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¿Make America Great Again?
Francisco Mateos Cotrina
Miércoles, 19 de febrero 2025, 00:34
Francisco Mateos Cotrina
Miércoles, 19 de febrero 2025, 00:34
Hacer grande a América de nuevo. El eslogan que ha aupado a Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Un ejemplo paradigmático de las ... frases vacías y emotivas que tanto gustan a los dirigentes populistas. Otra muestra de las ideas simplistas que anestesian el razonamiento crítico. El clásico lenguaje emotivo y ambiguo, propio de los totalitarismos, que se estrenó con «Mein Kampf» y que también podemos observar en 'El libro rojo de Mao' o en los discursos de Stalin.
No está muy claro a qué época quiere volver Trump. Hay donde elegir, porque, repasando un poco la historia, los Estados Unidos han tenido oportunidad demostrar ser un gran país al menos en cuatro ocasiones durante el siglo XX: durante la Gran Depresión de los años 30, durante la II Guerra Mundial, durante la época de la creación de la ONU. Y también en los 60 gracias a J.F.K.
En los años 30 del siglo pasado, durante la Gran Depresión, EE. UU demostró ser un gran país cuando las políticas demócratas -más bien socialdemócratas- del presidente Roosevelt sacaron a los EE. UU. de una de sus peores crisis a base de gasto público, principalmente construyendo infraestructuras que en su momento dinamizaron la economía, muchas de las cuales siguen en funcionamiento casi 100 años después.
En los años 40 del pasado siglo, los EE. UU. volvieron a hacerlo cuando miles de sus jóvenes se dejaron la vida en Europa y el Pacifico, luchando junto a sus aliados contra los totalitarismos que amenazaban las democracias. Y finalizada la guerra realizaron un gran esfuerzo económico para ayudar a la reconstrucción de Europa, gracias al Plan Marshall.
Volvieron a demostrar ser un gran país a principios de los 50, durante la época dorada de la colaboración internacional cuando tras la II Guerra Mundial y junto con otros 51 países, impulsaron la creación de la ONU para «mantener la paz y la seguridad internacional, fomentar las relaciones de amistad y promover el progreso social, la mejora del nivel de vida y los Derechos Humanos en todas las naciones.», como reza su carta fundacional.
Y también lo hicieron, en los años 60, cuando eligieron a John F. Kennedy, el presidente demócrata que aprobó las leyes de Derechos Civiles, modificó la política de selección de inmigrantes para abrir puertas a la inmigración latina y apoyó la exploración espacial y la investigación científica a través de la NASA gracias a una administración pública fuerte y bien financiada que puso en pie uno de los proyectos de ingeniería más exitosos de la historia.
Así es que sí. Efectivamente EE. UU. ha sido un país. No solo una, sino al menos 4 veces. Pero nunca lo ha sido por reducir la inversión pública, enfrentarse con sus aliados, criminalizar a los inmigrantes, ignorar la carta de los Derechos Humanos o rechazar los más elementales principios científicos.
Por ello, resulta difícil creer que ahora va a ser un gran país reduciendo drásticamente los gastos federales, eliminando importantes agencias gubernamentales, abandonando foros de colaboración internacional como la ONU y la OMS, abanderando el negacionismo climático en contra del consenso científico o basando las relaciones internacionales en las amenazas, las presiones y el chantaje a sus aliados y vecinos, como propone Trump.
Aunque las propuestas de Trump lo parezcan, no son bravuconadas. En pocos días ha retirado a los EE. UU de los principales foros internacionales, ha abandonado los acuerdos climáticos, ha amenazado a Canadá con la anexión y a Groenlandia con la invasión. Ha desplegado el ejército en la frontera con México con la excusa de frenar la inmigración. Desafía a sus socios europeos intimidando con aranceles comerciales y exigiendo un aumento del gasto militar con inversiones que, principalmente beneficiarán a empresas norteamericanas.
Y ha comenzado a devolver a sus países de origen a inmigrantes por delitos tan simples como multas de tráfico, mientras indulta a los delincuentes que protagonizaron en asalto al Congreso en 2021 dejando cinco muertos.
En realidad, no deberíamos asombrarnos. Probablemente las amenazas, las presiones y los chantajes son la forma lógica de hacer política de un inversor inmobiliario neoyorkino, transmutado en estrella de la televisión, que no está acostumbrado a que le lleven la contraria y para el que los triunfos se miden por el grado de humillación con el que ha conseguido doblegar a sus adversarios.
No dudo que sean métodos adecuados para prosperar en el proceloso mundo de los negocios de Manhattan, pero quizás no sirvan para gobernar un país de 250 millones de habitantes, la mayor potencia industrial, económica y militar, del mundo.
Han pasado 92 años y los sociólogos aún no comprenden del todo cómo en 1933, un 43% de los alemanes con derecho a voto, depositó su confianza en un fracasado cabo del imperio austrohúngaro que llevó a su país al abismo. Pasarán décadas hasta que nos podamos explicar cómo es posible que 72 millones de votantes de uno de los países más cultos e industrializados del mundo, hayan elegido presidente a un promotor inmobiliario sin carrera política.
Y es que, en un país en el que todos sus presidentes han tenido una carrera política como miembros de la administración, han sido alcaldes o gobernadores, Trump ha pasado de su despacho en la Trump Tower a la Casa Blanca sin mostrar nunca el más mínimo interés por el servicio público a los ciudadanos. Será, además, el primer presidente que por tener antecedentes penales no podrá comprar un arma de fuego, pero como comandante en jefe, tendrá acceso al «botón nuclear».
En fin, quizás los europeos podamos convertir esta amenaza en una oportunidad. No parece que vengan buenos tiempos cuando una de las grandes potencias del mundo se deja llevar por el populismo, así es que los europeos deberemos esforzarnos en intentar aprovechar la ocasión para estar más unidos, fortalecer la cooperación internacional, consolidar nuestra industria de defensa y aeroespacial, multiplicar nuestra apuesta por las energías renovables para luchar contra el cambio climático y apoyar la inmigración para robustecer nuestra economía.
Eso sí, siempre y cuando evitemos el palo en las ruedas que seguro están dispuestos a colocarnos aquellos que, en Europa, admiran las políticas de Trump.
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