JOSÉ CERCAS
Jueves, 21 de enero 2021, 08:00
Estamos tan acostumbrados a la vida que, a veces, se nos olvida su antítesis, la muerte; algún día tendremos que morir. Y, cuando nos acordamos de ello, cuando a nuestro lado ocurre lo inevitable, nos escondemos en los lugares más recónditos de nuestra mente y vivimos porque así no lo exige el tiempo, cada una evoluciona como puede, yo aquí escribiendo. He ahí la poesía, he ahí el arte del hombre sobre las cosas, la voluntad de seguir viviendo, de seguir existiendo por encima de todo: La música, las esculturas que perduran en el tiempo, la arquitectura que nos asombra y nos recuerda lo efímera que es la vida, pero, al mismo tiempo, nos recuerda que estamos aquí para algo, para perdurar en el tiempo. Por tanto, crear es una de las formas más nítidas de la evolución. Amigos y amigas, esa es la mejor visión que podemos tener en la vida para perdurar en la muerte.
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La muerte, a lo largo de la vida, nos acompaña como una sombra amenazante, es su triste designio, nos roba, cada día, pedazos de existencia como quién nos roba una sonrisa.
Ella es mágica y traicionera, se lleva con cada paso la memoria heroica de nuestros antepasados. Así es la muerte, como así es la vida.
Ya ni siquiera tengo tiempo para amarte;
la muerte viene buscando su lugar en tus ojos.
Y no camina al igual que el tiempo, ella solo muere
y baila y baila y se pasa la eterna noche bailando
con la cavidad siniestra de los difuntos.
En el fuego, con las bocas que abren sus lánguidos sueños de pánico,
la muerte indica su tiempo, su fiel escribano, su subalterno, su emisario,
él le trae la tarde de lo vivido,
él le regala una rosa oscura que ciñe sobre su pecho,
una lágrima, un canto abatido tras el dosel,
una sombra que se desliza cuan manto gris por las batallas.
¡Una corona de sangre!,
¡una corona sin vida!,
siempre el último aliento, siempre el último crepúsculo.
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La muerte ama la vida y la sostiene,
como tea encendida, en la médula del cosmos.
La muerte no tiene prisa, siempre espera tu último aliento
a la hora exacta, en su lugar profundo.
Y, cuando llega, tan solo ha de rubricar
que ha llegado tu hora, que por fin te ha vencido.
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