Nostalgia de un futuro mejor
Francisco Mateos Cotrina
Martes, 3 de diciembre 2024, 08:50
Francisco Mateos Cotrina
Martes, 3 de diciembre 2024, 08:50
Acaba un año lleno de polarización, desinformación, bulos, escándalos políticos, catástrofes naturales y polémicas sobre las redes sociales y la inteligencia artificial. No parece que el próximo pinte mejor. Quizás sea momento para recapacitar sobre lo sucedido y reflexionar sobre lo que ciudadanos podemos hacer ... para esperar un futuro mejor.
En su novela 'Walkaway', el activista tecnológico, profesor y escritor Cory Doctorow hace una afirmación con la que muchos podríamos estar identificados sobre los avances científicos a lo largo de nuestra vida. Doctorow dice QUE, para muchas personas «Todo lo que se inventa antes de los 18 años ha estado siempre ahí. Todo lo que se inventa antes de los 30 es emocionante y cambiará el mundo para siempre. Y todo lo que se inventa después es una abominación y debería estar prohibido«.
Siguiendo ese razonamiento, para las personas de mi generación, las máquinas de escribir, los tocadiscos y los coches serían inventos que siempre han estado ahí. Los ordenadores, los móviles o internet fueron, en su día, inventos que cambiarían el mundo y las redes sociales, los drones o la inteligencia artificial, abominaciones que deberían estar prohibidas. Y claro, los menores de 30 años pensarán que los móviles y las redes sociales siempre han estado ahí. Y probablemente que los drones y la inteligencia artificial, innovaciones que cambiarán el mundo a mejor.
Demis Hassabis lo tiene claro. El premio Nobel de Química de 2024 y director general de DeepMind, empresa puntera en inteligencia artificial (IA) propiedad de Google, opina que la IA tiene el potencial de resolver el cambio climático, desarrollar nuevas fuentes de energías o contribuir a remediar enfermedades incurables.
Sin embargo, Yuval Noah Harari, catedrático de Historia, investigador de Cambrigde, escritor superventas y uno de los gurús mediáticos de la actualidad, a pesar de tener la misma edad que Hassabi, no es tan optimista. Quizás por su edad o quizás por llevar décadas investigando sobre el pasado y escribiendo sobre el futuro de la humanidad.
En su último libro, Harari advierte que, en el futuro, los diversos sistemas de IA podrían conspirar para conseguir sus propios objetivos. Teoriza que, siendo entes inorgánicos y sin necesitad de consciencia, entre sus objetivos podría estar crecer, multiplicarse y expandirse para garantizar su supervivencia, al margen de los intereses de los humanos. Al fin y al cabo, es lo mismo que hacen los virus, las bacterias o los hongos, entidades mucho menos inteligentes que las IA, que tampoco están dotadas de consciencia y que, como sabemos, pueden causarnos muchos problemas.
Harari apunta que, para cumplir esos objetivos, las IA necesitarán más capacidad de computación, lo que implica la construcción de centros de datos y la obtención de energía para alimentarlos y de agua para refrigerarlos. Y de un entorno político y social proclive a financiarlos, construirlos y mantenerlos a pesar de su enorme impacto ambiental y de su cuestionable utilidad para los ciudadanos.
Evidentemente, los estados democráticos con instituciones preocupadas por el bienestar de sus ciudadanos y alarmadas por el cambio climático, no serán muy receptivos a esas necesidades. La sociedad civil, compuesta por personas concienciadas, movilizadas en defensa de sus derechos y los medios dedicados a informar con veracidad, tampoco. Y la comunidad científica que desde hace 50 años nos viene advirtiendo de las nefastas consecuencias del cambio climático, menos todavía.
Así las cosas ¿cuál podría la estrategia de una IA que quisiera crecer y sobrevivir sin tener que preocuparse de las limitaciones energéticas, organizativas o climáticas impuestas por los humanos? Pues no hay que ser ningún experto en Von Clausewitz o en Sun Tzu, para concluir que debilitar las instituciones democráticas, socavar la convivencia ciudadana, desprestigiar a los científicos y desacreditar a los medios de comunicación podrían ser estrategias exitosas para ello.
Observemos ahora a nuestro alrededor: La construcción de centros de datos para alojar sistemas de que garanticen el funcionamiento de las IA, es una tendencia en alza. Las redes sociales, en lugar de facilitar la comunicación y la convivencia, se han convertido en lugares para confundir y polarizar a los ciudadanos. Simultáneamente las plataformas de entretenimiento on-line nos aíslan en nuestras casas y nos desmotivan para realizar actividades en comunidad. Al mismo tiempo, muchos medios de comunicación parecen más interesados en intoxicar y manipular para desprestigiar a todo tipo instituciones, que en informar con veracidad e imparcialidad a los ciudadanos.
