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Laura Casado Porras
Fusión de horizontes
Reflexiones desde la ventana

Fusión de horizontes

«Ningún Estado debiera permitir el vicio de la desinformación, ni promover culturas totalitarias que discriminen el librepensamiento»

Laura Casado Porras

Jueves, 15 de octubre 2020, 07:09

La mañana del domingo acostumbra a ser serena y clara como el tímido canto del lucero matutino que, sin ruido ni humo, se presenta para regir la dócil memoria del día. El oasis debe oler a un domingo perpetuo y almizclado. Abstraída en pensamientos que no desembocan, por ser día de descanso, una vez que el amanecer despuntaba sobre las tinieblas alcé mi mano para elegir, de entre todos, un libro para dibujar el silencio con futuras esperanzas. Me decidí por una pequeña obra maestra, quería refugiarme con las palabras del ilustre Rafael Hytlodeo, éstas abrigan a mi alma y la vivifican. La armonía orgánica inherente a la capital de la ínclita isla, Amaurota, despertó en mí la posibilidad del esplendor presente. Qué sencillo debe ser «vivir según la Naturaleza».

Después de un desayuno a base de té blanco sazonado con anís y jengibre, frutas de temporada y zumo de naranja, decidí ultrajar la callada realidad encendiendo la radio para conectarme (o desconectarme, según la perspectiva que se elija) a la información que en concéntricos clamores iba a acompañarme durante todo el día. Oh, shit! Había olvidado que nuestra coyuntura histórica estaba siendo 'embestida' por fuertes vientos de cambio. Sin duda, era un día de suerte, la locutora argumentaba cómo las crisis acaban con lo podrido y marchito para hacer germinar nuevos horizontes. Diría Kuhn, pensé para mis adentros, que estamos expulsando el viejo y caduco paradigma para alumbrar uno nuevo, no sin dolor ni esfuerzo y con demasiada penitencia. Abandonamos una ajada era para inaugurar un desconocido amanecer. No hay Historia que avance sin pandemia, ni cambio sustancial que no produzca transformaciones en el substrato de la humanidad: gripe española, peste de Justiniano, la peste negra, VIH, gripe asiática, etc., la humanidad avanza entre pulsos nivelados por tiempos de avance y retroceso; ya lo dijo Isaías: esperamos luz, y he ahí tinieblas.

Decidí salir, antes de comer, con la bicicleta para despejarme. Quería alabar la vida y sentir de cerca el esplendor de la fuerza natural. Perderme entre los cánticos salvíficos de las aves, observar a las dulces mariposas jugar vestidas de domingo, contar piedras de volcán, danzar con el júbilo de las horas bucólicas; oler a belleza y verdad. Conectarme. Así fue. Después del relajante tiempo de desconexión, ya en casa, encendí el televisor para ver el parte, que diría mi abuelo Cayetano. Lo bueno de estos difíciles tiempos es ver cómo ha brotado la solidaridad y el compañerismo entre nuestros dirigentes. Han conseguido aparcar sus posibles diferencias y trabajan para el único fin común: el bienestar de todos. Si fueran dirigentes deleznables estarían aprovechando la ocasión para derribar al partido oponte mediante una ficticia dialéctica que consiguiera enturbiar al oyente menos lúcido, incluso estarían sembrando nuevas confrontaciones para acaparar minutos de oro en los medios de comunicación y, de paso, aprovechar para acrecentar sus maltrechos egos: vamos, haciendo política. No es el caso, demostrando sus enraizadas esencias, y el buen talante, nuestros dirigentes, juntos, están construyendo el nuevo destino de la sociedad. El futuro promete.

Da gusto encontrarse en los medios de comunicación con programas neutrales y con personalidades ilustradas que educan con su dilatada sapiencia a los ciudadanos. El otro día, sin ir más lejos, escuché a uno de ellos decir que no sabía nada; a otro, que «todo fluye, todo cambia, nada permanece»; otra mujer comentaba que nuestra realidad estaba condicionada por cómo somos, hablaba de ir a las cosas mismas y, así, despojarnos de lo superfluo para acertar en nuestras pesquisas; lo más revolucionario fue escuchar en prime time a un tal Merlí decir que había que dudar de todos aquellos que nos venden verdades. La verdad, decía, debemos cotejarla por nuestros propios medios. No hay que olvidar que los medios de comunicación pueden ser letales si utilizan la información como narcótico, o bien pueden ser el engranaje perfecto para construir sociedades libres y diversas. Si, por ejemplo, nos bombardeasen constantemente con las mismas caras irrelevante, ya sean políticos, deportistas (exclúyase al divino Nadal y al divino Lebrón) o eso que llaman ahora celebrities, estaríamos asistiendo a un despotismo comunicativo en donde no habría cabida para la cordura ni la educación, solo para el entretenimiento barato y burdo, del cual emanarían millones de almas vulnerables e indefensas para con la camuflada realidad. No es el caso. Cualquier parecido con la realidad es mera ficción.

Devuelta a la distópica realidad, ésta araña y ruge sin encontrar cúpulas de amparo, me pregunto por qué seguimos consintiendo con exacerbada impunidad la mayor enfermedad global de la humanidad: el hambre, y por qué la realidad que más víctimas produce es silenciada. En la actualidad, siguen desnutridos millones de personas, millones de niños luchan por sobrevivir en un mundo hostil, lucha inviable que no fructificará porque hemos construido un mundo salvaje solo para llenar los cajones de sueños podridos y el estómago de avaricia y conformidad. Estoy convencida de que el hambre mundial es la respuesta más directa a nuestra ceguera occidental. Nuestra miseria más inexcusable. El hambre, la ignorancia y la codicia son los mayores males a erradicar en nuestro tiempo. Ninguno de ellos ha sido ocasionado en el empíreo, solo el hombre es culpable de la mayor ignominia de la humanidad. Ningún Estado debiera permitir el vicio de la desinformación, ni promover culturas totalitarias que discriminen el librepensamiento. Por el contrario, fomentar la libertad de conciencia garantiza un pueblo tolerante, y la diversidad en todas sus dimensiones.

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