Conservadores, progresistas y reaccionarios
Francisco Mateos Cotrina
Martes, 10 de junio 2025, 17:31
Francisco Mateos Cotrina
Martes, 10 de junio 2025, 17:31
Con todas sus injusticias y guerras, la especie humana avanza, aunque no siempre a la misma velocidad. A veces, prospera al lento pero seguro ritmo ... impuesto por las ideas conservadoras. En otras ocasiones, avanza cuando se imponen las ideas disruptivas, que impulsan transformadoras oleadas revolucionarias definidas por las ideas más progresistas.
Quizás tan imprescindibles sean unas como otras. Las que nunca son necesarias son las épocas oscuras de retroceso que imponen las ideas reaccionarias que no solo no permiten avanzar, sino que nos hacen retroceder años, intentando revivir estructuras caducas.
Las ideas progresistas impulsan la transformación de la sociedad. El conservadurismo consolida los avances sociales asegurando la continuidad. Ambas ideologías pueden ser complementarias, pero el reaccionarismo, en su intento por revertir los cambios ya consolidados, lastra los avances de la humanidad.
Conservadores, progresistas y reaccionarios. A lo largo de la historia podemos observar los efectos de estas tres ideologías que, de forma cíclica, han ido protagonizando momentos transcendentales para la humanidad.
Las épocas conservadoras están caracterizadas por mantener estructuras sociales estables que consolidan las instituciones y evitan los cambios sociales bruscos. Para muchos, esto puede ser inmovilismo. Para otros, son épocas necesarias para estabilizar las transformaciones ocurridas.
En toda Europa, por ejemplo, tras las guerras napoleónicas se vivió una época de estabilidad donde se intentó conservar el orden de las monarquías tradicionales frente a las pulsiones revolucionarias de la sociedad.
En el Reino Unido, la denominada Época Victoriana fue un periodo conservador tanto desde el punto de vista moral como político que consolidó estructuras fundamentales tanto para la democracia del país como para el capitalismo moderno.
Y en los años 80, impulsados por el neoliberalismo de Ronald Reagan y Margaret Tatcher
La invención de la imprenta en el siglo XV, que permitió una difusión masiva del conocimiento, rompió el monopolio del saber que ostentaba la Iglesia y democratizó el acceso a libros, ideas y debates, fue el detonante que desencadenó, la Ilustración, la Revolución Francesa y la Revolución industrial. Acontecimientos históricos que supusieron el nacimiento del Estado moderno con sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad, impulsando el desarrollo técnico, económico y social.
Los movimientos feministas y civiles del siglo XX en los países occidentales y los avances en igualdad de género, derechos civiles y diversidad, han supuesto también un gran avance para el conjunto de la humanidad, aunque a veces sus efectos solo sean percibidos por algunas minorías.
La preocupación por el del medio ambiente, la concienciación por el aumento de la contaminación y la inquietud por el deterioro en los ecosistemas, provocado por la actividad humana son también otro ejemplo de revolución, aún en curso, que debería desembocar en un cambio radical en nuestra relación con la naturaleza.
Todos estos eventos relacionados con el progresismo y caracterizados por la defensa de los derechos civiles, la participación ciudadana, la redistribución de la riqueza y el respeto por la naturaleza, han sido algunos de los que han impulsado el bienestar económico, las comodidades y el aumento de la esperanza de vida, que sobre todo en los países desarrollados de occidente, podemos disfrutar.
Como reacción a los cambios producidos por el progresismo y como alternativa al conservadurismo, el reaccionarismo es una fuerza regresiva que no se limita a frenar los cambios, sino que pretende revertir los logros alcanzados, recuperando jerarquías obsoletas y restringiendo libertades.
La Contrarreforma del Siglo XVI, por ejemplo, fue una reacción conservadora contra la Reforma protestante que supuso la censura, la persecución y la muerte de un gran número de personas en Europa.
El ascenso del fascismo en Europa en el siglo XX y la consolidación de la URSS como Estado totalitario, son otros ejemplos. Supusieron una gran supresión de libertades, la persecución de minorías y conflictos devastadores que acabaron con la vida de millones de personas.
