hay que conocer bien el material y cómo se comporta para adentrarse en este oficio. Es importante dominar la cocción y entender cómo funcionan los esmaltes y colores. Tiene claro que hay que asumir que «no tienes nada hasta que no se abre el horno». En su taller, utiliza herramientas básicas, como la laminadora, punzones, devastadores, pinceles y pinceletas. Trabaja por monococción.
Su dedicación y amor por la artesanía la traslada también a los cursos que imparte. Insiste en que enseña todo lo que sabe, sin reservas, y reconoce que su 'alumnado', formado principalmente mujeres, niñas y niños, también le enseñan a ella. «Hay magia cuando se trabaja con niños», confiesa. También reconoce la satisfacción que produce cuando una persona comienza diciendo 'yo no valgo para esto' y termina con una pieza decente entre sus manos. Además, con esos participantes no solo comparte técnica, sino también vivencias.
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Las elaboraciones de Belén de Miguel también están presentes en diferentes colectivos. De hecho, ha creado piezas específicas para momentos concretos. Algunos de los últimos han sido las llamativas ovejas para homenajear la trashumancia y cernícalos primilla para un festival. Siempre atenta a las necesidades del grupo, considera que lo primero es escuchar a la persona o colectivo lo que quiere para llegar a un acuerdo sobre la elaboración. A partir de ahí, intenta dar su impronta. Al final, procura hacer pequeñas obras de arte con una tirada artesana y que sean accesibles a todos los públicos. «Se pueden hacer cosas bonitas y que se puedan pagar».
El futuro, para ella, está en la personalización. Considera que hay que ofrecer lo que no interesa a lo industrial, como un acabado único o una pieza diferente. «Se trata de personalizar y dar lo que la industria no llega», añade.
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