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Francisco: El Papa con el que hablé (El cónclave)
Reflexiones desde la ventana

Francisco: El Papa con el que hablé (El cónclave)

El cardenal Carlos Humes, brasileño, estaba sentado a su lado. Se acercó a él y abrazándole le dijo: «No te olvides de los pobres»

Antonio donaire

Jueves, 3 de diciembre 2020, 07:51

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Ciudad del Vaticano, 12 de marzo de 2013.

El cardenal bonaerense Jorge Mario Bergoglio, vestido con el hábito coral rojo púrpura que distingue a los cardenales, procesionaba desde la capilla Paulina hasta la capilla Sixtina. Contaba entonces con 76 años de edad, pues había nacido el 17 de diciembre de 1936.

No lo hacía sólo. Junto a él, otros 114 príncipes de la Iglesia con la condición de cardenales electores llegados de todas las partes del mundo, entonaban la letanía de los santos de occidente y de oriente, obligados por el mandato divino de elegir al sucesor de Benedicto XVI, por renuncia de éste al pontificado, el día 11 del mes de febrero.

La capilla que contiene los frescos más famosos del inmortal artista Miguel Angel acoge desde mediados del siglo XIX la elección del obispo de Roma, sumo pontífice de la Iglesia Católica, y jefe de Estado de la ciudad del Vaticano, tras la muerte o renuncia de su predecesor.

Traspasado su umbral, los purpurados entonaron el rezo del 'veni creator' encomendándose al Espíritu Santo para que les iluminase en la elección del nuevo Papa, y tras ocupar el lugar designado, prestaron juramento con su mano derecha puesta sobre los Evangelios. Juraban mantener secreto sobre las deliberaciones que allí tuviesen lugar. Acto seguido el cardenal decano pronunció la frase latina 'extra omnes'- todos fuera- por la que sólo los cardenales electores permanecerían en su interior, cerrados bajo llave. Comenzaba el cónclave para elegir al sucesor de Benedicto XVI.

De que el 'ardenal Jorge', como le conoce la inmensa mayoría de sus fieles bonaerenses, no pensaba salir del interior de la capilla Sixtina convertido en Papa, da idea la conversación que mantuvo con su quiosquero habitual el domingo anterior de su viaje a Roma. Como cada domingo, a las 05:30h de la madrugada, el cardenal pasaba a recoger el ejemplar del día del periódico La Nación, en un quiosco próximo a la plaza de Mayo. Aquel domingo le pidió a Daniel que le reservase los ejemplares cada día hasta su vuelta. Tiempo tendría de leerlos en la habitación número 13 que acababa de reservar en la residencia del arzobispado, una vez que fuese aceptada su petición de jubilarse tras el nombramiento de su sucesor como arzobispo de Buenos Aires. Daniel le espetó: «Jorge, vas a agarrar la batuta», a lo que él contestó: «eso es un hierro caliente, nos vemos en veinte días». Luego, subió a un autobús urbano que le llevó hasta un barrio marginal donde sirvió mate cocido a los pobres y enfermos.

Pero tras poco más de 24 horas después del comienzo del cónclave, y tras 4 votaciones fallidas, en la quinta el apellido Bergoglio figuraba inscrito en 77 de las 115 papeletas- tantas como cardenales electores- alcanzando así los dos tercios necesarios para convertirse en el 266 sucesor de Pedro. En ese momento, todos los cardenales puestos en pie prorrumpieron en una cerrada ovación. El cardenal Carlos Humes, brasileño, estaba sentado a su lado. Se acercó a él y abrazándole le dijo: «No te olvides de los pobres». El Papa electo ha explicado que esa frase es el origen de su nombre como sumo pontífice, pues le vino a la cabeza y al corazón el recuerdo de San Francisco de Asís, el santo de los pobres, y cuando el cardenal decano le preguntó si aceptaba el cargo, y el nombre con que quería ser conocido, aceptó, y dijo que quería ser llamado Francisco.

Mientras el nuevo Papa entraba en la sacristía para ponerse la túnica blanca que distingue a los sumos pontífices desde el pontificado de San Pio V, la chimenea colocada en el tejado de la capilla para la ocasión, anunciaba al universo con su fumata blanca, que un nuevo papa había sido elegido y las campanas de la basílica de San Pedro tañían sin cesar. En el balcón central de la misma, el cardenal protodiácono Jean Luis Taurán- ya fallecido-pronunciaba la frase que todo el mundo católico deseaba escuchar: «Annuntio vobis gaudium magnum, Habemus Papam»- Os anuncio una gran alegría. Tenemos Papa, y se llamará Francisco.

Ya investido Papa, Francisco saludó uno por uno al resto de cardenales que le prometieron su respeto y obediencia, y se retiró a la capilla Paulina para rezar a solas. Tras ello, se presentó ante el mundo desde el balcón central de la basílica e impartió su primera bendición urbi et orbe.

La iglesia Católica tenía nuevo mandatario, Roma, nuevo Obispo, y el Vaticano nuevo jefe de estado: El Papa Francisco. El Papa con el que hablé. Pero esa es otra historia que cabe en otro artículo.

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