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Vicente Chanquet con el soplete en la zona de fundición del taller
Las filigranas perduran en Trujillo

Las filigranas perduran en Trujillo

Viecente Chanquet continúa con la saga familiar de orfebres que inició su abuelo

Javier Sánchez Pablos

Sábado, 13 de octubre 2018, 00:18

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Tiene la misma facilidad de entablar una conversación que de manejar el oro y la plata para hacer sus propias filigranas de los aderezos del traje tradicional. Asegura que su oficio forma parte de la cultura extremeña y, concretamente de la trujillana. De hecho, sus obras han servido para obsequiar a autoridades en visitas oficiales como algo representativo de la ciudad. Se trata del trujillano Vicente Chanquet, integrante de una saga de orfebres artesanos que inicio su bisabuelo de origen francés.

Este mago del metal trabaja cara al público. En su tienda-taller, a unos metros de la plaza trujillana, cuenta con todo tipo de herramientas, algunas elaboradas por él mismo. «Su kilómetro cero», como así lo llama, es el crisol con el soplete para la fundición, junto a las lingoteras para hacer hilo o chapa. A partir de ahí entra en juego el resto de utensilios, como alicates, pequeñas sierras o diversas pinzas, «que son la prolongación de mis manos». Con precisión, vista, mucha maña y grandes dosis de paciencia consigue hacer sus obras de arte.

Asegura que, junto con él, ya solo quedan tres orfebres que hacen filigranas en Extremadura, al menos, inscritos como tal. Los otros dos están en Ceclavín y en Torrejoncillo. «Es un oficio que se está perdiendo», añade.

Orígenes

Chanquet tiene muy presente a su familia y sus orígenes, muy arraigados a Trujillo. Recuerda que su bisabuelo, especialista en arte sacro, llegó a España en 1865. Fue llamado para construir una de las coronas de la Virgen del Pilar en Zaragoza. Por avatares de la vida terminó en Extremadura. Su abuelo Hipólito aprendió el oficio en Ceclavín, la cuna de la filigrana. En la Guerra Civil se trasladó a Trujillo, abriendo su propio taller.

Esta saga la continuó su padre Lorenzo, junto a sus hermanos, con otro taller en la misma ciudad trujillana. Durante décadas, la familia inundó de aderezos y otro tipo de joyas numerosos hogares. Por sus instalaciones, pasaron embajadores, políticos nacionales e, incluso Grace Kelly, entre otros. Gracias a ese trabajo, en 1974, recibieron el reconocimiento de la medalla nacional artesano distinguido ejemplar.

Vicente, en un momento de su vida, se trasladó a Torrecillas de la Tiesa y, después, a Hervás, llevando a cabo otros oficios alejados de su tierra natal. Las circunstancias le hicieron volver a la orfebrería, que nunca la olvidó. La casualidad o el destino quisieron que este artesano volviera a Trujillo para recoger un premio del XVI Concurso de Artesanía de la Junta. En ese certamen presentó unos pendientes llenos de filigranas e inspirados en unos de su abuelo. Tal fue el cariño que recibió de sus antiguos amigos que decidió, hace tres años, volver asentarse en la ciudad trujillana. «Habían pasado 20 años», explica.

Lo más demadado

Tiene claro que en su taller las filigranas es lo más demandado. Suelen ir en pendientes o collares de oro o plata que acompañan al traje tradicional. Con el paso del tiempo, reconoce que estas joyas, gracias a nuevos diseños, van con cualquier indumentaria. Para su elaboración utiliza dos hilos muy finos. Hay que retorcerlos y aplastarlos. «En este oficio, es lo más delicado». En primer lugar se hace «el esqueleto o chasis». A partir de ahí, se va rellenando con esos hilos. «Con la estructura realizada, se mete el hilo de la filigrana, haciendo como caracolinos». Después, se ponen los adornos. Son algunos de los pasos, de forma muy resumida, que utiliza este artesano, sin olvidar la soldadura.

«Agradezco a la mujer trujillana que quiera productos de calidad», señala. En este sentido, defiende estos elementos, frente a los que salen en serie con máquinas. Sus collares y pendientes no solo se han quedado en Trujillo, sino que han ido a parar a distintas partes de España. Gracias al turismo, en su taller, belgas, japoneses, así como estadounidenses, entre otros lugares, se han llevado algunas de sus joyas. Uno de sus últimos encargos han sido unos pendientes de la soprano Ainhoa Arteta.

Como orfebre trabaja con todo lo que se pueda manejar con metal. Cuenta con orgullo que al poco tiempo de asentarse en Trujillo le encargaron la limpieza de la corona que luce la patrona, la Virgen de la Victoria, en sus días grandes. Con las puertas cerradas de su taller se tiró cinco horas haciendo este trabajo. En la actualidad no le faltan encargos, bien de arreglos, bien de productos para su venta. «Me siento muy querido, protegido y valorado en mi ciudad», señala.

Además de estos trabajos le gusta la escultura. De hecho, en su taller luce distintas piezas. Cuenta con un Pizarro subido en una moto o en un deportivo, además del Rollo de Torrecillas de la Tiesa. En proyecto tiene elaborar un ajedrez con los monumentos de la ciudad trujillana, así como un tren en el que vayan como pasajeros los conquistadores extremeños.

Con las piezas que le sobran se atreve también a imaginar y hacer cuadros que luce en su taller. Algunos de ellos ya los ha vendido.

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