

Laura casado porras
Martes, 5 de mayo 2020, 07:44
Después de la vida, no hay mayor don que la salud, es un hecho. No existe mayor riqueza que el bienestar orgánico, emocional y social. Cuando la salud desaparece todas las demás dimensiones sociopolíticas que el ser humano, en su ejercicio cotidiano de narcisismo ritual, pretende elevar a lo más alto de su cúspide imaginaria, se desvanecen. Todas. Ni una sola cobra sentido sin el amparo axiológico de la salud.
La enfermedad, ciñéndonos al umbral biologicista, tan parco en cuestiones teleológicas, constituye una deflexión del diseño de la especie, esto es, una desviación de la norma. La especie humana, actualmente, está pasando por un momento crucial. La enfermedad ha venido a transformar el orden vigente tan, aparentemente, imperturbable. En un corto periodo de tiempo, todo lo que parecía sólido y robusto, se ha desvanecido; los pilares del neoliberalismo han crujido sustancialmente. Acaso, ¿no cayó Roma? Esta magna perturbación, llamada la Covid-19, ha venido a traernos dolor y a abrirnos los ojos que tan ciegamente teníamos alienados. Y, a recordarnos, que el conflicto sempiterno entre «lo firme» y «lo nuevo» es la ley suprema. Dura lex. Así avanza la Historia.
El número tan elevado de fallecidos, en todo el mundo, es apabullante y desolador. La muerte ha transformado en angustia las flores de la primavera del 2020, que tan solo podemos intuir. Pero, la solidaridad nos ha vuelto a unir a todxs. Entre tanta zozobra es posible atisbar luces. La labor hercúlea del personal sanitario nos ha emocionado. Arriesgando su propia vida han armonizado sus fuerzas para restituir la salud social, que tan resquebrajada se encuentra en estos difíciles días de marzo y abril. Os estaremos eternamente agradecidos.
A medida que la sociedad ha perdido la salud, nuestra raíz primigenia, no lo olvidemos, la naturaleza, ha ido restituyendo la suya, (aunque, es tan solo un primer paso, escaso si no es prolongado en el tiempo) que tan profusamente habíamos malherido a conciencia. Nos habíamos olvidado de cuidar de nuestra herencia filogénica más esencial, a nuestra mater natura, en detrimento de unos intereses circunscritos a la deuda perpetua, y a la pulsión que dictan nuestros sagrados mercados. El único credo vigente. Recuerden, mañana, cuando salga el sol, háganme el favor, que no es más feliz quien más tiene e intenten resistir a los cantos de sirenas disfrazados de black friday, Dad Noel, San Valentín, etc., entre otras miles de estrategias que aniquilan a Gaia. Nos hemos olvidado de cuidar nuestra biodiversidad y, por ello, hemos perdido la salud.
Entonces, la historia es esta: nos despojamos de nuestra esencia para abrir paso a una segunda naturaleza, artificial, caduca y opresora. Insostenible. Siendo oro nos hemos ido a buscar el plomo. Hemos invertido el orden natural, pagando un precio demasiado oneroso para toda la especie, mayor aún para nuestro olvidado planeta azul, al cual llevamos siglos impidiéndole respirar; terminando con su salud, que es la nuestra. Nos hemos creído omnipotentes. Pero, la naturaleza siempre tiene un as, y la última palabra. Quien ríe último, está bendecido.
No hace falta irse muy lejos para comprobar los vestigios de la enfermedad del on sale, nos devora el plástico y los residuos inorgánicos. Cuantos de ustedes han dado un paseo por el campo y se han entristecido al encontrar cada vez menos elementos naturales y más artefactos; envases, objetos arrojados impunemente, en un ejercicio cruel de incivismo. La subcultura, que todo lo domina, no educa, más bien, hace involucionar a los seres humanos, los vuelve más ignorantes y ciegos. Otro dato, es posible que si no cambiamos, con presteza, el líquido negro que transporta a nuestros vehículos por energías limpias, (utilicemos más la bicicleta, por favor), llevar mascarillas será la única opción para un futuro no muy remoto. Y esto siendo optimista, suponiendo un futuro.
Perder nuestra libertad en aras del progreso, constreñido ad infinitum, sintetiza la Historia (carga arrojadiza y cruel) de la humanidad. Más absurdo, aún, es matar lentamente a nuestro hábitat, nuestros mares, nuestros campos, nuestro aire, nuestras esperanzas. ¿Por qué, entonces, seguir reproduciéndonos? ¿Qué sentido tiene engendrar vida cuando estamos atentando contra nuestra salud? ¿Estamos haciendo la interpretación correcta de la pandemia global? ¿Estamos aprendiendo de nuestros errores? ¿Estamos listos para la praxis transformadora; la acción sanadora de nuestro hábitat? ¿Puedo confiar en que usted está, realmente, implicado en el futuro de sus hijos y de toda la humanidad?
Entre las cosas que más echo de menos estos días, junto a la libertad y la sonrisa de mi madre, es pasear por la noche observando a las estrellas. Sentirme parte de un todo que está conectado me hace ser mejor persona, mejor ciudadana, mejor hija, mejor amante de la vida. Me siento ínfima mirando a las estrellas de la bóveda celeste. Todas las arrogancias contemporáneas se desdibujan mientras las observo llena de perplejidad y admiración. Tengo mis predilectas, son muchas, pero siempre termino buscando a la estrella Polar para que me recuerde dónde está el norte, de dónde vengo y a dónde voy.
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