

Francisco mateos
Domingo, 26 de abril 2020, 07:27
Hace tan solo dos meses volvía con mi mujer y una pareja de buenos amigos de un viaje a Praga. En los aeropuertos pocas personas llevaban mascarilla y bromeábamos sobre el coronavirus con los estornudos de mi amigo Javi, ligeramente resfriado en esas fechas.
A mediados de febrero, las noticias de Wuhan solo era algo que sucedía en un país muy lejano a gente desconocida y nos parecía gracioso ver a gente con mascarilla en los aeropuertos. Exagerados, pensábamos.
Un mes después de nuestro regreso se decretaba el estado de alarma y el confinamiento de toda la población en España. Otro mes más y 22.000 muertos más tarde, nos asomamos al precipicio de una crisis social y sanitaria que muchos analistas comparan económicamente con el final de la Guerra Civil.
Ahora, mi día a día es un debate entre la incertidumbre, el estupor, el miedo y la preocupación.
Incertidumbre, porque compruebo que, en una situación tan inesperada y poco habitual como esta, ni siquiera los políticos y expertos que nos gobiernan saben con seguridad qué aconsejarnos y vamos aprendiendo todos diariamente a lidiar con los acontecimientos.
Estupor, ya que no dejo de asombrarme ante el comportamiento de muchos ciudadanos y políticos. Empezamos escuchando noticias de ciudadanos asiáticos insultados por la calle y ahora vemos noticias de sanitarios repudiados por sus vecinos por miedo al contagio. Los políticos, mientras algunos buscan desesperadamente acuerdos para salir adelante, otros ni con tantos muertos sobre la mesa son capaces de abandonar posiciones extremistas y populistas con tal de afianzar su poder.
Miedo, al contagio. Los que podemos seguir trabajando, tenemos que extremar las precauciones para evitar infectar a nuestras familias o a nuestros clientes. Mucho más, si hay que trabajar de cara al público. Nadie nos había preparado para desarrollar nuestra labor profesional como si trabajásemos en un laboratorio de alta seguridad.
Preocupación, por las noticias que no dejan de acongojarnos. Observamos a nuestros gobernantes visiblemente desbordados entre improvisaciones y rectificaciones. Para regocijo de los euroescépticos la UE -como siempre últimamente- no es capaz de acordar una respuesta unánime a la altura de las circunstancias. La OMS dice que aún no hemos pasado lo peor. Siempre nos habíamos quejado del precio del petróleo y ahora que el mercado estadounidense se ha vuelto loco y que el precio del barril baja hasta valores negativos, resulta que es una mala noticia por sus implicaciones geopolíticas.
Pero tanto desde el punto de vista personal como profesional, también hay aspectos positivos y lecciones que todos podemos aprender y que nos harán mejores como sociedad y como personas.
Desde el punto de vista personal, siempre he creído en la igualdad de oportunidades y en que la mejor forma de conseguirla es financiar entre todos el mejor sistema sanitario, educativo y cultural que nos podamos permitir. Poca gente con sentido común estará ahora en desacuerdo con eso.
Las personas de mi generación hemos observado como en los últimos 40 años hemos hecho grandes progresos al respecto en este país, pero es evidente que aún hay que invertir más en medios que nos permitan proteger adecuadamente a nuestros profesionales sanitarios en su trabajo diario y reforzar nuestro sistema educativo público y científico.
Ahora parece evidente que los recortes en sanidad, ciencia, educación y cultura durante la crisis de 2008, no fueron una buena idea. Espero que hayamos aprendido esa lección.
No basta con invertir en mantener o mejorar ligeramente lo que tenemos, es necesario realizar inversiones para mantener infraestructuras públicas y equipamiento de emergencia que nos permitan enfrentarnos a estos retos con mayor eficacia.
Como profesional de las tecnologías de la información, me consta que eso es lo ha sucedido en el sector de las telecomunicaciones. En los últimos años no ha dejado de invertirse en infraestructuras que parecían estar por encima de nuestras necesidades y ahora, gracias a una buena cooperación entre el sector público y el privado, en España disfrutamos de una de las mejores redes de fibra óptica y de comunicaciones 4G del mundo, que ha soportado incrementos en el tráfico superiores al 80% durante el confinamiento, permitiendo que centenares de miles de ciudadanos puedan estudiar, trabajar o pasar agradables ratos de ocio desde sus domicilios, sin problemas.
