francisco mateos
Domingo, 9 de enero 2022, 08:48
En un artículo anterior (Calentamiento global, el poder de la ciencia y la estupidez humana I)
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hablaba del peligro del calentamiento global y de cómo la ciencia puede ayudarnos a solucionarlo, siempre y cuando no nos dejemos llevar por la estupidez humana. En esta continuación, reflexionaremos sobre el poder de la ciencia con dos ejemplos de descubrimientos científicos que han salvado a la humanidad.
Progreso y sostenibilidad
Siendo tal vez el más acuciante, el calentamiento global no es nuestro único problema. Aunque de forma mágica consiguiéramos una solución para resolverlo, tenemos otro reto importante al que enfrentarnos: nuestra forma de vida basada en el continuo progreso económico, que necesita un consumo constante de materias primas y energía, además de producir una creciente generación de residuos, cuyo límite estamos muy cerca de traspasar.
En la mitología griega la cornucopia era un símbolo de prosperidad, abundancia y fortuna del que salían alimentos y bebidas sin límites. El científico español José María Mulet, catedrático de biotecnología de la Universidad Politécnica de Valencia, juega con ese concepto en su libro 'Ecología real' y llama cornucopianos a aquellos que piensan que el crecimiento puede ser ilimitado porque la ciencia y la tecnología siempre van a encontrar la solución a los problemas y malthusianos, en referencia a Thomas Malthus, a los que por el contrario, creen que los recursos se van a agotar y que el crecimiento no puede ser ilimitado.
Malthus, economista y demógrafo del siglo XIX, afirmaba durante la revolución industrial que, dado que la población crecía en proporción geométrica mientras que los alimentos lo hacían solamente en proporción aritmética, pronto llegaría un momento en el que no habría suficientes alimentos para todos los habitantes del planeta.
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La ciencia, salvadora de la humanidad
Aquello no sucedió y desde entonces la ciencia ha venido solucionando todos los problemas en los que los humanos nos habíamos metido para garantizar nuestra forma de vida. Hasta hoy, ya sea por la vía del capitalismo salvaje o por culpa de la dictadura del proletariado, el progreso económico ha sido siempre el problema y la ciencia, la solución.
Los ejemplos son numerosos: los motores de explosión nos salvaron de ahogarnos en boñigas de caballo. La energía eléctrica, de la sucia iluminación con carbón y aceite. Los fertilizantes y plaguicidas revolucionaron la producción agrícola. Las neveras y sistemas de aire acondicionado con CFC sustituyeron a los peligrosos sistemas de refrigeración con amoniaco de principios del siglo XX y luego, cuando se descubrió que los CFC's dañaban la capa de ozono, otro descubrimiento científico permitió sustituir los CFC's y regenerar la capa de ozono.
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CFC el gas 'milagroso' que casi destruye el mundo
Los gases CFC (clorofluorocarbonos), que revolucionaron la química en los años 30 del pasado siglo, fueron fabricados en masa durante más de 30 años por la multinacional química DuPont, como 'solución milagrosa' para miles de aplicaciones en el hogar. Gracias a ellos se abarató y generalizó el uso de refrigeradores y aparatos de aire acondicionado en todo el mundo, además de ser imprescindibles en todo tipo de aerosoles de uso doméstico e industrial.
Sin embargo, en los años 70, el científico de origen mexicano Mario Molina, descubrió que las moléculas de CFC liberadas en la atmósfera, reaccionaban con el ozono estratosférico que nos protege contra los efectos más adversos de los rayos solares.
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Fue el famoso 'agujero de ozono' de la Antártida. Mario Molina demostró en un artículo publicado en 1974, que un solo kilogramo de CFC producía una reacción en cadena en la atmósfera capaz de destruir 70.000 kilogramos de ozono, además de generar un efecto invernadero 10.000 veces más intenso que el del dióxido de carbono.
Lo que sucedió a continuación, parecería hoy, tras el fracaso de la cumbre climática de Glasgow del pasado noviembre, simplemente impensable. En pocos años, las organizaciones ecologistas y la sociedad civil se movilizaron para concienciar a los políticos de que había que tomar medidas urgentes y en 1989 se aprobó el Protocolo de Montreal, gracias al cual, y a pesar de varias poderosas multinacionales, se prohibieron los CFC. Hasta ahora, es el único tratado ratificado por todos los países del mundo.
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El descubrimiento le valió a Mario Molina el Premio Nobel de Química en 1995.
Pero si el de Mario Molina es un buen ejemplo de cómo la ciencia puede triunfar frente a la estupidez y la codicia humana, el caso de Clay Patterson y la gasolina sin plomo es mejor todavía.
Clay Patterson y la gasolina sin plomo
A principios del siglo XX la industria necesitaba mejorar la eficacia de la gasolina para aumentar las ventas de coches, así es que General Motors se unió a Standard Oil (hoy Exxon), para encargar al gigante químico Du Pont la fabricación de un aditivo que aumentase el rendimiento y la fiabilidad de los motores. Ese fue el origen de la gasolina con plomo, que en España se conoció como 'gasolina super'.
