El día de los abanicos largos
josé cercas
Miércoles, 18 de agosto 2021, 10:20
Bien está dicho, que en verano se emancipan las pasiones y surgen cosas tan inverosímiles, que no por ser increíbles dejan de ser ciertas. Pues veréis, hoy me han recordado algo que yo dejé atrás, escondido en los cajones de recuerdos de antaño; el día de los abanicos largos, engalanado, a cual más grande y hermoso. Llegaban las mujeres en pie de guerra, -digo lo de guerra porque venían pintadas como los indios americanos-. Entraban a la iglesia, orgullosas, prepotentes, mirando de reojo a la que estaba al lado; bueno, todo un espectáculo, empieza la misa, fuera un calor asfixiante, dentro también, pero con olor almizcle, bueno, un olor rancio entre la colonia y sudor: las mujeres de bien no se lavaban mucho, ¡que habrían hecho las otras si necesitaban lavarse tanto!
El día de los abanicos largos, desde arriba se las veía afinar sus instrumentos, alguna tosecita de última hora y ¡ta, ta, ta, chan!, el cura levantaba sus manos y decía con voz melodiosa: ¡Oh, gloriosísima Santa Ana! Y todas las mujeres de las primeras filas abrían sus abanicos dorados, se miraban unas a otras, y la apoteosis total ¡faaavorecenos! Un caos, una revolución industrial, la extinción de los dinosaurios. Los hombres, medio dormidos atrás, se despertaban y miraban a sus señoras con todos sus abalorios, golpeándose las protuberancias mamarias con los abanicos. «parece que la mía es la que mejor canta, esta noche cae seguro» pensaba uno mientras se volvía a dormir.
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