El gran dilema
Dos visiones para una sociedad: del mercado libre al Estado, como garantes del bienestar.
Francisco Mateos Cotrina
Martes, 5 de agosto 2025, 18:14
Actualmente, en política, hay dos grandes corrientes ideológicas que se disputan el favor de los votantes: el ultraliberalismo económico y la socialdemocracia, representados en España ... por el PP y por el PSOE, respectivamente. Dos opciones mayoritarias, en un sistema en el que la principal labor de los políticos consistiría en persuadir a los ciudadanos de sus bondades y el principal trabajo de estos sería el de intentar discernir cual es la mejor opción para sus intereses.
En esta contienda democrática entran en juego muchos factores. Algunos más legítimos que otros: la manipulación ideológica, el adoctrinamiento, la compra de voluntades, el papel de los medios de comunicación y de las redes sociales, el rol de los expertos y líderes de opinión, etc.
En un contexto de sobreinformación, los ciudadanos siempre estamos expuestos a sucumbir ante la acumulación de frases vacías, de hechos no verificados, de ideas simples y de eslóganes apasionados que apelan a nuestros más bajos instintos como el miedo o el odio, para acabar eligiendo por inercia, costumbre o dejadez.
Aunque también podemos esforzarnos un poco para dejarnos guiar por la luz del conocimiento y ejercitar el espíritu crítico para tomar decisiones motivadas que se ajusten no solo a nuestros intereses particulares, sino también a los del resto de los ciudadanos. Al fin y al cabo, las personas no somos islas, vivimos en sociedad.
¿Defendemos nuestros intereses o los de los poderosos?
Y estos intereses, los de ciudadanos que deben elegir a sus representantes, pueden ser muy diferentes e incluso antagónicos, dependiendo de la clase económica a la que pertenezcamos. Es evidente que los intereses de la mayoría de los ciudadanos, situados en los sectores económicos medios y bajos de la sociedad, no tienen mucho que ver con los beneficios de las grandes fortunas.
Así las cosas y aunque hay opciones políticas más extremistas como el anarcocapitalismo y el comunismo, el discurso económico actual bascula entre dos grandes opciones que, en el fondo, están relacionadas con el papel del Estado en la sociedad. Ambos sistemas tienen el mismo objetivo, el bienestar de la sociedad. Solo difieren en el modo de conseguirlo. Mientras que el ultraliberalismo económico aboga por una intervención mínima del Estado, la socialdemocracia defiende un Estado fuerte y activo capaz de corregir desigualdades.
Ultraliberalismo y socialdemocracia: dos visiones del mundo
El ultraliberalismo postula un mercado libre, sin regulaciones ni restricciones donde la propiedad privada es sagrada y es el motor de la prosperidad. La socialdemocracia defiende la «economía social de mercado» donde coexisten la propiedad privada y la regulación estatal para impedir monopolios, proteger a consumidores y trabajadores y garantizar la estabilidad económica.
Para el ultraliberalismo la existencia de desigualdades económicas son el resultado de la competencia y del esfuerzo individual. Para la socialdemocracia, las desigualdades económicas pueden estar motivadas por un acceso dispar a recursos como educación o sanidad y cree que esto debe ser corregido con ayudas y servicios públicos para que nadie se quede atrás.
El ultraliberalismo defiende la idea de que los impuestos son un robo y que el dinero de está mejor en el bolsillo de los ciudadanos. La socialdemocracia cree que son una herramienta imprescindible para redistribuir de la riqueza y fomentar la igualdad de oportunidades.
El ultraliberalismo, convencido de que el sector privado es más eficiente, es partidario de que las empresas tomen el control de amplios sectores de la economía, incluida la educación y la sanidad. La socialdemocracia cree que debe ser el Estado el que garantice estos servicios, para actuar como motor fundamental del bienestar colectivo y corregir los errores del mercado.
En resumen, la socialdemocracia, defiende que el Estado cumpla un papel central en la economía para lograr objetivos sociales y económicos que están por encima del interés individual. El ultraliberalismo apuesta por la autorregulación del mercado, por la «mano invisible» que según el economista clásico del siglo XVI Adam Smith, explica cómo el interés individual y la libre competencia en un mercado sin regulación, pueden conducir al bienestar general de la sociedad.
Sin embargo, la extendida idea de que el capitalismo se autorregula, de que las empresas son intrínsecamente eficientes, de que si el Estado les deja hacer a su antojo, eliminando regulaciones, trabas burocráticas e impuestos, esto conduce irremisiblemente a la prosperidad colectiva, está empezando a ser cuestionada desde amplios sectores académicos y sociales.
