David contra Goliat
laura casado porras
Martes, 5 de abril 2022, 07:14
El viento crepita con furia, enojado como yo, guarda una última baza para doblegar a quien se cree dueño del mundo y voz del pensamiento autocrático. Clara evidencia de la deformidad dogmática de nuestros tiempos y de la asilvestrada manipulación, estratificada como odio hacia la diversidad, aboga por una homogeneizadora igualdad que no solo no es real, sino que nada tiene que ver con los parámetros de la diversidad biológica que sin límites y sin salto engendra vida.
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Creerse amo del mundo. Creer en la firme convicción de poder alcanzar el mayor de los imperios en el siglo XXI nos plantea la tirantez, deshumanizadora, de la educación social y de los delirios personales. No cualquiera está preparado para dirigir a una nación. Por mucho que se conozca cada una de las piezas que articulan el puzle de cualquier Estado, la soberbia narcisista siempre desvirtúa la realidad; el peso de creerse juez y parte inquebrantable de la historia nos retrotrae a los peores momentos de barbarie de la humanidad. El futuro no se trataba de esto, de haberlo sabido hubiéramos matado al genocida el mismo día que nació. Encrucijada, que nos plantea el dilema ético del valor de las vidas humanas: no todas valen lo mismo. La vida de un genocida no tiene ni puede tener el mismo valor que la de aquellas personas que dedican su vida a conciliar y a gestionar una realidad más humana para toda la población mundial y para el reino animal y vegetal.
Hay un poso cultural que trasciende a cualquier facción: la barbarie no tiene ideología ni razón, «engendra monstruos», habita en el imaginario colectivo y nos destierra de la tierra de la concordia. Antaño, solo eran crueles imágenes en libros, algunas pocas en algún medio emergente, una espina mortal clavada en la vida de nuestros abuelos, ahora es la bofetada que el tiempo nos entrega mientras nos reflejamos en el espejo del progreso. Matar la injusticia con solidaridad, aunque ayuda mucho, no es suficiente; debemos matar, antes, la intolerancia hacia la humanidad y sus ríos sangrientos mediante cauces divergentes, empezando con matar a Goliat.
He visto a madres con sus hijos en brazos corriendo hacia la puerta de la liberación mientras les persigue, a gran velocidad, la muerte, el miedo y el desamparo. He visto la tortura en el llanto del bebé y la cobardía disfrazada en bala. El escenario ha subido el telón y el marco se ha teñido de sangre estrangulando los derechos humanos y la libertad de expresión. He visto morir por viejas ideas y morir por defender el honor a sentir la vida sin cadenas ni ceguera, siendo verdad y amando la libertad. No quiero que nos acostumbremos a las imágenes del horror, que nos habituemos a ella, y que solo nos quede un gesto triste incrustado en un corazón silencioso.
Maldigo aquel día en que un hombre, sin rostro encarnado, valló un trozo de tierra y se proclamó dueño de ella; y maldigo el día en que ese trozo de tierra, yerma y desvalida, hizo proliferar una caterva jurídica alejada de la ley innata. Los sentimientos humanos no deben ser gestionados desde el beneplácito del interés; el rigor capitalista engendra fantasmas que se asocian a mentes compulsivas que un día se olvidaron de que las vidas humanas no pueden ser cuantificadas por ningún mercado financiero. Un puñado de tierra más, a cambio, conseguir ser el hombre más odiado de todo el planeta. El precio es demasiado alto, la tropelía extrema. Ucrania nos representa a todos, África también. Cada una de las guerras y conflictos actuales nos entrega la visión de que no es posible mirar hacia el progreso si no conseguimos que la paloma blanca lleve la rama de olivo alrededor de todo el mundo; mediante un canto pacífico que salvará a la humanidad de sus propias sombras; de sus exacerbados intereses y de sus manidos sueños de grandeza.
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La manipulación social lleva siglos encumbrando a dirigentes a lo más alto de la jerarquía del poder, son personas que, en apariencia normales, cuando van alcanzando sus metas se hinchan de un cierto tipo de proteccionismo pseudo-divino que les da un aura aparente de intocabilidad y superioridad moral que no tienen. Pero se les olvida. Si cayó Roma que caiga cualquier imperio solo es cuestión de tiempo, ya que éste no perdona y no hay realidad geopolítica que dentro de un siglo sea tal y cual lo es ahora mismo. Le pese a quien le pese y caiga quien caiga.
Millones de personas están siendo condenadas a comenzar una nueva vida lejos de sus raíces, soportando el dolor de la ausencia y la presencia ensangrentada de los recuerdos. No hacía falta jugar a mostrar quién es el más fuerte ni quien el más cobarde. Siglos de letras bien perfiladas y equilibradas por los más brillantes librepensadores y librepensadoras no nos han servido para enterrar de una vez cualquier arma que arranque la rama de olivo al orden mundial. Platón en la República, hace ya unos cuantos siglos, señalaba cómo la única manera de alcanzar un gobierno justo se produce cuando los gobernantes son filósofos o se dedican al estudio de la filosofía. Hemos pasado por alto los rectos valores: el conocimiento del bien, de la ética, de la estética y de la política, y nos hemos dirigido al imperio de la ley y de los tiranos que adolecen de educación humanista. Con lo que cualquier valor que se pretenda enseñar a niños y niñas es solo una falaz quimera, una burda supremacía autoritaria que impedirá la armonía social en cualquier terreno y en cualquier época.
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A veces sucede, Goliat es vencido por David y la redención es posible. Hace unos días comprobé cómo un águila, la reina de las aves, fallecía por no calcular bien el marco físico y social en el cual intentaba cazar a su presa, con menor fuerza e importancia en la escala animal. Resulta que el águila no calibró bien las dimensiones de la valla y se quedó atrapada entre el penúltimo y último alambre, clavándose un pincho de acero que le provocó la muerte. No siempre gana quien más fuerza y poder tiene, a veces la excesiva autocomplacencia permite obtener pequeños errores de cálculo que resultan letales y relevantes para el trascurso de la historia.
Tengo la imagen del águila presente, no se me va. A pesar de que es una de mis aves predilectas y de que me entristeció sobremanera su muerte, me dejó una moraleja de por vida: no todo está decidido, hay factores incontrolables y por ello hay errores de cálculo. El débil en fuerza puede ser más astuto o simplemente contar con que el azar baraje sus cartas, y el azar es una magnitud sobre la que es imposible teorizar y mucho menos controlar.
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Lo cierto es que detrás de la muerte de emperadores, césares y reyes siempre hay una serie de leyendas que bifurcan la seriedad de la historia: envenenamientos, conjuras, emboscadas, duelos, etc., gracias a estas maquiavélicas acciones se liberta a la humanidad de todas aquellas personas que un día se creyeron dioses y que en sus delirios de grandeza al ser preguntado «¿Y quién ha de deteneros?» Respondan como Laertes en Hamlet: «Nadie en el mundo salvo mi voluntad».
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