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Reflexiones desde la ventana

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« único deseo con eco incandescente y sin nada que obstaculice su fuerza: que no nos roben, al menos, lo más preciado que tenemos: nuestra libertad»

Beatriz cabrera portillo

Miércoles, 4 de noviembre 2020, 09:47

1984, Modern Times y El Muro de Pink Floyd ¿Qué tienen en común la quintaesencia de la literatura, el cine mudo en blanco y negro y la banda musical que se encumbró en el olimpo del rock sinfónico de los 70? Además de que sus representantes tienen sus raíces en la Pérfida de Albión, todos ellos bien podrían ser una fotografía precisa en HD de la particular situación dantesca en la que estamos sumidos.

Ya a finales de los años 40, el ensayista y también periodista George Orwell ofrecía una apocalíptica a la vez que distópica visión de una sociedad futurista cuyas características no eran precisamente para tirar cohetes. 1984 nos habla de tres superpotencias, siendo la preponderante Oceanía. Esta tenía un amado líder a quien se le rendía pleitesía conocido como 'Big Brother', que regía una vigilancia perpetua de sus súbditos y cuyo gobierno estaba integrado por cuatro ministerios: el de la paz, el del amor, el de la abundancia y el de la verdad. El primero recurría al uso de causas nobles fuera de sus fronteras como cortina de humo para disfrazar sus vergüenzas. El segundo, aniquilaba las relaciones humanas, propiciando así un claro distanciamiento entre los seres humanos. El tercero recurría a la sobriedad económica, eso sí, solo aplicada al pueblo porque ellos tenían querencia hacia el austericidio y el último hacía uso de la propaganda, llevando así a su terreno a sus fanáticos seguidores. Curioso es que este último se llamase 'ministerio de la verdad' cuando los súbditos eran víctimas de la infoxicación y, dada la infodemia subyacente, no llegaban a discernir qué tenía de verosímil la información que les llegaba. Así mismo, conocieron en sus carnes la falta de libertad de expresión, pues el gobierno del Gran Hermano controlaba aquellas herramientas que se habían creado originalmente para dar voz a todo individuo. Además, el gobierno orwelliano tenía su propio lenguaje, basado en el empleo de galimatías, eufemismos y neolenguaje para de esta forma suavizar la comunicación y restar drama a la indigesta realidad.

El devastador intrusismo con el que el virus ha penetrado en nuestras vidas bien nos hace pensar que estamos encarnando los papeles de los protagonistas de la novela de Orwell. Muchas han sido las hipótesis que se han barajado acerca del origen de la pandemia: una posible zoonosis, la existencia de mercados que son el nido perfecto para que reposen los virus o incluso la creación voluntaria del mismo como resultado de una clara guerra geopolítica entre dos superpotencias: USA y China, esta última ofuscada en el sorpasso de la primera. Lejos de hipotéticas teorías conspiranoicas, lo verdaderamente cierto es que resulta inevitable no pensar que somos puchinelas en manos de políticos diletantes cuyo fin último parece ser transformarse en verdaderos tuitstars, que es donde únicamente parecen sentirse cómodos para dar la batalla política…

En una sociedad futurista como la que pintaba Orwell, la alienación es el summum. Y es aquí donde entra la icónica figura de Charlie Chaplin y su archiconocida cinta Tiempos Modernos. ¿A quién no le viene a la mente esa imagen de Chaplin en una cadena de montaje acompañado de otros trabajadores que parecían anagramas creados con un molde monocigótico? Eran el claro ejemplo de parámetros automatizados, como nosotros, compartiendo todos un mismo complemento, la mascarilla, que nos hace iguales ante un enemigo común que no sesga por razón alguna. A veces una tiene la sensación de caminar por la vida como si fuese una autómata al más puro estilo Walking Dead, sofronizados ante los caprichosos vaivenes de dirigentes incompetentes que cambian su versión según el aire que les dé ese día. Y en ese deambular en el que nos encontramos, salta en pértiga a mi cabeza el videoclip de Pink Floyd, 'The Wall', donde unos niños aparecen ordenadamente colocados en fila y con caretas en sus rostros, un lúcido ejemplo de la militarización en la enseñanza de la Gran Bretaña de los años 70. Nada más lejos de la realidad y si no, que se le pregunte a cualquier profesor raso.

Sin duda, ese es el ecosistema de cualquier centro ordinario que se precie en la actualidad: los pasillos se han convertido en verdaderos circuitos de cars, plagados de flechas por doquier, mientras alumnos y profesores los recorren con mascarillas, accesorio este último que se ha tornado no solo en un escudo contra el virus sino una verdadera barrera de comunicación. ¿A dónde quedó la paralingüística que es de gran utilidad para el intercambio de información cuando falla el código? Los gestos, la articulación de sonidos, la expresión de la cara, todos ellos ocultados por un trozo de tela que nos silencia, nos castra la mente y nos aboca hacia la más irremediable estulticia.

Recapitulando, la historia de las letras y el mundo audiovisual nos quedan patente que el Xronos vive en constante movimiento pendular. Es por ello que quedamos al albur de lo que vaya aconteciendo. Mientras tanto, solo un único deseo con eco incandescente y sin nada que obstaculice su fuerza: que no nos roben, al menos, lo más preciado que tenemos: nuestra libertad. TOUCHÉ.

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