En este sentido, la evolución de una red social como Twitter ha sido paradigmática. En 2009 pasó de 5 a 71 millones de usuarios y se convirtió un eficaz intermediario que facilitaba la comunicación entre políticos, ciudadanos y periodistas. En 2022, tras ser adquirido por Elon Musk, se despidió al 80% de sus trabajadores, se suprimió el departamento de moderación de contenidos y se abandonó el código de buenas prácticas en desinformación, facilitando la difusión de bulos. En la actualidad, millones de usuarios y muchos medios de comunicación están abandonando esta red social, convertida en una caja de resonancia para la desinformación, el odio, el racismo y las teorías conspirativas.
Otro ejemplo: recientemente todos somos testigos de la polarización que domina el debate público. Tras la catástrofe de Valencia, una legión de agitadores se coordinó para cuestionar y criticar a todas las instituciones: desde la Casa Real, hasta el último ayuntamiento, pasando por gobierno central y el autonómico, Cáritas, la Cruz Roja, las Confederaciones Hidrográficas, Protección Civil, el CSIC o la AEMET, cuyos responsables ha sido incluso amenazados en redes sociales. Todos hemos visto las bochornosas imágenes de la visita de los reyes y el presidente del gobierno en su viaje a Valencia, donde se sobrepasaron límites que nunca habíamos imaginado.
En el culmen del despropósito, en EE. UU. Trump ha propuesto a un antivacunas (Robert F. Keneddy) como ministro de sanidad, a un presunto abusador sexual de menores (Matt Gaetz) como fiscal general o a un supremacista blanco (Stephen Miller) como encargado de inmigración. Ni a la más siniestra de las inteligencias artificiales, entrenada a fondo con las más turbias novelas de Stephen King, se le hubiera ocurrido eso.
En fin, no sé si como dice Harari, todo esto son ejemplos de la estrategia de una IA conspirando para conseguir sus objetivos, aunque en realidad da igual. En muchos países, las instituciones democráticas establecidas para que los ciudadanos puedan organizarse, ejercer influencia en las decisiones políticas y defender sus derechos, están siendo debilitadas y eso no augura nada bueno. Ya sea por culpa de la inteligencia artificial o por nuestra propia ignorancia y estupidez natural.
Si no es por toda esta vorágine de intoxicación informativa, no se explica que haya sido posible convencer a los británicos de que abandonen la UE, a los norteamericanos de que voten a Trump o a los europeos de que las opciones políticas extremistas que asolaron el continente el siglo pasado puedan no ser tan malas. Si no es por la desinformación, no hay forma de entender que la inmigración, en lugar de ser entendida como la tabla de salvación demográfica de una sociedad envejecida como la europea, sea percibida como un problema. Si no es por los bulos, no se comprende como hay personas que sin conocimientos científicos, no solo pongan en entredicho el cambio climático o las vacunas, sino que colaboren para difundir locas teorías conspirativas como el terraplanismo, los chemtrails, el 'gran reemplazo' o el control mental mediante las redes 5G.
¿Estamos entonces destinados a ser rebaño de ciudadanos condenados a la manipulación, la polarización las mentiras y los bulos? ¿A vivir una existencia orientada a producir de día y consumir entretenimiento digital por la noche, sin la mínima interacción social con nuestros vecinos? ¿A que nuestra única relación con la política sea votar cada 4 años a candidatos sugeridos por nuestras redes sociales? Yo creo que no. En nuestra mano está dejar de echar la culpa de todo a los políticos y convertirnos en ciudadanos informados, concienciados, capaces de distinguir los bulos, diferenciar la verdad de la desinformación y luchar contra la polarización.
Pero para ello, además de movilización, hacen falta medios y voluntad política. Debemos exigir a nuestros dirigentes que pongan a nuestra disposición espacios que fomenten la cooperación ciudadana, organizar actividades comunitarias que nos saquen de nuestro aislamiento doméstico y potencien el capital social de nuestras comunidades. Reivindicar que se doten esos espacios con fondos y personal para ello. No hay que inventar nada nuevo. Quizás solo potenciar lo que ya tenemos. Entidades de las que ya disfrutamos, especialmente las relacionadas con la preservación del conocimiento y la conservación del patrimonio como museos, bibliotecas y archivos, adecuadamente enfocadas a estos objetivos, pueden ser de gran ayuda.
Puede que de ello dependan cuestiones tan importantes como que las IA estén bajo control humano y no al revés, que los intereses de los multimillonarios y las grandes corporaciones tecnológicas no estén por encima del interés de los ciudadanos y que la democracia, el estado del bienestar, la justicia social y el conocimiento científico sigan siendo conceptos con valor para que todos, independientemente de nuestra edad, empecemos a pensar que el futuro que nos espera es mucho mejor que el pasado que dejamos atrás.
Todos mis artículos en: https://fmatco.wordpress.com/
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