

kin paredes
Lunes, 13 de abril 2020, 02:35
¡Oh capitán! ¡Mi capitán! Nuestro espantoso viaje ha terminado,
la nave ha salvado todos los escollos, hemos ganado el anhelado premio.
Próximo está el puerto, ya oigo las campanas y el pueblo entero que te aclama,
siguiendo con sus miradas la poderosa nave, la audaz y soberbia nave;
Más ¡Ay! ¡Oh corazón! ¡Mi corazón! ¡Mi corazón!
No ves las rojas gotas que caen lentamente,
allí, en el puente, donde mi capitán
yace extendido, helado y muerto. (Walt Whitman)
Mi capitán se llamaba Valentín, era mi capitán porque me ponía al día de cómo estaba la tropa. Valentín era un usuario del hogar Santa Isabel, Asilo de Trujillo, persona amable, sencilla y sincera. Mi capitán, lamentablemente, ya es un número más de los más de 16.000 personas fallecidas por el COVID-19, ese pequeño bichito llamado Coronavirus.
Es curioso como la sensibilidad humana se nos va haciendo dura poco a poco y a base de escuchar cifras ya no nos quedamos con el hecho de que detrás de cada número hay siempre algo. Como docente de Economía pretendo siempre que mis alumnos entiendan que detrás de un número, de una gráfica o de cualquier dato siempre se esconde algo y que hay que tratarlo con el respeto que se merece. En este caso se trata de fallecidos y de cada 100, más de 70 son personas de más de 65 años. Se nos acaba la fuente de la sabiduría, porque para mí ellos son nuestro referente, nuestra fuente de sabiduría, el lugar donde acudir a pedir consejo, a refugiarse e incluso últimamente son hasta el sustento familiar con sus exiguas pensiones.
Cuando hablo a mis alumnos de los sistemas económicos, les cuento que en el sistema primitivo la producción se basaba en la caza y la pesca, pero existía un sistema de reparto en virtud del cual los mayores de la tribu tenían reservada una de las mejores partes de la pieza. En la antigua Grecia y Roma tenían un sitio privilegiado como consejeros y/o sabios que eran, y en la medida que la sociedad se fue desarrollando y pasamos al estado del bienestar nos hemos ido poco a poco olvidando de ellos.
Solo tuve la suerte de conocer a mis dos abuelas, mis abuelos fallecieron muy jóvenes, pero el recuerdo que guardo de mi abuela Lucía, aunque pocos años disfruté con ella y sobre todo de mi abuela Soledad, son de un cariño inmenso. Me pregunto si, estos políticos (gracias a Dios no de este país) que hablaron del COVID-19 como un virus inteligente y Darwiniano que venía más o menos a salvar el planeta, no tuvieron infancia ni abuelos, ni saben lo que es tomar de la mano a una persona mayor, sentir sus arrugas, acariciar su cara, besarles, y notar como se dibuja esa sonrisa en su cara. En los mayores está nuestro futuro.
De todo esto que nos está pasando, de esta obediencia sin medida que estamos todos teniendo a nuestras autoridades, de la corriente de cariño y solidaridad que recorre cada rincón de nuestra casa, algo tendremos que aprender. De no ser así, el género humano será cada vez más imperfecto, insolidario y egoísta. Yo, parafraseando al maestro Aute, tengo la esperanza de que nos espere un 'Albanta' , cuando decía aquello de: «Yo sé que allí, allí donde tú dices, no existen hombres que mandan porque no existen fantasmas y amar es la flor más perfecta que crece en tu jardín. En Albanta. Que aquí, tú ya lo ves, es Albanta al revés...»
Mi capitán Valentín ya está en Albanta.
Salud y buenos alimentos.
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