No puedo dejar de pensar que, si hubiésemos dimensionado de similar forma nuestras infraestructuras sanitarias y educativas, nuestros hijos podrían haber estudiado con mejores garantías desde casa, y nos hubiésemos ahorrado muchos disgustos en los hospitales.
No deja de asombrarme también la oleada de solidaridad, compañerismo y cooperación que todos podemos observar a nuestro alrededor. Vecinos que antes ni se hablaban y ahora se ayudan mutuamente, gente en su casa confeccionando material de protección, grandes empresas invirtiendo sus beneficios en ayudar y proteger a sus empleados.
A nivel profesional, en mi trabajo he tenido también la oportunidad de comprobar como en muchos domicilios, tras años de relegar al olvido nuestro ordenador deslumbrados por las prestaciones de nuestros móviles, muchas familias han tenido que rescatar su viejo portátil para poder realizar su trabajo o sus tareas educativas desde casa.
En ese sentido, observo que la falta de acceso rápido y sin límites de consumo a internet en muchos domicilios, ya sea por motivos técnicos o económicos, es un motivo de desigualdad que hay que combatir.
Esa es otra buena lección que podemos aprender. Que disponer de una buena conexión a internet puede ser casi tan importante como disponer de luz o agua en nuestro domicilio y que probablemente en buena medida su disponibilidad ha favorecido que podamos sobrellevar mejor el confinamiento. Quién sabe si incluso evitando disturbios y problemas sociales mayores.
Pero todas esas reflexiones a nivel estatal también tienen una lectura local, que quizás no sea tan positiva: lamentablemente para los ciudadanos de Trujillo, esa fabulosa red de fibra óptica de la que antes hablaba no llega a casi ningún ciudadano de nuestra localidad.
Me consta que municipios más pequeños y peor comunicados que el nuestro están en mejor situación que nosotros en este aspecto. Y estoy seguro de que una vez que pase todo esto, las autoridades municipales y regionales podrán hacer algo para que podamos mejorar en ese aspecto. En una cuestión de competitividad y desarrollo social.
También he observado que en Trujillo, aunque siempre todo es mejorable, a pesar de que podemos disfrutar de unas buenas infraestructuras sanitarias y deportivas, creo que desde hace algunos años nos estamos quedando atrás en cuanto a equipamientos culturales se refiere y supongo que tarde o temprano habrá que hacer algo al respecto.
La oferta cultural en nuestra localidad es muy limitada y tanto el Archivo Histórico Municipal, como la Biblioteca Municipal o el Teatro Gabriel y Galán, necesitan grandes inversiones en personal e infraestructuras que permitan a los ciudadanos contar con unas instituciones competitivas que, combinando la promoción turística y la protección del patrimonio, tengan la capacidad de influir positivamente en el desarrollo económico y social de nuestra localidad, además de garantizar el derecho constitucional de acceso a la cultura que tenemos todos los ciudadanos.
En cuanto a la gestión municipal de la crisis, estoy seguro de que tanto el personal del Ayuntamiento como el equipo de gobierno y el resto de los concejales de todos los grupos políticos, están colaborando y haciendo todo lo que está en su mano para mantener a nuestro municipio en las mejores condiciones en esta crisis sanitaria y dedicando todos los recursos que pueden, dentro de sus posibilidades, para intentar contener la situación.
En fin, todas esas son mis reflexiones y observaciones a nivel general y a nivel municipal.
A nivel general creo que todo esto nos va a servir a todos para aprender grandes lecciones. Desde un punto de vista particular, en estos 60 días desde mi viaje a Praga yo personalmente he aprendido tres. La primera es que no tenemos que ser tan confiados con las enfermedades infecciosas. La segunda, lo dependiente que es nuestra economía de las interacciones sociales.
Y la tercera, una lección de la que todos tardaremos en volver a poder disfrutar: que nunca es demasiado pronto para hacer un buen viaje en buena compañía.
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