El arrollador poder de la música
«¿No sería preciso reconsiderar las prerrogativas que trae consigo la música y el impacto tan positivo que puede ejercer sobre nuestros alumnos»
Beatriz cabrera portillo
Lunes, 13 de julio 2020, 09:06
(Eject. Disco dentro. Play. Leyendo disco)
Iban transcurriendo las semanas de confinamiento y mientras escaletaba mi día con aquellas actividades que completarían 24 horas más del dilatado letargo, un ingrediente no podía faltar: la música. Esta ha jugado un papel especialmente relevante en tiempos de aislamiento, aunque no deja de ser esta situación una antigualla teniendo en cuenta que ya una de las obras cúlmenes de la literatura italiana, El Decamerón de Boccaccio, nos presentaba a sus personajes, víctimas de la peste negra, salvados por el arte de las musas al finalizar el día. ¿Os suena? Hemos sido testigos de cómo incontables balcones se llenaban de aplausos mientras sonaba una vetusta melodía rescatada en forma de himno que nos invitaba a resistir. También, el templo de los congresos y ferias de Madrid, IFEMA, acogió durante días una iniciativa solidaria que trataba de alegrar a pacientes y profesionales a la par a través de mini conciertos en uno de los pabellones que albergaba un amplio número de afectados por el virus. Gracias a ella, por momentos hemos huido, aunque haya sido solo en nuestra imaginación, de las nada halagüeñas noticias de radio y televisión que no parecían, sino, un conjunto de incesantes obituarios dependientes de una línea en forma de curva.
Y es precisamente esa, la conjugación de música y sanidad, la que nos puede hacer reflexionar acerca del poder sanador y medicinal de este arte por medio de la musicoterapia. Es asombroso cómo la evidencia científica y más concretamente la neurociencia ha demostrado los efectos más inmediatos que la música ejerce sobre las distintas partes del cerebro de un ser humano, razón por la que se apunta que la música no es inocua y ha de usarse apropiadamente en el contexto de un hospital. Afortunadamente, Extremadura cuenta con grandes profesionales en esta materia (Aránzazu Benitez Giles o Javier Alcántara) quienes, además de músicos de profesión, colaboran con el proyecto HUCI, creado por el internista Gabriel Heras y que pretende humanizar la profesión sanitaria.
Y ahora bien, teniendo en cuenta el arrollador poder de la música, como docente me gustaría realizar una deliberación: ¿no debería servir de cisma esta pandemia para hacer un barrido por los currículos educativos que, en los últimos años, vienen menospreciando a las artes y otorgarles el valor que debieran ocupar en la educación? ¿No sería preciso reconsiderar las prerrogativas que trae consigo la música y el impacto tan positivo que puede ejercer sobre nuestros alumnos y el desarrollo del hemisferio derecho de sus cerebros donde la creatividad solo les conduce a alcanzar su propia libertad de expresión sea cual fuere la forma que adopte?
Incluso para aquellos que tenemos un conocimiento ignoto de la música y simplemente nos dejamos llevar por el deleite de sentirla, ¿no es curioso su poder evocador en la forma en cómo lo hace una esencia perfumada capaz de trasladarnos a un lugar o recordar a alguien? ¿Cuántas canciones no se han convertido en la banda sonora de nuestras vidas o incluso hemos llegado a alcanzar el don de la ubicuidad, solo reservado para dioses?
Lejos de esta levitación, para poner el punto y final a estos tres minutos y medio de lectura, justo la media de duración de una canción, me gustaría despedirme con un brindis pronunciado por ese Clint Eastwood que, rompiendo moldes, se alejó del tipo duro del 'spaghetti western' reconvertido en un fotógrafo del National Geographic en la cinta 'Los puentes de Madison'. Lo dicho: 'por las noches antiguas y la música lejana'.
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