Durante la Guerra Fría, el fenómeno del «Maccarthismo», estuvo a punto de convertir a los EE. UU, una de las primeras democracias del mundo, en un régimen autoritario que perseguía ilegalmente a sus oponentes políticos, privándole de derechos legales.
La imposición de dictaduras militares en América Latina ocurrida entre 1960 y 1980, que se saldó con miles de muertos y desaparecidos, una enorme represión política y el aumento de desigualdades económicas que aún tienen efectos constituye otro ejemplo del triunfo de ideas reaccionarias que supusieron un freno destructivo para el avance del conjunto de la sociedad, beneficiando a una exigua minoría.
En España, tenemos nuestro propio corolario de eventos tanto conservadores, como progresistas y reaccionarios: La consolidación del Imperio Español tras el descubrimiento de América, la Restauración borbónica, la instauración de la Primera y Segunda República, la Guerra Civil, la Transición …
La historia reciente de España, desde el inicio de la democracia, es en sí un ejemplo de alternancia entre ideologías conservadoras y progresistas que, con sus luces y sombras, ha supuesto para la mayoría de los españoles el alcance de las mayores cotas de bienestar y seguridad que nunca hemos disfrutado.
Pero la amenaza de las ideas reaccionarias, que tanto daño hicieron en los siglos pasados, persiste. Como dijo Mark Twain, «la historia no se repite, pero rima». Y por mucho que conozcamos sus efectos, parece que en las sociedades se imponen a veces tendencias autodestructivas que amenazan los avances conseguidos.
A lo largo y ancho del mundo, es evidente el auge de las ideas reaccionarias que, en oposición a las transformaciones progresistas y como alternativa a la consolidación conservadurista, pretenden revertir avances en derechos humanos, igualdad de género, diversidad cultural o justicia social.
Aprovechando la crisis de los medios de comunicación tradicionales, apoyándose en falsos expertos y abusando de ideas como el populismo, el nacionalismo, el miedo a los extranjeros o el odio a una supuesta clase dominante, hemos asistido a la llegada al poder −por métodos más o menos democráticos− de gobiernos autoritarios o populistas cada vez en más países.
En España, se eleva progresivamente el tono polarizador en el debate público, se discuten las leyes de igualdad de género y de memoria histórica, se niega el cambio climático cuestionando el consenso científico, se propone la eliminación de contenidos educativos sobre diversidad y derechos humanos o se pone en entredicho el concepto de justicia social, intentando imponer una visión excluyente y regresiva de la sociedad.
Quizás este no sea un debate entre izquierda y derecha. Ni entre ricos y pobres. Y mucho menos entre empresarios y trabajadores. En el fondo, quizás tode sea un enfrentamiento entre transigentes e intolerantes.
La historia nos demuestra que los retrocesos impulsados por el reaccionarismo no solo frenan el avance, sino que forjan profundas fracturas en la sociedad, generan grandes pérdidas de derechos para los ciudadanos y en ocasiones desencadenan graves episodios de violencia institucionalizada. Y cuando llegan, estos movimientos fomentan la intransigencia y la intolerancia aferrándose al poder y dificultando la alternancia con otras ideas.
La historia también nos revela que estos movimientos suelen camuflarse: de falso progresismo, de pretendido conservadurismo, de un mal entendido nacionalismo. Se nos suele aparecer como un movimiento a favor de la libertad, en contra de una supuesta minoría opresora o también en defensa de determinados valores tradicionales, míticos o religiosos.
Por ello, tanto conservadores como progresistas debemos estar alerta. Las ideas reaccionarias pueden ser llamativas para determinados sectores de la sociedad, pueden ser sugerentes para los desencantados con el funcionamiento del sistema y también para aquellos situados en los márgenes de la sociedad.
En un régimen democrático liberal, incluso debemos admitir esas ideas, pero su triunfo puede ser una grave amenaza para los consensos sociales construidos tras tantos años de esfuerzo.
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