
Francisco Martínez Bulnes
Jueves, 22 de septiembre 2022, 11:22
Con motivo de la próxima inauguración de la exposición permanente de la obra de Jaime de Jaraiz en Trujillo, quisiera sumarme a ella con una breve pincelada sobre el pintor y su obra.
Conocí a Jaime de Jaraiz hace ya mucho tiempo, si por tiempo tengo que recurrir a los años transcurridos desde 1974. Su exposición, en la sala Eureka de Madrid, me despertó la curiosidad por conocerle y, un buen día, sin pensarlo dos veces, me encaminé hacia su estudio de la calle Huesca, de Madrid llevado por mi condición de extremeño y el reclamo de su apellido: 'de Jaraíz'. Me franqueo su puerta y allí estaba Jaime de Jaraíz sorprendido por mi decidido atrevimiento mediando, entre ambos, el saludo cordial de cortesía de dos extremeños que, lejos de Extremadura, como diría Pedro de Lorenzo, no queríamos ser nada si para serlo, tuviéramos que dejar de ser extremeño. Tras aquella primera visita, atrevida por mi parte, vinieron otras muchas con las que pude comprobar la condición humana de un hombre sencillo, amable y generoso a pesar de su reconocido prestigio entre los críticos de arte.
Alguna vez me pregunté que me pudo atraer de Jaime de Jaraíz para dispensarle tanto afecto y admiración. La primera respuesta que me di, fue, por la de abrirme de par en par las puertas de su corazón. Jaime de Jaraíz era todo sencillez, cercanía. Fueron muchas las veces las que compartí con él esos momentos que nunca se olvidan por mucho tiempo que pasé. La segunda respuesta me la dio su pintura y su obra. Jaime de Jaraíz tenía un estilo propio. Nada se le igualaba. Sus veladuras translúcidas. Sus perfiles femeninos. Sus azules. Sus blancos inmaculados y la perfección realista de sus bodegones, tenían ese toque personal que sólo él podía imprimir a su creación.
Su depurada técnica del 'sfumato' hizo posible que sus creaciones traspasaran la pincelada gruesa para trasladarnos a la belleza sublime de la visión onírica. Jaime de Jaraíz difuminaba el trazo, lo diluida, lo envolvía con sutil delicadeza para que no se notara la intervención del pintor. Sus exposiciones despertaban, siempre, un vivo interés entre los incondicionales de su obra. Su amplia temática: desnudos de mujer, bodegones o maternidades, creaban una armonía lírica poética que inundaba toda la galería. Eran, como una larga sinfonía de acordes musicales como los que él interpretaba a la guitarra en sus tiempos de relajación y descanso. La música y la pintura estuvieron siempre anudadas por la genialidad de un artista como lo era Jaime de Jaraíz. Ver y oír. Todo un complemento audiovisual que él supo conjugar como ningún otro artista del momento. ¡Cómo se recreaba con los blancos para buscar la perfección de la doblez!. El detalle y la composición, daban al cuadro ese realismo que le hace perfecto a los ojos de quien los contempla.
Hacer posible que la obra de Jaime de Jaraíz sea expuesta de manera permanente en Trujillo, a partir de este día 23, en la iglesia de Santiago, ha sido todo un acierto. Mi felicitación, pues, al Excmo ayuntamiento de Trujillo por incluirle en su oferta cultural. ¡Enhorabuena!
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