antonio donaire sánchez
Viernes, 4 de diciembre 2020, 08:21
Roma, 4 de diciembre de 2019. Ocho de la mañana.
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La plaza de San Pedro se desperezaba con los primeros rayos de sol. Si la ciudad eterna me había recibido dos días atrás con una intensa cortina de agua, a estas horas de la mañana la basílica de San Pedro comenzaba a sentirse acariciada por los rayos del astro rey, acrecentando aún más si cabe toda la belleza y magnitud que atesora.
Hacía frio como corresponde a esta época del año, pero no sabría asegurar si toda esa sensación que experimentaba mi cuerpo era producto de las bajas temperaturas o si el hormigueo que sentía en mi interior contribuía a aumentar más la percepción de frio que me envolvía.
El miércoles es el día de la audiencia general del Papa, salvo viaje al extranjero del sumo pontífice, enfermedad de éste o, como tristemente ha ocurrido, una pandemia se presenta en nuestras vidas suprimiendo dicha celebración por razones sanitarias.
Pero aquel día 4 de diciembre del año pasado, y tras impartir la catequesis, Francisco fue saludando a un grupo de personas entre las que me encontraba. No estaba sólo, me acompañaban mi sobrina Noelia Ávila, directora nacional de Halcón Viajes peregrinaciones y auténtica artífice de que, a esa hora y en ese momento, yo tuviese el privilegio de poder saludar en persona y hablar con él, al jefe de la iglesia católica, el Santo Padre, tras meses de intensas gestiones con la Santa Sede. También me acompañaba mi esposa, Mari Avila. «Tita- le dijo su sobrina Noelia en el homenaje por su jubilación el 24 de noviembre de 2018- mi regalo será llevarte a Roma». Y allí se encontraba también José Blanco Vicente, párroco de Huertas de Animas, a quien la asociación de vecinos obsequió con un viaje similar, al cumplirse sus bodas de oro sacerdotales.
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Frio, nervios, ilusión, pulsaciones aceleradas, dudas, sentimientos que se entrecruzaban y multiplicaban a medida que el santo padre se iba aproximando. Llegaba el momento esperado desde el mes de febrero, cuando Noelia puso manos a la obra, para hacer realidad ese sueño.
¿Qué Papa me encontraría? me preguntaba ¿Sería el mismo que se enfrentó a la dictadura argentina siendo aún sacerdote? ¿El mismo tal vez que recriminó siendo ya arzobispo de Buenos Aires a la presidenta Cristina Fernández, por los casos de corrupción de su gobierno, cuando esta le pidió que dejase de denunciarlos? ¿El mismo quizás que acostumbraba a pronunciar homilías comprometidas que no dejaban indiferente a nadie? ¿El mismo que visitaba a pobres y enfermos en barrios marginales y tomaba con ellos la infusión de hierba mate? ¿El mismo al que gustaba ser llamado 'padre Jorge' por sus fieles? ¿O por el contrario la curia rancia del Vaticano le habría introducido en una especie de burbuja para aislarle de la realidad social de la Iglesia Católica a cuyo frente se encuentra desde el 13 de marzo de 2013?.
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La respuesta la encontré en su sonrisa abierta y en su apretón de manos largo e intenso, mientras nos mirábamos fijamente a los ojos. Ahí comprendí que Francisco te deja hablar mientras te mira y escucha con total atención. Así, comencé dándole las gracias por la clase de pontífice que es, y por lo que ha supuesto de aire renovador para la Iglesia Católica. Le hablé del lugar de donde procedía, de Trujillo, de Extremadura, de la Virgen de Guadalupe, de lo honrados que estaríamos en esta tierra al recibirle en su condición de Papa. Salté el charco para explicarle mi estrecha relación con Argentina, no en vano mi consuegro, mi yerno y mi nieto Imanol son argentinos. Tarareamos una estrofa de la canción argentina compuesta por María Elena Walsh – el árbol del jacarandá- y que yo me aprendí para cantársela y enseñársela a mi nieto, tanto allá en Rosario, como acá en España con el objetivo de que Imanol no olvide nunca la tierra que le vio nacer. Recuerdo que él me repetía: «reza por mí». Hice de embajador y puse a Trujillo en sus manos- en forma de libro, claro- regalándole un ejemplar de 'Historia y arte en la ciudad de Trujillo', cuya autora es mi buena amiga Magdalena Galiana Núñez, y mientras yo hablaba, el santo padre apoyaba su mano izquierda en mi antebrazo derecho, demostrándome una actitud de cercanía e interés absoluto por lo que yo le contaba. Sabedores de su afición a consumir yerba mate como buen argentino que es. Mari tras saludarle le entregó una bolsa de yerba con la que se prepara el mate como infusión. Y aquí surgió la espontaneidad de su santidad. ¡La droga,, esto sienta bien a cualquier hora del día! exclamó Francisco mientras sostenía con ambas manos el regalo recibido, provocando una carcajada sonora. Noelia por su parte le habló de los miles de peregrinos que la habían acompañado tanto a Tierra Santa, como a Roma, y le mostró una foto en gran tamaño de la congregación de las monjas Jerónimas de Trujillo para que el Papa la bendijese, cosa que hizo encantado. Por su parte, José Blanco, el sacerdote de Huertas de Ánimas, le regaló varios presentes entre los que se encontraba una imagen de su patrona, la Virgen del Rosario, y según nos contaba, cuando el santo padre la tuvo en sus manos, exclamó «¡qué linda!» El santo padre correspondió regalándonos sendos rosarios a los que bendijo.
Cuando el Papa se despidió de mí y se alejaba, entendí que había sido protagonista privilegiado de un encuentro inolvidable y de una experiencia única. Volví a mirarle, y susurré: Francisco, «rezá por mí».
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Fé de erratas: en el artículo de ayer, me referí como Carlos Humes, a quien en realidad se llama Claudio Hummes. Perdón por la errata.
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