

Joaquín paredes
Martes, 9 de junio 2020, 07:21
Corría el año 1829 cuando el señor Daguerre conoció y se asoció con Nicéphore Niépce, quien en 1826 inventó la primera cámara fotográfica. Con los conocimientos de Niépce, muerto repentinamente en 1833, Daguerre continuó afianzando la tecnología hasta desembocar en el daguerrotipo.
No es que mis ancestros lleguen hasta ese tiempo, pero casi. Reconozco que en el archivo histórico de Trujillo hay algún que otro Daguerrotipo que en su día donó mi padre y en casa de mi abuela, actualmente de mis tíos, también he podido ver algunos. A los que por las venas nos corre la fotografía, un daguerrotipo es como el primer Ferrari para los amantes de los coches. Yo soy DIÉGUEZ, y eso en el mundo de la fotografía significa mucho. Estoy convencido de que en casi todas las casas de Trujillo hay alguna foto antigua, que si les dan la vuelta pone 'Foto Diéguez'. Eso significa que bien mi madre, mi tío Antonio o Pepe, Mi abuelo Antonio o su hermano Elías, mi bisabuelo o mi tatarabuelo son los hacedores de esa foto.
Si la tienen guárdenla como oro en paño, tienen ante ustedes una obra de arte. Tienen un trozo de papel que ha sido capaz de captar una milésima de segundo de la vida de algo o de alguien. Tienen ante ustedes todo un proceso creativo que comienza cuando el fotógrafo imagina la foto y termina cuando, hoy en día la imprime, antaño pasaba por un proceso mucho más ilusionante, mágico y creativo. Aquellos que hemos tenido la oportunidad de vivir la fotografía desde dentro sabemos de lo que hablamos.
Palabras como, negativo, revelador, fijador, esmaltadora, retoque, polarizador, exposición, luz roja, guillotina, filtro, diafragma, cuarto oscuro, ISO, ASA, sombra, difuminar, …etc no son vocablos extraídos del Photoshop, por mucho que a algunos le suenen a eso. Son parte del diccionario básico del fotógrafo.
Hubo un tiempo que ser fotógrafo consistía no solo en hacer reportajes de boda o fotos de carnet, algo que Antonio Diéguez Abreu, mi tío, hacía con mucha frecuencia y gracias a ello podía ganar su sustento. También su profesión consistía en ir a buscar el trabajo. Por aquel entonces poca gente tenía máquina de hacer fotos, y cuando había fiestas: Mercado de ganados, Chíviri, con su famosa tarde en la dehesilla, fiestas de la patrona, con capeas incluida, fiestas de Huertas. etc. Mi tío con sus cámaras al hombro iba buscando el trabajo. Grupos de amigos, familias, novios, alguno que otro que deseaba inmortalizar el momento ya sea por el día que era o por los estragos del alcohol, el caso es que Antonio colocaba a las personas en el marco adecuado y disparaba con su cámara. Ese momento ya estaba inmortalizado y días después mi tío se recorrería medio pueblo dando a cada uno su premio, y cobrando por ello obviamente.
Trujillo también vivió el esplendor de la fotografía, ese tiempo en que los sábados y domingos después de misa era típico visitar la casa del fotógrafo o bien esperar a que este subiera a la plaza con la famosa máquina del minuto.
Yo tuve la inmensa fortuna de vivir una temporada de mi vida con mi Abuela Soledad y mi tío Antonio, en ese tiempo pude disfrutar de todo lo que rodea el mundo de fotografía, saborear la magia de ver cómo en un papel blanco poco a poco van apareciendo figuras, paisajes, caras incluso alguna que otra cosa inesperada.
Me encantaba la minuciosidad con la que Tío Antonio realizaba todo el proceso, desde el revelado de los carretes hasta el paso por la ampliadora y la impresión de la fotografía. En ese tiempo toda la fotografía estaba cargada de algo místico, nigromántico. El fotógrafo pasaba a ser un brujo, un hechicero que de la nada sorprendía con una escena de la vida.
Hace tiempo leí que a los Yanomamis y a otros pueblos indígenas no les gusta ser fotografiados, consideran que una foto les roba el alma. Yo bien creo que una foto revive un momento y en ocasiones como diría Extremoduro «Ama y ensancha el alma».
Según me iba haciendo mayor, cada día valoraba más el enorme esfuerzo que mi tío tenía que hacer para ganarse la vida. Llegó la fotografía en color y tuvimos que adaptarnos a ella. Recuerdo con cariño algunos reportajes que le ayudé a hacer y alguna que otra boda a la que acudía para sostenerle el Flash, que ya llevaba hasta cédula 'foto-eléctrica'. Ya de mayor y jubilado vino la fotografía digital y no cesó en su empeño por aprender, digitalizó gran parte de todo su material, y comenzó a hacer sus pinitos con programas de retoque digital fotográfico.
Hubo un tiempo que entrar en casa de la abuela Sole era un maravilloso viaje al mundo de la fotografía. Pararse a ver todo lo que había colgado en las paredes era una autentica delicia. Muchos de esos tesoros fueron en su día recogidos por Matilde Muro y María Teresa Pérez Zubizarreta en un libro, de obligada lectura para el amante de Trujillo y su fotografía, 'La Memoria quieta'. Si ese libro es un tesoro, ni les cuento la maravilla que era vivir entre fotos de tantas generaciones. Recuerdo especialmente a mi madre Carmen Diéguez, retocando algunos negativos con lápices en un pupitre especial que hacía que la luz brillara en un espejo e iluminara el negativo, con el retoque se conseguía mayor calidad y la foto era mucho mejor.
Puedo asegurar que en casa he visto fotografías que nada tienen que envidiar a las hechas por Eugene Smith, Robert Doisenau, Chema Conesa o Ouka Leele, por citar algunos de los grandes de la fotografía.
Tío Antonio tiene mil y una anécdota que contar, algunas conocidas por casi todo el mundo, pero ahora no es tiempo de reír con ellas, ahora se trata de recordar a la persona que hace pocos días decidió hacer su última foto y así como se cierra el diafragma para no dejar entrar la luz en la cámara de fotos. Sus ojos se cerraron deseando encontrase en un mundo mejor con los suyos y seguir gastando carretes y carretes de sonrisas y alegrías.
Descansa en Paz Antonio Diéguez Abreu . Fotógrafo
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