

francisco mateos cotrina
Martes, 7 de marzo 2023, 09:58
En cualquier noche clara del año, uno de los mejores y más baratos espectáculos con los que deleitarnos en nuestra localidad es la observación del cielo. Por ejemplo, en una de estas preciosas noches de verano que podemos disfrutar en Trujillo, si miras hacia el Este podrás observar fácilmente en el cielo un triángulo en cuyos vértices están las tres estrellas más brillantes del cielo estival. Se trata del 'triángulo de verano', formado por las estrellas Vega, Altair y Deneb.
Todas ellas son conocidas desde la antigüedad y aparecían ya catalogadas en las Tablas Alfonsíes, el catálogo de astros confeccionado por Alfonso X, el Rey Sabio. El mismo que concedió el Fuero Real a Trujillo.
De estas tres estrellas del triángulo de verano, Vega es la más brillante de todas. Pertenece mitológicamente a la constelación de la Lira, el arpa que Orfeo tocaba para amansar a las fieras. En términos astronómicos se trata de una estrella cercana, a solo 25 años luz de la Tierra. Eso son 225 billones de kilómetros.
La segunda, Altair, perteneciente a la constelación 'El Águila', es una estrella joven que está a solo 16 años luz de nosotros y es unas 4 veces más grande que nuestro Sol.
Pero la más lejana de todas es Deneb, que en la antigüedad era la cola de la constelación del Cisne. Una estrella que está a 1.425 años luz de distancia de la Tierra. Tan lejos de nosotros que no podríamos verla si no fuera porque que es una estrella supergigante, 55.400 veces más brillante que el Sol y 210 veces más grande que éste.
Las distancias y los tamaños en el Universo son de difícil compresión para nosotros. Los dibujos y esquemas que vemos en los libros de texto no están a escala, así es que solo con ejemplos podemos intentar hacernos una idea de las dimensiones de los objetos astronómicos de los que estamos hablando.
Por ejemplo: si la Tierra fuera del tamaño de una lenteja, el Sol sería como una pelota de baloncesto y la lejana Deneb sería del tamaño de una plaza de toros. Esa es una comparación algo más comprensible de nuestro tamaño en comparación con Deneb: lenteja y plaza de toros.
El universo es incomprensiblemente vasto. Las distancias a las estrellas más cercanas son enormes. Pero incluso sin salir de nuestro barrio cósmico, el Sistema Solar, las distancias entre los planetas son inmensas. Uno de los mejores y más recientes ejercicios de divulgación científica para ayudarnos a comprender el tamaño del sistema solar podemos encontrarlo cerca de Trujillo, en Ciudad Rodrigo.
En esa ciudad, una asociación astronómica local ha instalado el sistema solar a escala más grande de España. Una escala que, además, permite visitar los diferentes astros andando, a la misma velocidad que tardaríamos en hacerlo si pudiéramos movernos a la velocidad de la luz.
Todo el proyecto ha sido realizado por profesionales de la comarca: herreros, cristaleros, electricistas, albañiles. Además de ciudadanos particulares, más de 100 empresas han colaborado con la iniciativa que ha contado con la colaboración del Ayuntamiento y la Diputación Provincial. Todo un ejemplo de colaboración vecinal para potenciar el turismo local, del que podríamos tomar buena nota en Trujillo.
En Ciudad Rodrigo, el Sol es una esfera metálica de 4,5 metros de diámetro construida con casi 3000 piezas del tamaño de una mano. Piezas que representan la donación que cada vecino ha aportado al proyecto. En esa escala, Mercurio -el planeta más cercano al sol- está situado a unos 150 metros del astro rey, a poco más de 3 minutos andando, la misma velocidad que tardaríamos del Sol a Mercurio a la velocidad de la luz. Venus y la Tierra se encuentran dentro del casco urbano, Marte a las afueras. El resto de los planetas ya están en pueblos cercanos, hasta llegar a Plutón, casi en la frontera con Portugal.
Si traspasáramos ese sistema solar a Trujillo, el Sol sería una esfera del diámetro del pilar de la Plaza Mayor, Mercurio sería del tamaño de la cabeza de un alfiler y estaría situado en la Iglesia de San Francisco. Venus, del tamaño de una uva, estaría a la altura del edificio de Correos. Y la Tierra, aproximadamente como una ciruela, en el edificio de Telefónica.