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Aunque los efectos tóxicos del plomo eran conocidos ya por los romanos y a pesar de que los trabajadores de las plantas de producción del aditivo pronto empezaron a enfermar, los intereses comerciales de las grandes empresas evitaron su prohibición en EE.UU. a finales de los 70. En España no fue prohibida hasta 2001.
El responsable de ello y de evitar millones de muertes, es un científico muy poco conocido que provocó una de las batallas más interesantes entre salud pública y beneficios empresariales.
Clay Patterson era un brillante geoquímico que trabajó en Proyecto Manhattan al que, en 1966, la Universidad de Chicago le encargó un proyecto de ciencia básica con escasas aplicaciones para la industria, la economía o el bienestar de las personas: averiguar la edad exacta de la Tierra.
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Como mucho, estaba previsto que el asunto le granjeara la enemistad de los ultracatólicos creacionistas que creían que la Tierra tenía como mucho 10.000 años, pero todo se complicó un poco y finalmente se encontró en medio de una conspiración global de proporciones épicas.
Durante su trabajo, Patterson se encontró que prácticamente todo lo que usaba estaba contaminado con plomo, lo que afectaba gravemente a su trabajo. En su obsesión por librarse del plomo, Patterson llegó a crear la primera 'sala blanca' de la historia, filtrando el aire y lavando con ácido todos los utensilios, pero todo fue inútil. No había forma de librarse de la contaminación por plomo. Aunque finalmente terminó su estudió de datación de la Tierra, finalizado este trabajo se empeñó en seguir investigando el origen de la contaminación por plomo.
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Estos estudios, que paradójicamente fueron financiados por la industria petrolera, le llevaron a determinar que la contaminación por plomo estaba provocada por un potente neurotóxico muy dañino para la salud: el aditivo de tetraetilo de plomo, que las empresas petroleras añadían como antidetonante al combustible para vehículos a motor.
En cuanto publicó sus conclusiones, la industria petrolera que lo financiaba quiso desviar la atención de Patterson financiándole otras investigaciones y ante su negativa intentaron desacreditarle para que el gobierno le despidiese.
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Sin embargo, la Marina de los EE. UU, la Comisión para la Energía Atómica, el Servicio de Salud Pública y la Fundación Nacional para la Ciencia le siguieron financiando. Sus estudios consiguieron probar la relación entre la gasolina con plomo y los elevados niveles de plomo ambiental en todo el planeta.
Aunque se tardó más de 20 años en comenzar su prohibición, actualmente los niveles de plomo en humanos han caído un 75%. La salud de todas las personas ha salido ganando gracias a la ciencia y al empeño de Clay Patterson.
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Un dato curioso: tanto los CFC como el tetraetilo de plomo fueron inventados por la misma persona: Thomas Midgley, un científico empleado de General Motors. Para muchos, el inventor más dañino de la historia.
Ciencia o ignorancia. Codicia o estupidez
Ambas historias nos ilustran sobre la necesidad de hacer ciencia básica, nos enseñan como de dañino puede ser el comportamiento de las grandes multinacionales cuando peligran sus beneficios (incluso si hay riesgo para la salud de las personas) y nos recuerda como la heroicidad de científicos anónimos, movidos solo por su interés por mejorar la vida de sus semejantes, puede favorecer el desarrollo y la salud de todos.
Solo se han mostrado dos ejemplos relativamente recientes, pero la historia de la Ciencia está llena de ellos: las vacunas, la pasteurización, la higienización médica, la salubridad del agua, los antibióticos, la medicina nuclear, los trasplantes ...
Parece que, hasta ahora, los cornucopianos han ganado a los malthusiamos. La balanza se inclina a favor de la ciencia como salvadora de la humanidad.
No obstante, existen potentes fuerzas populistas y negacionistas que a pesar de la evidencia científica se empeñan en hacernos creer que no existe el cambio climático. Fuerzas que se empeñan en que usemos un término mucho menos alarmista como cambio climático, en lugar de otro más específico y real: calentamiento global.
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¿Por cuánto tiempo podremos seguir inclinando la balanza a nuestro favor? ¿habrá finalmente una solución científica para revertir el calentamiento global? ¿podrán finalmente la codicia, la estupidez, la ignorancia y el cortoplacismo pesar lo suficiente para neutralizar el poder de la ciencia? Cada vez nos queda menos tiempo para dar respuesta a estas preguntas. La cuestión es si sobreviviremos como especie para contarlo.
La estupidez humana, la ignorancia, la ausencia de espíritu crítico y el populismo son fuerzas realmente potentes, pero eso lo analizaremos en un próximo artículo.
•(Es posible consultar el artículo anterior en fmatco.wordpress.com)
•(Más información sobre Thomas Midgley en https://www.bbvaopenmind.com/ciencia/investigacion/thomas-midgley-inventor-danino-historia/
•(Puedes seguir a José María Mulet en https://jmmulet.naukas.com/)
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