Por su naturaleza, los seres humanos dominan tanto como su poder les permite (Tucídides)
Y en esta búsqueda de la verdad, en este ejercicio de análisis crítico sobre cuál de los dos sistemas económicos puede ser más útil para la prosperidad de la sociedad, las fuentes históricas son de una gran ayuda. Hace pocos días, Irene Vallejo, la aclamada autora de «El infinito en un junco», escribía un artículo sobre este tema, en el que, citando fuentes históricas, pone en duda esa capacidad de autorregulación de los humanos y de sus empresas.
Vallejo, filóloga especialista en cultura clásica, se remonta a Tucídides (460 a. C.) para recordarnos que «por su naturaleza, los seres humanos dominan tanto como su poder les permite», afirmando que el autocontrol de los ávidos es una criatura de ficción.
En su artículo, Irene Vallejo relata cómo, desde tiempos inmemoriales, el comercio de artículos tan cotidianos hoy como las especias o el azúcar impulsaron una civilización capitalista que durante centenares de años se basó en la esclavitud a escala global, como método para conseguir mano de obra barata y obtener grandes beneficios. Los defensores del ultraliberalismo mercantilista de hoy, dice Vallejo, «suelen reclamar la máxima libertad, olvidando que el capitalismo se erigió sobre la esclavitud».
Los defensores del ultraliberalismo, que reclaman la máxima libertad para individuos y empresas, olvidan que el capitalismo se erigió sobre la esclavidud (Irene Vallejo).
La Revolución Industrial condujo a la automatización de la mano de obra y esto fue acabando poco a poco con el esclavismo, pero las grandes empresas azucareras, reconvertidas en empresas alimentarias, se las han arreglado para abaratar artificialmente el azúcar, incrementar su producción e incluirlo en cantidades masivas en comidas y bebidas. En 1850, se calcula que una persona ingería unos 2 kilos de azúcar al año, en la actualidad, son unos 50. Los efectos nocivos para la salud de un exceso de azúcar están hoy ampliamente documentados, pero eso no ha disuadido a las grandes empresas de obtener grandes beneficios a expensas de la salud de los ciudadanos.
Lo mismo que ha ocurrido con el tabaco, las bebidas alcohólicas, la sal, los alimentos ultra procesados o con el consumismo irracional creado para impulsaros a cambiar cada poco tiempo de coche, de móvil o de ropa. Necesidades que no están creadas por la ley de la oferta y la demanda, sino que están artificialmente provocadas para la obtención de beneficios, sin importar daño al medioambiente o a la salud y al bolsillo de los ciudadanos.
Otros autores nos recuerdan que, durante demasiadas veces, el capitalismo descontrolado ha fracasado de forma estrepitosa, llevando a la ruina a millones de personas, como ocurrió en la reciente crisis bancaría de 2008 que llevó a la quiebra a países como Grecia o Islandia y cuyas consecuencias aún arrastramos. Un desastre económico que comenzó con la privatización de los beneficios repartidos entre las empresas y sus accionistas y acabó con la socialización de unas pérdidas que fueron asumidas por toda la sociedad mediante grandes ayudas públicas a las empresas en crisis pagados con los impuestos que los ultraliberales tanto critican.
Preguntas sin respuestas
Parecería, por tanto, que la pretendida superioridad del ultraliberalismo sobre la socialdemocracia, del mercado sobre el Estado, como método para lograr el bienestar de la sociedad, podría ser solo un mito. Que el capitalismo sin control, que el autocontrol de los ávidos, como decía Irene Vallejo, podría ser tan solo un espejismo. Para llegar a una conclusión, quizás cada uno de nosotros debería enfrentarse a algunas cuestiones:
•¿Es esta pulsión consumista en la que estamos inmersos, que agota los recursos naturales y llena los vertederos, un éxito del capitalismo?
•¿Pueden las empresas regularse, sin un Estado fuerte que ponga coto a los excesos de las cada vez más multinacionales y cuyos presupuestos y poder se equiparan ya a los de algunos Estados?
•¿Estamos convencidos de que, en este contexto, los intereses de consumidores y trabajadores pueden defenderse sin regulaciones estatales?
•¿Son los impuestos un robo o son imprescindibles para garantizar principios como la justicia social, la igualdad de oportunidades y reducir las desigualdades económicas?
•¿Debemos seguir fomentando un individualismo egoísta que, aunque nos beneficie a corto plazo, sabemos que a la larga nos perjudica como sociedad?
•¿Tiene algún sentido que los sectores más vulnerables de la sociedad apoyen las tesis económicas de los más poderosos?
Son preguntas que dejo en el aire, para que cada uno de nosotros ejercitemos el espíritu crítico y decidamos, si queremos seguir moviéndonos entre las tinieblas de la ignorancia o si preferimos dejarnos llevar por la luz del conocimiento para tomar la decisión más adecuada la próxima vez que nos consulten.
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