Marte estaría situado en el campo de fútbol. Y Júpiter, ya fuera del casco urbano, a la altura de la presa del estanque de La Albuera. Urano, Neptuno y Plutón, mucho más lejanos, quedarían ya fuera del término municipal. En La Cumbre, Plasenzuela y Botija respectivamente.
Pero no solo las distancias, también el tiempo necesario para recorrerlas entre las estrellas se mide en magnitudes de difícil compresión si no lo comparas con algo
.Si tuviésemos que viajar a Deneb a la velocidad de la luz, tardaríamos 1.450 años el llegar. Esto significa que si Leovigildo -el rey godo que nos gobernaba en el año 572- hubiera tenido los medios para enviar una expedición a Deneb a la velocidad de la luz, habrían tenido que transcurrir los 8 siglos de dominio árabe, el auge y Caída del imperio Romano, toda la Edad Media, el Renacimiento, la Ilustración y la Época Contemporánea, para que esa expedición llegase en el año 2022 a su destino.
Claro, eso si pudiéramos viajar a la velocidad de la luz -unos 300.000 Km por segundo-, lo que es completamente inalcanzable para nosotros. Ningún vehículo que hayamos fabricado ha pasado de 16 Km por segundo (60.000 Km por hora).
Y todo ello teniendo en cuenta que aún no hemos salido de nuestra galaxia -la Vía Láctea- ya que nuestra vecina más cercana -la galaxia Andrómeda- está a 2.500.000 de años luz de nosotros. En un lapso de 1.450 años aparecen y desaparecen imperios, pero en 2.5 millones de años se extinguen especies. La especie humana, por ejemplo, solo existe como tal desde hace unos 300.000 años.
La astronomía es una ciencia increíble. Para muchos, la primera de las ciencias y la madre de todas las demás. Gracias a ella empezaron a desarrollarse las matemáticas y la física. Hace 200.000 años, cuando los humanos comenzamos a sembrar y recolectar, tuvimos que empezar a fijarnos en el cielo. Su carácter inmutable nos hacía confiar en los astros. Sus ciclos nos ayudaron a saber cuándo era mejor sembrar y cuándo era mejor recolectar. Era difícil no creer que había algún tipo de intervención divina detrás de todo ello.
Gracias a los mitos y leyendas de la antigüedad, que pretendían explicar los fenómenos astronómicos, es además la ciencia que más está relacionada con el mundo de las artes. Especialmente con la literatura, la pintura o la escultura.
Durante siglos, cuando la superstición dominaba el conocimiento, la vinculación de la astrología con la magia y la religión fue inevitable. El conocimiento de los astros otorgaba una especie de poder de predecir el futuro que no fue desaprovechado por oportunistas para conseguir influencia y poder. En el siglo XVII, la Ilustración supuso la definitiva separación entre astronomía y astrología que acabo con todo eso. O casi, porque sigue habiendo personas que creen en la influencia de los astros y desaprensivos dispuestos a aprovecharse económicamente de ello.
En los últimos 60 años, la vinculación de la astronomía con la exploración espacial le ha proporcionado un nuevo impulso y hoy en día forma parte de un sector industrial en auge, cuyo desarrollo hasta hace poco estaba limitado a la intervención de las agencias espaciales públicas (NASA, ESA, Roscosmos), pero en el que últimamente tienen cada vez más protagonismo empresas privadas como SpaceX, Virgin Galactic o Blue Origin. Aunque la verdadera importancia para el desarrollo de la astronáutica de estas empresas aún está por demostrar.
Aquí, en nuestra pequeña ciudad, en una modesta comunidad autónoma de un país cualquiera, que está en un pequeño planeta de un sistema planetario normalito, situado a las afueras de una galaxia perdida en la inmensidad del Cosmos, que únicamente es un insignificante punto azul pálido visto desde Plutón, entre crisis, pandemias y guerras, aún podemos seguir disfrutando de las maravillas de un cielo estrellado, que es la envidia de los astrónomos aficionados que viven en las grandes ciudades.
Disfrutad del cielo.
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